Ecos de la música «degenerada»

John Kander y Fred Ebb, músico y letrista, son una de las parejas más importantes de la historia reciente de Broadway. Basta citar varias de sus obras para comprender cuál ha sido su contribución a la comedia musical de nuestros días: «Zorba», «Chicago», «The kiss ... of the spider woman», «The rink», «The act»... «Cabaret» es, probablemente, su mejor obra y es la que, gracias sobre todo a la película de Bob Fosse y a la inolvidable interpretación de Liza Minnelli, más ha calado en el público.

Las producciones modernas de «Cabaret» -y entre ellas la de Sam Mendes que ha llegado en Madrid- son deudoras tanto del montaje original neoyorquino como de la película, ya que Kander y Ebb escribieron para el filme varias canciones que no figuraban en la producción de Broadway. Entre ellas algunas de las más celebradas, como «Mein Herr» -el número que Fosse llenó de sillas-, el provocativo dúo «Money, money», y «Maybe this time», el ensoñador solo de Sally Bowles que Liza Minnelli convirtió en uno de sus emblemas. Es imposible resistirse al atractivo de estas canciones, y así lo han entendido los directores que han afrontado el montaje de esta obra. Son melodías ya eternas, que el público conoce a la perfección y sale silbando o tarareando del teatro (un buen síntoma para un musical).

«Cabaret» se desarrolla fundamentalmente en dos escenarios: el Kit Kat Klub y la pensión de Fraulein Schneider. También la música distingue perfectamente los dos mundos, el real y el que se vive dentro del Cabaret, irreal y distorsionado -«¡Dejen sus problemas fuera!», dice el maestro de ceremonias del Kit Kat Klub, al comienzo de la obra-. Kander recrea con maestría el ambiente sórdido y umbroso del cabaret alemán, que tan bien supieron retratar musicalmente Kurt Weill y otros contemporáneos suyos a quienes Hitler tachó de «degenerados». Cada vez que la orquesta del Kit Kat Klub entra en acción Kander hace que toquen con la alegría quebrada, con la brillantez enmascarada por la sordina y los metales sin bruñir. La misma «Cabaret», esa canción final que es en esta producción un desgarrado grito de la protagonista que arranca temerosa y concluye desafiante, tiene las lentejuelas ajadas.

La producción de Sam Mendes hace descansar buena parte de su peso sobre Emcee, el maestro de ceremonias. El joven Asier Etxeandía es, vocalmente, un perfecto traductor de las intenciones del personaje y adopta los mil matices que se le exigen a un personaje fascinante. Natalia Millán brinda a su notable canto sus muchas cualidades como actriz y sus canciones tienen la intención y el acento justos. Manuel Bandera apenas tiene unos compases y en ellos demuestra buen gusto.    

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