Celia Gámez: centenario de un mito

Lo fue todo en la España de su época. Y su época no fue breve. Mantuvo incandescente la luz del estrellato durante sesenta años y nadie logró arrebatarle, en tan larguísimo período de tiempo, el título de supervedette. El siglo XX musical español no se ... entiende sin la figura omnipresente de Celia Gámez, la argentina hija de malagueños que hoy hace un siglo nació en Buenos Aires.

Como todo en su vida fue leyenda, también la fecha de su nacimiento anduvo en chistes teatrales y cábalas constantes. Ni yo mismo, que fui con Hugo y Moncho Ferrer su más cercano amigo en los últimos treinta años de su vida, conseguí nunca saberlo. Que fue el 25 de agosto, sí. ¿De 1905? Sigue siendo un misterio de la Gámez; pero las efemérides oficiales así lo marcan y no debemos desaprovechar la ocasión para honrarla.

Lo que sí sabemos es que nada más llegar a España con su padre, Rafael Juan Gámez, en 1925, para cobrar una herencia en Málaga, hacen el viaje de Barcelona a Madrid en tren y Celia, para no aburrirse, canta tangos. La marquesa de la Corona, que va en un vagón al lado, la oye entusiasmada y la invita a una gala benéfica de Navidad en el madrileño teatro Pavón. Parece increíble, pero así es: una joven absolutamente desconocida va a estrenarse cantando nada menos que ante toda la Familia Real española. Luego, la leyenda con el Rey Alfonso XIII, que adoraba escucharle el tango «A media luz»... así hasta el espectáculo «Nostalgia» -ya en la década de los ochenta- con Sara Montiel y Olga Guillot, y aquella inolvidable noche con Don Juan de Borbón y Doña María de las Mercedes en el palco de La Latina mientras Celia, emocionada, a punto del adiós definitivo, cantaba «El perdón de las flores» en homenaje a sus padres, los Reyes Don Alfonso XIII y Doña Victoria Eugenia. Eran los círculos de la historia y de la vida que se cerraban. Pero, en medio, sesenta años de canción, de «glamour», de gracia, de madrileñismo, de grandes espectáculos. Celia Gámez interpretó como nadie los mejores chotis en homenaje a Madrid. Suyos son «Las taquimecas», «Tabaco y cerillas», «El Pichi», «La Lola», «La Manuela», «Manoletín»... Y en la España triste, dolorida y esperanzada de la posguerra, Celia hizo la gran revista musical, con gasas, plumas, sueños, luces, fantasías y colores: «Yola» y su inigualable «Mírame»; «La hechicera en palacio», con su pasodoble «La novia de España»; «La estrella de Egipto», con su famosísimo beso: «La española cuando besa / es que besa de verdad...»; «La Cenicienta del Palace» y su «Vivir, vivir»... Y tantas y tantas canciones que son el paisaje musical obligatorio de los años treinta, cuarenta, cincuenta... ¿Se ha olvidado alguien del pasacalle de «Los nardos», de «Las leandras»? ¿Y de «Luna de España», de «Hoy como ayer»? ¿Y de «La estudiantina portuguesa»? ¿Y de sus grandes, últimos, estrenos: «Dólares», «El águila de fuego», «S.E. la embajadora», «Colomba»?

Contemplada a la luz de la historia, Celia sigue siendo el mito que fue en vida. Sólo que ahora se perfilan mejor las facetas de su arte y su personalidad. Ella que encarnaba la belleza de la época -«Nuestra señora de los buenos muslos», se la llegó a llamar- sería la más absoluta reivindicadora femenina. Cantó tangos escritos para hombres sin cambiarles la letra y los interpretaba vestida de gaucho; encarnó, como nadie, al chulo descarado en sus «Pichis» y «Manoletines»; defendió en «Las taquimecas» el corte de pelo a lo «garçon» y la libertad de las mujeres; hizo el elogio de las diputadas feministas de las Cortes treintañeras... Y todo eso al mismo tiempo que imponía modas, levantaba rumores, creaba oleadas de admiración -Millán Astray, su padrino de boda, el 1 de julio de 1944, tuvo que llamar a la Legión para poner orden en la ceremonia religiosa celebrada en Los Jerónimos- y en los clubes clandestinos y ambiguos hombres y mujeres, arriesgadamente travestidos, la imitaban con pasión.

Regresó a Buenos Aires con la pena de que el monumento que le prometió Tierno Galván no se realizara. La visité varias veces en Argentina, pero allí no era conocida. Y fue entrando, como Gloria Swanson en «El ocaso de los dioses», en una especie de nebulosa donde creía vivir en España, ordenaba los pasos a las inexistentes vicetiples, cantaba pasodobles y chotis y lucía joyas deslumbrantes. Soñándose aún sobre un escenario cerró los ojos el 10 de diciembre de 1992. Ya nunca más se levantó el telón.

El siglo XX musical español no se entiende sin su figura, la de una artista que lo fue todo en la revista musical, sobre todo en los años 30 y 40

Luego, la leyenda con el Rey Alfonso XIII, que adoraba escucharle el tango «A media luz»...

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