El Camino de Santiago: cuando la fe sostiene el PIB

Galicia celebra el Año Xacobeo. Así respira y vive la ciudad la llegada de peregrinos y visitantes en la víspera de la fiesta del Apóstol

Dos peregrinos suben sus bastones al cielo tras llegar al final del Camino con la catedral de Santiago detrás FOTOS: MIGUEL MUÑIZ

Son las diez de la mañana. En el número treinta y tres de la rúa das Carretas, un centenar de personas espera frente a la Oficina del Peregrino para obtener su Compostela, el documento que acredita haber cumplido al menos cien kilómetros de ... cualquier ruta jacobea. «¡Cuatrocientos veintisiete!», «¡Cuatrocientos veintiocho!», «¡Cuatrocientos… veintinueve!». Aunque hay pantallas que informan, el guarda sigue enumerando en voz alta. Afuera llueve. El agua no parará hasta la hora de comer. Bienvenidos a Galicia .

Al menos siete caminos conducen a Santiago de Compostela , la tercera ciudad de peregrinación del cristianismo junto con Roma y Jerusalén. Desde el descubrimiento del sepulcro del Apóstol en el siglo IX, la ruta se convirtió en territorio compartido. «Europa se hizo peregrinando hacia Compostela», reza una inscripción en la rúa de Aller Ulloa. Peregrinar es un rito común a la mayoría de las religiones, pero también una industria, y en Galicia más. En 2019, más de 350.000 personas llegaron a la ciudad para completar al menos un tramo del Camino. Aquella fue su cifra récord, pero llegó 2020: las visitas se desplomaron un 80% debido a las restricciones de movilidad para controlar la pandemia .

Andrés Fernández, en su tienda de sombreros

Un peregrino gasta el doble que un turista tradicional . Eso ha estimulado la aparición de empresas, no sólo de restauración y hostelería, sino también de aplicaciones tecnológicas asociadas a monumentos, transportes y rutas religiosas. El turismo representa en Galicia más del 12% del PIB y los peregrinos el 2,3% del gasto en ocio. Este 2021 es Año Xacobeo , que es como se llama cuando el 25 de julio (la conmemoración del Martirio de Santiago) coincide en domingo, así que comerciantes y hosteleros esperan recuperar algo de lo que han perdido.

A la Plaza del Obradorio , a estas horas cubierta con una boina de nubes negras, no paran de llegar peregrinos. El Camino de Santiago tiene una sola meta, pero infinitos puntos de partida. Julieta y Alessandra vienen de Italia. Comenzaron en Saint-Jean-Pied-de-Port, estación del camino francés, que han completado después de recorrer durante un mes Roncesvalles, Pamplona, Logroño, Burgos, León, Astorga y Ponferrada, hasta entrar en Galicia por O Cebreiro. Alessandra, que es psicóloga, deseaba vivir la experiencia, pero Julieta es algo más escéptica. «Todos han intentado venderme algo», dice mientras despliega el acordeón de credenciales y sellos que certifican su expedición.

Una familia portuguesa llega emocionada a la Plaza del Obradoiro desde Oporto

Madrugadora como las italianas, una familia llega al Obradoiro desde Oporto . Los mueve más un cambio de ciclo que el fervor religioso. «Vivimos en Londres durante diez años, ahora hemos vuelto a Portugal. Hemos hecho el camino para empezar todo de nuevo», explica Marcos, que lleva el cabello recogido en un moño rematado por tres plumas. Su madre Teresa y su hermana Tatiana asienten, pero al momento de hablar, un nudo de llanto les impide continuar. No son las únicas a las que les ocurre. Paco, que viene desde O Cebreiro con su esposa Alicia, descansa con un Fox Terrier de cinco meses en brazos. El animal tiene aspecto de estropajo: está calado hasta las orejas, y aunque el dueño intenta describir qué siente, apenas puede hablar de la emoción. «Es el Xacobeo más difícil de todos», gimotea.

«El sentido del Camino es el Camino mismo. Es una búsqueda en la que es importante el esfuerzo físico. La dureza del camino es una lucha de la dureza contra ti mismo», intenta explicar el periodista y escritor Pedro Cuartango sobre el entramado de euforia y abatimiento de los peregrinos que completan su ruta. Hay quienes nunca faltan a su cita, como el periodista Carlos Herrera , que lleva 22 años recorriéndolo: «Este año hay menos peregrinos. Hay tramos que he hecho prácticamente solo. Pero lo prefiero. Hago el camino justamente para no hablar con nadie». En vísperas del Apóstol llegan más y más a la ciudad. Todos llevan el rostro cubierto con mascarillas y la tierra del camino pegada a los zapatos.

Todo en uno

En Santiago la Fe crece como un pan mojado. A las once de la mañana llueve aún con más fuerza, pero eso no disuade a los que aguardan en la Praza da Quintana de Vivos para acceder a la Catedral. En una hora se celebrará la misa del Peregrino y con la reducción del aforo al 50%, pueden entrar 220 personas, no más. Por ser año Santo Compostelano, hay más feligreses y viajeros con interés por conocer esta iglesia que comenzó a construirse en 1075 y hoy es conocida en todo el mundo Bien Cultural Patrimonio de la Humanidad .

Taberna O Gato Negro, un local centenario

Dentro de la catedral se habla poco y en voz baja. Las personas se mezclan y miran deslumbradas todo cuanto las rodea: el coro de piedra, el sepulcro o el botafumeiro, el incensario de plata que cuelga desde lo alto (se necesitan ocho personas para moverlo) y que se usa en contadas ocasiones solemnes. Aunque el acceso está restringido, uno de los lugares más visitados del templo es el pórtico románico de la Gloria realizado por el maestro Mateo , el más grande de los arcos de la catedral y su tímpano está presidido por la figura del apóstol Santiago .

Tras la restauración que devolvió la policromía a sus figuras, las visitas están restringidas y así permanecen debido a las medidas sanitarias impuestas por la Xunta: sólo 25 personas por turno. Se celebran cuatro en la mañana y cuatro en la tarde, lo cual supone un total de 300 personas. Para subir a la Torre Norte o de la Carraca, desde donde se ve toda la ciudad, los grupos se reducen a 15. Todo está medido y controlado. El sepulcro del Santo es el lugar de la catedral donde más recogimiento se percibe, aunque también lo hay en las capillas laterales donde los sacerdotes imparten la confesión en inglés, francés, alemán y español. Pórtico, sepulcro y perdón de los pecados, todo en uno. Aquí el que no cree es porque no quiere.

Andrés Fernández despacha desde el mostrador de su tienda de sombreros, en el número 34 de la Rua du Villar . La fundó su abuelo, en 1912 y ahora él y su hermano continúan una tradición de tres generaciones. «Compensar, lo que se dice compensar, pues no. Pero o abres o cierras, no queda otra», explica. Tras la pandemia las ventas son irregulares. «Nuestro cliente no es el peregrino que viene a conocer la catedral, se come un bocadillo y se marcha. Es el que se queda dos o tres noches, esos sí que compran un Panamá de 150 euros o una visera de 70».

Dos amigas italianas muestran orgullosas sus sellos

A unos minutos andando, en la rúa da Raíña, Manuel Vidal limpia con energía la barra de la taberna O Gato Negro , un local centenario que llega ya a la quinta generación y que mantienen en pie su mujer, Pilar Costoya, y su hijo Xoan Costolla, cocinero del negocio, además de cinco empleados más.

De momento disponen de 50% del aforo, por lo que solo trabajan con reservas: doce mesas en las que puede sentarse un máximo cuatro comensales. A razón de dos turnos por comida y cena suman 46 clientes. La cifra no llega ni a la cuarta parte de lo que hacía antes de la pandemia . De momento, y porque en Santiago la incidencia no es tan alta como en otros ‘concellos’, los hosteleros no exigen test de antígenos o certificados de vacunación para entrar a los locales. «Lo que más me cansa es explicar a la gente qué puede hacer y qué no. Hay 17 autonomías con sus propias reglas, por eso si vienen de Andalucía , se ponen en la barra y tengo que explicarles que aquí no se puede, ¡y además se mosquean! Me la paso todo el día en eso», Manuel friega y desinfecta con más fuerza mientras su hijo descarga el pedido de mejillones, rodaballo y centolla. Abren a las 13.30 y ya son casi menos cuarto.

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