La increíble historia de las crías de pterosaurio derribadas por tormentas
El hallazgo de dos 'bebés' de pterosaurio con sus húmeros rotos revela el motivo por el que, entre los cientos de fósiles de esta especie hallados en Solnhofen, en el sur de Alemania, no hay casi adultos y la gran mayoría de los cuerpos pertenecen a ejemplares muy jóvenes
Pterosaurio, la bestia que volaba nada más nacer
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Iniciar sesiónDurante casi 160 millones de años (desde hace 220 a 66 millones de años, cuando se extinguieron tras la caída de un gran meteorito), los reptiles voladores fueron los reyes absolutos del cielo. Un tiempo inimaginablemente largo durante el que las más de 150 ... especies conocidas no tuvieron rival alguno en el aire y cuyos restos se desentierran hoy en todos los continentes de la Tierra. Ellos, los pterosaurios, fueron los primeros vertebrados en desarrollar el vuelo propulsado. Estas fabulosas criaturas, de hecho, ya volaban hace más de 200 millones de años, un tiempo en que los terópodos, los dinosaurios carnívoros que mucho después darían lugar a las auténticas aves, apenas si empezaban a desarrollar plumas y a planear cortas distancias entre los árboles. La primera ave conocida, no llegó hasta mucho después. Fue el famoso Archaeopteryx, y vivió hace 'sólo' 150 millones de años.
Son muchas las historias que los científicos han recuperado ya sobre la vida y costumbres de estos fascinantes animales, algunos tan pequeños como palomas y otros, como el impresionante Quetzalcoatlus, del tamaño de un caza de combate, con alas de más de diez metros de envergadura. Pero ninguna como la trágica historia de dos pequeñas crías de pterosaurio, cuya causa de muerte acaba de ser revelada por un equipo de paleontólogos de la universidad inglesa de Leicester. El hallazgo, además, ha permitido solucionar un viejo misterio de siglos.
Derribados en pleno vuelo
En un artículo recién publicado en 'Current Biology', los investigadores explican que, hace alrededor de 150 millones de años, estos dos 'bebés' de pterosaurio, hallados en los yacimientos de caliza de Solnhofen, en el sur de Alemania, fueron derribados en pleno vuelo, en distintos momentos, por poderosas tormentas que, al matarlos, crearon también las condiciones perfectas para que sus cuerpos, junto a los de varios cientos de otros fósiles de pterosaurio, pudieran conservarse en el tiempo, haciéndose inmortales. Algo que los investigadores consideran un auténtico golpe de suerte y que les llevó, no sin un cierto toque de ironía, a bautizar a las dos desdichadas crías como 'Lucky' y 'Lucky II'.
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Dirigidos por el paleontólogo Rab Smyth, los investigadores demostraron que, en ambos casos, los vientos huracanados rompieron las frágiles alas de las dos crías, haciéndolas caer en una laguna donde después quedaron sepultadas bajo una capa de fango. La historia de los 'Luckys', por tanto, es la historia de una catástrofe que se convirtió en una ventana al pasado.
¿Dónde están los adultos?
El Mesozoico, o era de los reptiles, a menudo se imagina como una época de gigantes. Dinosaurios imponentes, reptiles marinos monstruosos y pterosaurios de alas enormes dominan las salas de los museos y la imaginación del público. Pero esta imagen está sesgada. De hecho, igual que sucede en los ecosistemas actuales, los del Mesozoico estaban en realidad poblados principalmente por animales pequeños.
Lo que sucede es que el proceso de fosilización puede resultar engañoso, ya que favorece a los organismos más grandes y robustos, con huesos gruesos y densos, que tienen más posibilidades de resistir el paso del tiempo que los más frágiles y pequeños. Las delicadas crías de pterodáctilo, en efecto, con sus huesos pequeños y huecos, como los de las aves de hoy en día, suelen desintegrarse sin dejar rastro.
En raras ocasiones, sin embargo, la naturaleza parece conspirar para preservar a los habitantes más delicados y diminutos de estos mundos perdidos. Y uno de los ejemplos más conocidos son, precisamente, las calizas de Solnhofen, de 150 millones de años de antigüedad. Estos depósitos son famosos por sus fósiles exquisitamente conservados, incluidos muchos especímenes de pterosaurios, los reptiles voladores del Mesozoico.
Y hasta aquí todo correcto, si no fuera por una circunstancia extraña, incluso misteriosa. Y es que, en contra de lo que es habitual, la casi totalidad de los centenares de fósiles de pterosaurio de Solnhofen pertenecen a crías o a individuos muy jóvenes. Y sólo en raras ocasiones aparece algún fragmento o extremidad aislada de algún adulto. ¿Cómo es esto posible?
Una solución inesperada
La solución al misterio llegó de la mano de los pequeños esqueletos de las dos crías objeto de este estudio, cada una de apenas 20 cm de envergadura. La primera, 'Lucky', fue descubierta hace tiempo, y su estado de conservación era tan excepcional que parecía casi imposible. Pero la historia volvió a repetirse cuando, un año después, apareció 'Lucky II', y en las mismas condiciones. Contra toda lógica, ambos ejemplares presentaban la misma lesión: una fractura limpia y oblicua en el húmero, el hueso principal del ala.
«Los pterosaurios -explica Rab Smyth, autor principal del estudio- tenían esqueletos increíblemente ligeros. Los huesos huecos y de paredes delgadas son ideales para volar, pero terribles para la fosilización. Las probabilidades de que se preserve uno ya son escasas, pero encontrar un fósil que te diga cómo murió el animal es algo extraordinariamente raro». La coincidencia en la clase de lesión entre 'Lucky' y 'Lucky II' era, por tanto, una pista crucial. La fractura, de un tipo que no se produce por un impacto directo contra una superficie dura, sugería una fuerza de torsión brutal, como la que ejercería, por ejemplo, una ráfaga de viento huracanado.
Una trampa mortal
Los investigadores imaginan el escenario: hace 150 millones de años, la región de Solnhofen era un archipiélago tropical, salpicado por una serie de lagunas poco profundas. Sobrevolando las islas, una colonia de pterosaurios sigue su camino habitual, pero es sorprendida por una tormenta descomunal. Los adultos, con sus huesos más fuertes y su mayor experiencia de vuelo, consiguen resistir el embate del vendaval. Pero para las crías, que apenas tienen unas semanas de vida, el huracán es una sentencia de muerte. El viento los retuerce, los zarandea, los lanza por los aires y, en el proceso, sus frágiles húmeros se quiebran. Sin poder volar, se desploman sobre las olas embravecidas de la laguna que tienen debajo.
Al morir ahogados, sus cuerpos se hunden rápidamente en el lecho fangoso. Las aguas revueltas por la tormenta levantan un limo calcáreo muy fino que los entierra por completo en cuestión de pocas horas. Y quedan sellados. Esta rápida sepultura es, precisamente, la clave de su conservación. Sin ningún contacto con el corrosivo oxígeno o los carroñeros, los tejidos blandos y los huesos delicados se mineralizan, preservando incluso el más mínimo detalle de sus esqueletos. Al contrario, los pterosaurios adultos, que sobrevivieron a la tormenta, morirían más tarde por causas naturales. Sus cadáveres flotarían en la superficie de la laguna en días de calma, descomponiéndose lentamente y fragmentándose hasta que, si acaso, solo alguna pieza solitaria alcanzara el fondo y se preservara junto a las malogradas crías.
Los investigadores creen que, a lo largo del tiempo, muchos otros pterosaurios pequeños y jóvenes sufrieron la misma suerte que Lucky y Lucky II, lo que explica en Solnhofen la abundancia de crías bien conservadas. Las tormentas, en efecto, debieron de ser una causa común de muerte para los pterosaurios que vivían en la región.
No eran pequeños, sino jóvenes
El hallazgo, además, también desmonta una idea que se había dado por buena durante siglos: que en el pasado, los ecosistemas de la laguna estaban dominados por pterosaurios de pequeño tamaño. «Ahora sabemos -afirma Rab Smyth- que esa visión está profundamente sesgada. Muchos de estos pterosaurios no eran en absoluto nativos de la laguna. La mayoría eran ejemplares juveniles e inexpertos que probablemente vivían en las islas cercanas y que se vieron desafortunadamente atrapados en poderosas tormentas».
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«Cuando Rab vio a Lucky -recuerda David Unwin, coautor del estudio- nos emocionamos mucho, pero pensábamos que se trataba de algo único. Un año después, cuando Rab descubrió a Lucky II, supimos que estábamos ante la evidencia de cómo esos animales estaban muriendo. Y más tarde, cuando tuvimos la oportunidad de iluminar a Lucky II con nuestras antorchas ultravioleta el animal, literalmente, saltó de la roca hacia nosotros, y nuestros corazones se detuvieron. Ninguno de los dos olvidará nunca ese momento».
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