Denisovanos, los humanos más enigmáticos salen de las sombras
ADN y proteínas antiguas muestran que un cráneo de 146.000 años hallado en China y atribuido a un exótico 'hombre dragón' perteneció en realidad a esta especie extinta con la que nos cruzamos pero cuyo aspecto era hasta ahora desconocido. El hallazgo muestra su adaptabilidad y gran expansión geográfica
El enigmático hombre dragón revela su auténtica identidad
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Iniciar sesiónHace quince años, investigadores del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig (Alemania) dieron a conocer la primera especie humana descubierta a partir de ADN en vez de fósiles. El material genético fue recuperado del hueso de un dedo meñique de 66.000 años ... de antigüedad encontrado en la cueva de Denisova, Siberia. El pequeño fragmento óseo pertenecía a una niña y fue suficiente para demostrar la existencia de este grupo desconocido, unos homínidos extintos muy cercanos a los neandertales a los que llamaron denisovanos. Sin duda, un logro excepcional.
Tres dientes y restos óseos parciales en Denisova, una mandíbula en la cueva de Baishiya, en Xiahe (China), y otra rescatada por un pescador en Taiwán, dada a conocer recientemente, también se han atribuido a esta especie. Además, un hueso hallado en Denisova perteneció a una joven de madre neandertal y padre denisovano, el primer individuo identificado con progenitores de dos especies distintas. Estos homínidos también se cruzaron con nosotros, los humanos anatómicamente modernos. Sus genes siguen vivos en poblaciones actuales de Asia y el Pacífico, marcando, por ejemplo, la resistencia a las alturas de los tibetanos. Sin embargo, los restos escasos y fragmentados hacían imposible imaginar su aspecto y este linaje humano quedó envuelto en un halo de misterio.
Un equipo de investigadores chinos dirigido por Qiaomei Fu, genetista del Instituto de Paleontología de Vertebrados y Paleoantropología de Pekín, y Qiang Ji, de la Universidad de Geociencias de Hebei, puso fin al enigma el pasado junio. Los científicos lograron determinar a partir de ADN y proteínas antiguas que un cráneo casi completo de al menos 146.000 años encontrado en Harbin (China) pertenecía a un denisovano. Por primera vez, los científicos podían mirar a uno cara a cara.
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El fósil, excelentemente conservado, bien pudo haber desaparecido para la ciencia. Al parecer, un obrero lo descubrió en 1933 durante las obras de construcción de un puente sobre Long Jiang (que significa río dragón) y, sospechando que podía ser valioso, lo ocultó en un pozo abandonado. Poco antes de morir reveló la ubicación de la pieza a su familia, que la rescató y la entregó a la Universidad de Hebei. Al menos, esa fue la versión de los donantes.
Qiang Ji analizó el cráneo, llegando a la conclusión, no sin controversia, de que se trataba de una nueva especie humana a la que denominó 'Hombre dragón' (Homo longi), por la ubicación donde fue encontrado. La idea de un exótico pariente desconocido no convenció a todos, así que el cráneo volvió a ser estudiado.
Los investigadores extrajeron muestras de un diente y del hueso del oído interno en busca de material genético. Del hueso recuperaron 95 proteínas, los datos de proteoma humano antiguo de mayor calidad hasta la fecha, que indicaban que se trataba de un denisovano. Además, obtuvieron ADN de la placa dental. Cuando la placa se acumula, atrapa bacterias pero también puede encapsular algunas células de la boca. Recuperar genes antiguos de más de 100.000 años era una posibilidad muy remota -solo se han obtenido en cuatro yacimientos en todo el mundo-, pero sorprendentemente la idea funcionó. Aunque el material era escaso, no había duda: el hombre de Harvin era raro, sí, pero no era una nueva especie humana, era, como sospechaba Fu, un denisovano.
Un tipo robusto
Ahí estaba el primero que enseñaba su rostro, un varón sin barbilla, con la boca ancha y las mejillas planas. «Este hallazgo es sumamente emocionante, ya que es la primera vez que podemos asociar realmente cualquier morfología craneal con los denisovanos», afirma Rasmus Nielsen, profesor de Biología en la Universidad de California Berkeley y buen conocedor del trabajo de Fu.
Lo más llamativo de su fisonomía era una frente prominente, elevada sobre unos ojos hundidos y una nariz abultada. Dentro del enorme cráneo había un cerebro aún más grande que el de un ser humano actual. ¿Resultaron estos rasgos una sorpresa?
«En realidad no. Dado que sabíamos tan poco de este linaje, las expectativas eran limitadas», reconoce a este periódico Charles Perreault, del Instituto de Orígenes Humanos en la Universidad Estatal de Arizona (ASU). El investigador, que participó en la extracción de ADN denisovano de una ubicación exterior a la cueva siberiana, anticipaba «rasgos robustos, una mezcla entre arcaicos y modernos» para la misteriosa especie. El gran tamaño del cerebro (1.430 ml) le parece «particularmente interesante: se encuentra dentro del rango de los humanos modernos y los neandertales, lo que sugiere un nivel de encefalización (el desarrollo del cerebro relacionado con comportamientos complejos y habilidades cognitivas) que aún no habíamos confirmado en esos humanos». Probablemente, su intelecto era similar al de Homo sapiens y neandertales.
Hasta ese momento, el único retrato fiable de un denisovano se había conseguido en 2019. Sin un esqueleto del que guiarse, un equipo liderado por la Universidad Hebrea de Jerusalén (HUJI) y en el que participaban investigadores del Instituto de Biología Evolutiva (IBE), centro mixto de la Universidad Pompeu Fabra (UPF) y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), mostró una recreación de la niña de Denisova llevada a cabo a partir del ADN del hueso del meñique. La pequeña destacaba por su cráneo ancho y robusto, más aún que el de los neandertales.
«En general, tanto la mandíbula que se encontró en el Tíbet como este nuevo cráneo coinciden mayoritariamente con las predicciones basadas en ADN que hicimos hace ya seis años. El método (en referencia a la metilación del ADN, la marca que, como un semáforo, indica qué genes están 'encendidos' o 'apagados') parece funcionar y es bueno para predecir morfologías complejas», dice Tomàs Marquès-Bonet, investigador ICREA en el IBE y profesor en la UPF.
El ADN de Harbin no solo sirvió para poner rostro a los denisovanos, también para contar su historia. Los precursores de neandertales y denisovanos se dividieron hace unos 400.000 años. Los primeros se dispersaron desde Oriente Medio a Europa Occidental y los segundos desde Siberia hacia el este, dividiéndose en nuevas ramas con el paso del tiempo. El ADN determinó que el individuo de Harbin pertenecía a la misma rama que los denisovanos más antiguos hallados en la cueva de Denisova, cuyos fósiles databan de hace unos 200.000 años. La niña denisovana de 66.000 años estaba relacionada con una rama distinta.
Del frío al trópico
«Hemos encontrado evidencia física de denisovanos en el centro y el sur de Siberia y en el Tíbet, pero es en los individuos modernos del sudeste asiático donde observamos la mayor parte del ADN denisovano. Esto ha sido un poco enigmático. Este hallazgo sugiere, como algunos ya habían especulado, que los denisovanos podrían haber estado ampliamente distribuidos y ser comunes en toda Asia», indica Nielsen. Por ese motivo, confía en encontrar «mucha más evidencia» de la presencia de denisovanos en el continente a medida que se recupere ADN de más restos físicos.
Para Perrault, esta amplia distribución confirma que los denisovanos «eran muy adaptables, capaces de sobrevivir en diversos hábitats, desde climas fríos de gran altitud hasta regiones templadas». También lo cree así Fabrice Demeter, del Centro de GeoGenética en Copenhague (Dinamarca). Su equipo descubrió un molar en Laos que podría pertenecer a uno de estos misteriosos homínidos. «Nuestro molar expandió la ocupación geográfica de los denisovanos hacia el sur, mientras que el cráneo de Harbin documenta la rama de los denisovanos del norte, cuyo origen se encuentra en China», subraya.
Los denisovanos, como también hicieron los neandertales, nos dejaron un legado grabado en nuestra genética. Si de los primeros recibimos genes que influyen en los tonos claros de piel y cabello, la sensibilidad a las infecciones por virus como el Covid 19, el estado de ánimo e incluso la forma de la nariz, el legado de los segundos permitió a los tibetanos adaptarse a la vida en altitud. Esto explicaría su extraordinaria capacidad para habitar las montañas más altas.
Además, según un estudio liderado por investigadores de la Pompeu Fabra, la herencia genética de estos homínidos más extendida nos permitió soportar mejor el frío, pero nos hizo algo más vulnerables a sufrir trastornos mentales como la depresión, la esquizofrenia, la hiperactividad o la anorexia.
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«El descubrimiento de los denisovanos, basado en el ADN de una falange, fue una revolución, ya que nos demostraba que hace millares de años había como mínimo tres poblaciones humanas de orígenes diferentes (humanos modernos, neandertales y denisovanos). Tener ahora un cráneo completo nos permitirá saber más de estos enigmáticos individuos y, por extensión, sobre nuestra especie», concluye Marquès-Bonet.
Los investigadores confían en que nuevos restos puedan decirnos más sobre estos humanos extintos, que nos recuerdan, como los neandertales, que hubo un tiempo en el que no éramos los únicos.
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