¿Por qué nos cuesta reconocer nuestra voz cuando está grabada?

ciencia cotidiana

La audición consiste, básicamente, en que las ondas sonoras que viajan por el aire se convierten en señales eléctricas

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Estudio de grabación EP

No escribimos igual que hablamos. A través del lenguaje sonoro cuidamos muchos detalles y adaptamos la entonación para repetir ideas claves, evitar equívocos, confusiones o dobles sentidos, o bien para hacer todo lo contrario.

Y es que la voz humana es el sonido ... más importante de nuestro entorno, posiblemente el que más escuchamos a lo largo de nuestra vida. Si el hablante es una persona conocida la podemos identificar a través de su voz, activando la imagen visual que tenemos de ella almacenada en la memoria, una habilidad que aparece en torno a los siete meses de vida.

Nos cuesta reconocer nuestra voz

De alguna forma, nuestra voz es muy específica, dice mucho de nosotros, es una de nuestras tarjetas de presentación ante el mundo y con ella las personas que nos rodean se hacen un estereotipo, no siempre acertado, de nosotros cuando nos conocen.

Y es que lo que nos transmite una voz estentórea es muy diferente a lo que nos llega de una voz campanuda, enérgica y retumbante. De igual modo sucede con una voz atiplada, cascada, metálica o argentada.

Desde hace algún tiempo es posible disponer, a través de la inteligencia artificial, del reconocimiento de voz, cuya facilidad es posibilitar la comunicación entre humanos y sistemas informáticos. A través de un sistema de reconocimiento se puede detectar y entender las palabras que un ser humano emite de forma natural.

Es evidente que las 'máquinas' pueden reconocernos, pero ¿y nosotros? ¿Nos reconocemos en una grabación? Seguramente que en más de una ocasión nos hemos oído en un audio o en una nota de voz y no nos hemos gustado nada, identificamos esa voz como extraña, ajena a nosotros. Nos parece diferente y, por regla general, de peor calidad, muy poco radiofónica.

Y si a esto añadimos que las personas que nos rodean corroboran que, en efecto, así es como suena nuestra voz, el grado de extrañeza es todavía mayor.

En un estudio clásico, realizado hace más de cinco décadas, se sometió a un grupo de voluntarios a diferentes estímulos para comprobar hasta qué punto se reconocían en ellos. Los resultados fueron estremecedores: tan solo un 38% fueron capaz de reconocer su voz de forma inmediata. Más recientemente, en el año 2010, en otro estudio se comprobó la velocidad del autorreconocimiento, en este caso la sorpresa fue mayúscula: el 90% lo conseguía.

Dos canales diferentes para una misma versión

Cuando hablamos nuestras cuerdas vocales vibran para producir el sonido, el cual sale a través de la boca y viaja por el aire hasta la parte externa de nuestro pabellón auditivo, allí entra en contacto con el tímpano provocando una vibración.

La audición a través del aire es la forma con la que percibimos la voz de la gente que nos rodea, amigos y extraños con los que mantenemos una conversación.

La vibración timpánica alcanza el oído interno, concretamente una zona anatómica llamada cóclea o caracol que traduce el sonido en un impulso eléctrico, el cual finalmente a través del nervio auditivo llega al cerebro.

De alguna forma, las áreas corticales procesan el estímulo y hacen una 'media' entre las dos vías –la aérea y la ósea- y el resultado es que identifican esa voz como nuestra, como propia, eso sí, ligeramente más grave de cómo la escuchan los demás.

Nuestras palabras, las que generamos en la laringe, siguen, además, otro camino más directo, a través de los huesos del cráneo. De forma intuitiva esto lo sabemos todos, por eso cuando cantamos y queremos afinar lo que hacemos es taparnos los oídos, para anular la llegada de información a través de la vía aérea.

Este camino –el óseo- se realice por un 'pavimento' con estructuras histológicas de mayor densidad, por ese motivo sus viajeros son frecuencias más graves. Esto explica por qué cuando escuchamos la versión grabada de nuestra voz, aquella que tan solo tiene el componente que es transportado por el aire, la percibamos falsamente más aguda.

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Sobre el autor Pedro Gargantilla

Médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación

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