Las primeras guerras biológicas de la Historia, con flechas envenenadas
Semillas de tejo, veneno de serpiente, escarabajos o las toxinas de la rana venenosa figuran en la larga nómina de las ponzoñas

El uso del veneno para contaminar flechas, lanzas y dardos se remonta a la antigüedad, sabemos que griegos, romanos, celtas, dacios, escitas y persas las utilizaron por igual. Lo que les diferenciaba, en muchos casos, era la base del veneno empleado.
Antes de ... entrar en materia, una apreciación lingüística. No deja de ser curiosa la proximidad etimológica que existe entre los términos griegos utilizados para designar el arco (toxon) y el veneno (toxicon).
Uno de los primeros ejemplos que disponemos sobre este tipo de guerras biológicas aparece descrito por Homero en la 'Odisea'. Allí se nos cuenta que Ulises se dirigió a Éfira, una ciudad helena, para solicitar un veneno mortífero con el que pudiera untar sus flechas.
Del tejo a las serpientes
Los romanos emplearon la voz latina 'venenum', un término polisémico, para designar tanto al tóxico como a su remedio, pero también con él se hacía referencia a una droga mágica o abortiva. Es más, existía la figura del 'veneficus' romano, que era el encargado de elaborar los venenos y los hechizos.
La longevidad del tejo hizo que este árbol se convirtiera en sagrado y se le considerase especial a la hora de celebrar acuerdos, reuniones vecinales u otras solemnidades dentro de las comunidades celtas.
Todas las partes de este árbol son extremadamente venenosas para el ser humano, con excepción de la región carnosa de su fruto. Pero dentro del mismo se encuentra la semilla, la cual sí es especialmente tóxica, hasta el punto que los celtas la utilizaban para emponzoñar con ella sus flechas.
Muy diferente fue el tóxico que usaron los escitas en sus guerras biológicas. Unos cuatrocientos años antes del nacimiento de Cristo los arqueros emponzoñaban sus flechas con el veneno de las serpientes . Como era difícil conseguir cantidades significativas mezclaban su veneno con heces humanas y sangre , por lo que, con relativa frecuencia, lo que mataba a los rivales eran las infecciones provocadas por los microorganismos que viajaban en la flecha.
Las temidas ranas venenosas del dardo
En algunas regiones subsaharianas de África occidental se envenena las flechas con plantas que contienen glucósidos cardiacos, los cuales provocan una parada cardiorrespiratoria. Estas sustancias, por cierto, tienen su hueco terapéutico en la medicina occidental, ya que con ellas se tratan pacientes afectos de ciertos tipos de arritmias o insuficiencia cardiaca.
Al norte del desierto de Kalahari el veneno más empleado es el que se obtiene a partir de las larvas y pupas de escarabajos del género Diamphidia. Los antropólogos han descrito dos modalidades de empleo diferentes, o bien apretando el contenido de la larva directamente sobre la punta de la flecha, o bien mezclándolo con la savia de algunas plantas, que actúa como adhesivo.
En la cuenca amazónica el veneno más empleado es, sin duda, el curare, una sustancia que contiene alcaloides, como la tubocuranina o curarina, que bloquean los receptores nicotínicos de acetilcolina de la unión neuromuscular. En otras palabras, el curare es un potente relajante muscular que provoca la muerte por asfixia .
Sabemos que al oeste de Colombia vivían algunas tribus -Noanamá Chocó y Emberá Chocó- que untaban las puntas de los dardos de sus cerbatanas con el veneno que recogían de la piel de las ranas venenosas del dardo ( Phyllobates ).
Estos anfibios se caracterizan por lucir vistosos colores -que oscilan del azul al amarillo- con los que advierten del peligro a sus posibles depredadores. La toxina que producen estas ranas invierte la apertura de los canales celulares de sodio, impidiendo que los músculos se relajen y que el corazón realice su función. Se estima que de cada ejemplar se puede obtener el veneno suficiente como para matar a diez seres humanos.
En el año 2017 un grupo de científicos descubrió el secreto por el que estos anfibios son inmunes a sus propio veneno , al parecer radica en un aminoácido de su colorida piel, provocado por una mutación genética.

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación.
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