Mather y Smoot, premio Nobel de Física por conseguir la primera imagen del «Big Bang»
JOSÉ MANUEL NIEVESMADRID. Es la primera vez que un Nobel de Física premia la labor llevada a cabo por medio de un satélite. El ingenio, llamado COBE (Explorador del Fondo Cósmico), fue diseñado por el
JOSÉ MANUEL NIEVES
MADRID. Es la primera vez que un Nobel de Física premia la labor llevada a cabo por medio de un satélite. El ingenio, llamado COBE (Explorador del Fondo Cósmico), fue diseñado por el centro Goddard de Vuelos Espaciales de la NASA en ... los ochenta (y puesto en órbita el 18 de noviembre de 1989) con el objetivo de medir la radiación cósmica de fondo (en forma de microondas e infrarrojos) en el universo primitivo. O lo que es lo mismo, los rastros de calor dejados por el «Big Bang».
Más de mil personas, entre técnicos y científicos, participaron en el proyecto. Entre ellos, John Mather, investigador principal de la misión, y George Smoot, responsable de uno de los experimentos de a bordo, el DMR (Radiómetro Diferencial de Microondas), capaz de medir las diferencias de temperatura en el fondo de microondas con una precisión de una parte entre cien mil. Ambos, Mather y Smoot, comparten ahora el premio Nobel de Física 2006.
A mediados de la década de los sesenta, en pleno debate sobre la validez de la teoría del «Big Bang» frente a la del universo estacionario, dos ingenieros de telecomunicaciones, Arno Penzias y Robert Wilson, hicieron un descubrimiento histórico. Ambos intentaban medir las emisiones de radio procedentes de nuestra propia galaxia, y se encontraron con una molesta interferencia cuyo origen, además, parecía estar en todas partes. Midieran hacia donde midieran, la misteriosa señal siempre estaba allí. Sólo más tarde se supo que Penzias y Wilson, que compartieron por su descubrimiento el Nobel en 1978, habían encontrado la prueba definitiva del «Big Bang», una radiación cósmica de fondo, uniforme en todo el universo observable, que procedía directamente de los tiempos de la Gran Explosión. El valor de este tenue rastro térmico, 2,7 grados kelvin (cerca de -270 grados centígrados, muy cerca del cero absoluto, temperatura a la que cesa toda actividad atómica) podría compararse al tenue calor que aún emite una hoguera mucho tiempo después de haberse apagado.
Materia organizada
Ahora, Mather y Smoot han ido mucho más allá y, rastreando con el COBE hasta los rincones más lejanos del universo, encontraron a principios de los noventa unas ligerísimas variaciones de temperatura (anisotropías) en esta radiación de fondo de 2,7 grados kelvin. Estas pequeñas anomalías térmicas vienen a explicar otro de los grandes misterios a los que se enfrenta la Ciencia a la hora de determinar el origen del universo: el motivo por el cual la materia es capaz de organizarse en estructuras complejas en unos lugares, pero no en otros.
Según la teoría del «Big Bang», tras la explosión primigenia la materia habría tenido que distribuirse por el universo de forma homogénea. Un simple vistazo al cielo sirve, sin embargo, para darse cuenta de que no es así. El espacio es, fundamentalmente, un enorme vacío, salpicado de estrellas y galaxias, estructuras que, sencillamente, no deberían existir. A no ser, claro, que en el universo primitivo hubiera algún tipo de irregularidades originales que hubieran servido de embriones, una suerte de «imanes cósmicos» capaces de aglutinar la materia a su alrededor. Y eso es precisamente lo que reflejan las anisotropías medidas por el satélite norteamericano. Hace trece mil millones de años, alrededor de ellas pudo irse acumulando la materia necesaria para construir las complejas estructuras que podemos ver hoy. Más recientemente, en 2001, la NASA lanzó al espacio un nuevo satélite, el WMAP, para comprobar los datos del COBE. Con una resolución mil veces mayor, sus instrumentos revelaron detalles donde el primero mostraba manchas. El Universo, gracias a ambos ingenios, es ahora un poco más comprensible para todos.
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