Los Punsetes: «La madurez está infravalorada»
El conjunto estrenó el pasado lunes su tercer dico, «Una montaña es una montaña», y prepara para el sábado su puesta de largo en público
e. vasconcellos
Las letras de Los Punsetes son tan agradables como un dedo en el ojo. Proclaman incomodidades cotidianas y no se cortan un pelo. Para más señas, el grito de presentación de su segundo disco, LP2 (2010), fue el siguiente: «Que le den por ... culo a tus amigos». Hay quien dice que son «políticamente incorrectos»; ellos ponen cara de póker y aseguran que las cosas son tan sencillas como parecen. Cantan lo que se les ocurre. Sin poses. O eso dicen.
El grupo estrenó el pasado lunes su nuevo disco, Una montaña es una montaña, y se someterá al examen del público el próximo sábado en el Ocho y Medio (Madrid).
Hablar con Los Punsetes como unidad es imposible. La opinión de cada uno es propia y discutible, y advierten: «No nos ponemos de acuerdo en nada» . Sus ensayos son un cocktail de insultos y pruebas de sonido. «Todo lo que digáis a partir de ahora será usado en vuestra contra, ¿lo sabéis?». «Lo sabemos».
Tuvieron problemas con las cosas más elementales del disco: ponerse de acuerdo en el título y el orden de las canciones. «Una montaña es una montaña» es una frase del último tema del disco, John Cage. «Alguien lo eligió, nadie propuso nada mejor y así se quedó la cosa», señala Ari (vocalista). «A mí no me gusta, hubiera preferido no ponerle título...» , salta Gonzalo (bajo). Empieza entonces una reflexión sobre lo que pudo haber sido y lo que nunca será. «Esto es una dictadura democrática», dice Gonzalo; «una democracia dictatorial, ¿no?», responde Ari. La cosa es no coincidir.
El aire «planetero» de Los Punsetes se acentúa en el sencillo del nuevo disco, Alférez Provisional. Las primeras críticas al single han ido en ese sentido, pero le restan importancia y recuerdan que nunca han negado «las reminiscencias a Los Planetas y a muchas más cosas». Otro de los peros ha sido la «limpieza» del sonido del álbum en comparación con lo que se escucha en los conciertos. «Hemos cambiado cosas de cara al directo para que suene más parecido al disco», explica Ari. La voz y la actitud de esta última sobre el escenario siembra la discorida. Permanece recta, inexpresiva y sin conexión con el público. Se columpia antes de responder. «No sé, no sé, no es premeditado, así estoy cómoda».
Aseguran que el mosqueo colectivo del país no influye mucho en sus letras. «Escribimos igual que antes, si eso se recibe mejor o peor porque la gente esté más o menos cabreada, me parece fenomenal», puntualiza Antonna (guitarra), «las canciones están para usarlas». Las letras, en general, son menos inmediatas que en los dos anteriores discos. Sorprenden menos y necesitan más escuchas, pero no les importa: «Quizás no hay alocuciones tan directas, pero no tiene sentido que seamos esclavos de dar la campanada en todas las canciones». «Tampoco hace falta una defensa de lo bestia», añade. El cambio hacia lo menos explícito forma parte de la madurez del grupo, opina Gonzalo; la del que escribe y la del que escucha. «La madurez está infravalorada».
Esta ha sido la primera vez que Los Punsetes trabajan con El Guincho (Pablo Díaz-Reixa) en la producción. «Ha sido una feliz coincidencia», explica Antonna, «nosotros estábamos dispuestos a probar cosas nuevas y él quería hacerlo y estaba disponible». «Lo que hizo fue proponer ideas dentro de lo que nos venía bien», continúa Ari. Antonna repasa la producción con perspectiva y dice: «Ha sido lo suficientemente inteligente como para hacernos creer que respetaba las distancias, pero ha hecho lo que le ha dado la gana con el disco (risas)».
Por cierto, no compran el pan de molde que anuncia «el gran Punset», pero si apareciese su cara en el envase, Antonna no dudaría un instante en hacerlo.
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