Damien Hirst, alas de mariposa en la Tate Modern
La pinacoteca se suma al año olímpico con la primera gran retrospectiva del «enfant terrible» del arte británico
BORJA BERGARECHE
Con el bestiario escatológico de Damien Hirst expuesto al completo en la Tate Modern, la expectación en el pase para la prensa ayer en la capital británica era equivalente al de los días de partido. Todo era posible. Un molesto olor a colillas ... se apodera del ambiente nada más adentrarse en la que será sin duda la exposición del año olímpico, desde su inauguración mañana hasta que cierre sus puertas el 9 de septiembre. Pero, antes de poder fijar la mirada en el falso barco ebrio de los puntitos de color del artista británico o de detenerse en las fauces de su famoso tiburón, irrumpe en la escena una empleada de la pinacoteca que atraviesa las salas al galope armada de dos cazamariposas. Sorprendidos por la «performance» —¿formará parte del show de Damien?—, iniciamos la persecución hasta las salas 5 y 6 de la muestra «Damien Hirst». Allí está reproducida , por primera vez desde la exposición original de 1991, la instalación «In and out of Love».
Tras una cortina doble de plástico transparente, emerge el paisaje de jardín botánico con el que el inevitable «enfant terrible» del arte británico comenzó a experimentar a gran escala con la dualidad vida y muerte que caracteriza su obra. Decenas de mariposas vivas revolotean por la sala, posándose en los hombros de los vigilantes y en las grabadoras de los críticos de arte que les entrevistan. Una humedad relativa entre el 50 y el 70% y la temperatura de 25 a 30 grados, que se requieren para el bienestar de estos lepidópteros, desorientan los sentidos. En las paredes blancas se transforman ya varias crisálidas, que en pocos días darán vida a nuevas moradoras de la sala.
La mariposa, metáfora por excelencia de los distintos tránsitos entre la vida y la muerte, de los diferentes estadios entre la belleza y la fealdad añeja, protagoniza —junto a los más conocidos escualos y mamíferos empleados por Damien Hirst (Bristol, 1965) en su carrera— la arriesgada apuesta con la que la Tate Modern se integra en la Olimpiada Cultural con la que Londres quiere amenizar los Juegos de 2012. Con «solo» 46 años y británico, muchos se cuestionan este gran salto a la gloria artística concedido, sin pasar antes por la Tate Britain, a un artista conceptual tan audaz como controvertido.
Para facilitar la previsible peregrinación ha concluido la instalación de Tacita Dean en la Sala de Turbinas para mostrar —sin tener que pagar las 15.50 libras de la exposición— «For the Love of God», el becerro de oro postmoderno en forma de calavera humana recubierta de 8.601 diamantes que Hirst creó en 2007. «Vamos a vigilar el número de visitantes» , nos explica Ann Gallagher, responsable de la muestra, sin aclarar si habrá numerus clausus.
Mientras Gallagher paseaba recientemente por la muestra junto a Nicholas Serota, director de la Tate Modern, este encontró un ala de mariposa en el suelo, a los pies del gigantesco contenedor de vidrio y acero, que alberga el conocido tiburón de cuatro metros de Hirst. Serota, según nos explican, se lanzó a la carrera en dirección a las salas 5 y 6, determinado a devolver las alas a su extraño hábitat ¿natural? Pegado a la sudorosa pared, ajeno a estas carreras y empujones, Luke Brown es el encargado del cuidado de las mariposas. «La verdad es que hacemos todo tipo de cosas con ellas», explica. «Aquí solo nos han pedido recrear lo que se hizo en 1991», aclara. Las mariposas viven de media dos semanas, por lo que la empresa para la que trabaja irá trayendo distintas especies de granjas de Inglaterra para mantener esta extraña comunidad artístico-científica en 150-300 ejemplares.
El tiburón es otra de las estrellas de una retrospectiva que ha reunido por primera vez más de 70 obras de Hirst. «La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo» —así se titula la obra del escualo— fue creada en 1991 con el apoyo del galerista Charles Saatchi. Hirst se mudó al este de Londres en 1984 y entre 1986 y 1989 estudió bellas artes en el Goldsmiths College, germen del movimiento de los Jóvenes Artistas Británicos. El tiburón fue vendido al coleccionista Steven Cohen por entre 8 y 12 millones de dólares, y en 2006 sustituido por un nuevo ejemplar por la descomposición del pez original.
Entre la ironía insultante y la creatividad única de sus obras, la muestra incluye —junto a sus célebres pinturas de puntos o «Spot Paintings» y sus series sobre medicamentos— iconos del artista como «Mother and Child Divided», la vaca y ternera diseccionadas con las que asombró al mundo en la Bienal de Venecia de 1993. O «A Thousand Years», las dos vitrinas llenas de moscas con las que simbolizó en 1990 el ciclo de la vida, insertando una cabeza de vaca ensangrentada como alimento (Nota: varios periodistas se llevaron ayer ejemplares de moscas muertas, se escapan por el respiradero).
La muestra enfrentará por primera vez al artista más mediático de su generación con el público. Solo por ello, el descarado «blockbuster» de la Tate Modern merece la pena, porque ceniceros, pastillas, mariposas y diamantes centran la atención en la creatividad, y no en la vida, de un personaje que vendió en subasta obra por valor de 200 millones de dólares en las mismas 48 horas de septiembre de 2008 en que cayó Lehman Brothers.
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