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Las mañanas de gloria de Murdoch

Su madre clavó la definición de Rupert Murdoch: «No es el tipo de persona a la que le guste jugar en equipo»

Las mañanas de gloria de Murdoch ROGER RESSMEYER

BORJA BERGARECHE

En el otoño de 1999, Rupert Murdoch y Silvio Berlusconi todavía no habían intercambiado insultos desde las páginas y programas de sus respectivas propiedades mediáticas, como harían diez años más tarde. El 25 de junio de aquel año, el magnate australiano de la comunicación había contraído matrimonio, por tercera vez en su vida, con Wendi Deng, una atractiva mujer de origen chino de 31 años. 38 más joven que él. La boda, una bomba para el clan australiano dirigido por Dame Murdoch, la madre del empresario, se celebró por las aguas de la bahía de Nueva York a bordo del «Morning Glory», un espectacular Perini de 48 metros y dos mástiles propiedad de Murdoch. Adquirido durante sus tres décadas de matrimonio con Anna Torv, una católica de origen escocés, el «gloria matinal» iba a ser el lugar donde ambos se retirarían, según soñaba la madre de tres de los seis hijos de Murdoch.

El yate es además la única jocosidad pública del afable pero implacable australiano: se refiere al momento del día en que más capaz se veía Murdoch de aplicar en el ámbito conyugal el brío, energía y resistencia que caracteriza a su instinto empresarial. Unos momentos de gloria varonil que, abandonados los planes de jubilarse junto a su segunda mujer, seguro que aspiraba a disfrutar en compañía de su joven tercera esposa. Pero no pudo ser, porque tras la felicidad de la boda neoyorquina, Deng dejó claro que no le gustaba navegar. Así se lo contó un afligido Murdoch a Silvio Berlusconi, según explica un ejecutivo de medios de aquella época. A lo que Berlusconi respondió como solo él sabe hacer: «No te preocupes, yo te lo compro». Y a partir de entonces, fue el italiano quien sacó partido a las travesías en el espacioso yate de diseño, a mayor «gloria» de sus conocidas aficiones, por tierra, mar y aire.

Los dos titanes de la comunicación representan dos modelos de entender la propiedad de los medios. El todavía primer ministro italiano es ostentoso, graba discos de canciones, se presenta a las elecciones e interrumpe las emisiones de programas de sus cadenas. El australiano, por el contrario, «es campechano en apariencia, muy diferente a los gallos que hay en el sector, pero muy duro después; pertenece a una generación de hombres muy poderosos, que lo aguantan todo por su dureza, pero que son afables por haber empezado sus imperios de cero», explica un veterano editor español, que prefiere no ser identificado. Una generación en la que muchos ubican, por ejemplo, a Leo Kirch, el gigante bávaro de la televisión alemana cuyo emporio colapsó en 2002, y que murió el pasado día 14.

Comprar y comprar

Keith Rupert Murdoch nació en Australia en 1931, hijo de un importante periodista y magnate de los medios de Melbourne, Sir Keith Murdoch, que fue corresponsal de guerra en la Primera Guerra Mundial. Su madre, Dame Elisabeth Murdoch, la más importante filántropa en Australia a sus 102 años de edad, clavó la personalidad de su hijo cuando declaró en 2002 a la BBC que Rupert «no es el tipo de persona a la que le gusta jugar en equipo». Sir Keith siempre educó a su hijo para heredar el negocio familiar y, a su muerte —cuando Rupert tenía solo 21 años—, éste abandonó sus estudios en Oxford (Inglaterra) para asumir las riendas de la empresa. «Mi padre me dejó un sentido muy claro de que los medios son algo diferente», declaró el empresario hace diez años.

En los casi veinte años que van desde su entrada en el sector en 1953 hasta la adquisición del «Daily Telegraph» de Sidney en 1972, Murdoch marcó las huellas de su forma de hacer las cosas: comprar, comprar y comprar, hasta hacerse con los 147 periódicos que News Corporation tiene en Australia en la actualidad. Por eso, y aunque sobraban los motivos tanto estratégicos como para la reputación de todo el grupo, la decisión de bajar las persianas del «News of the World», una cabecera de 168 años de antigüedad, no debió ser fácil para un empresario que, aunque ha hecho su fortuna con la televisión por cable, no entiende un mundo sin periódicos.

Un mal trago detectado rápidamente por la nuera de la némesis británica de Murdoch, el enérgico propietario –y extravagante ciudadano— del grupo Mirror, Robert Maxwell, que fue además diputado laborista. En 1969, la familia Carr, uno de los apellidos de la aristocracia mediática inglesa, puso en venta el «News of the World», operación que dio lugar a doce meses de brutal pugna entre el inmigrante checo de izquierdas editor del «Daily Mirror» y un joven empresario australiano de 38 años. La idea de que el tabloide más popular del Reino Unido terminara en manos de tiburones emigrados enervaba al director del dominical, Stafford Somerfield, que emitió entonces su célebre sentencia de que el «News of the World» era, y debía seguir siendo, «tan inglés como el roast beef y el pudín de Yorkshire». Y lo fue, hasta que la locura de varios de sus periodistas, tolerada por acción u omisión por la propiedad del medio, forzó el «cierre por escándalo» del periódico rey de las escandaleras hace dos semanas.

Maxwell nunca lo habría hecho, dijo esta semana Pandora Maxwell, la ex mujer del hijo del editor del Mirror, a «The Daily Telegraph»: «Se diga lo que se diga sobre Bob, él abría periódicos, no los cerraba», disparó la nuera de un empresario laborista que amaba lo suficiente los periódicos como para lanzar en 1990 «The European», un fracasado proyecto de diario para toda Europa. Murdoch conquistó el Reino Unido con la adquisición en 1980 de su cabecera más prestigiosa, «The Times», y su versión dominical, «The Sunday Times». Y después se lanzaría a los mercados asiáticos, con la consolidación de la cadena de televisión por cable Star TV, y estadounidense, donde hizo de la derechosa cadena de noticias Fox TV la marca líder en el mercado del cable. Un brutal crecimiento a costa de dejar de lado a los periódicos, su criatura más querida (junto a su gato).

Según datos recopilados por «The Financial Times», los periódicos representaban el 90% de los ingresos del grupo Murdoch en 1980. Hace diez años, ya eran solo el 28%, y en 2010 generaron el 11% de los ingresos de una compañía que obtiene la mitad de su dinero del negocio del cable. Fox TV aportó en 2010 más de 1.000 millones de euros al beneficio del grupo. «The Times» y «The Sunday Times» perdieron más de 40. Sin embargo, el tabloide británico «The Sun» sigue siendo un buen negocio, y su gran capricho periodístico, «The Wall Street Journal», una imbatible fábrica de influencia política y empresarial. «A sus 80 años es un hombre audaz y visionario. Abandera personalmente la estrategia de cobro por contenidos en medios digitales Es siempre directo e incisivo en sus anotaciones. Sencillo al hablar, pero grandilocuente en sus ideas», asegura un directivo de News International que prefiere no citar su nombre.

Sus jugadas maestras

En la adversidad es precisamente donde más brilla la estrella ahora menguante del magnate australiano. Y sus victorias se cuentan por el número de gigantes a los que se enfrentó. Y casi siempre derrotó. En el Reino Unido, logró en 1986 lo impensable: doblegar a los todopoderosos sindicatos de imprenta a los que, a pesar de que habían sacado a 6.000 trabajadores de periódicos de Murdoch a la calle, engañó con una audacia que todavía hoy sorprende. La empresa levantó durante meses unas nuevas rotativas e instalaciones en los muelles del este de Londres, en Whapping. Los sindicatos pensaban que sería la sede de un nuevo diario vespertino.

Hasta que, un día, Murdoch envió cartas de despido a los 6.000 huelguistas, trasladó la impresión de «The Times», «The Sun» y sus dos gemelos dominicales a Whapping, y sustituyó a los trabajadores despedidos con miembros de otro sindicato. En unos años, el resto de diarios siguieron a los de News International, poniendo fin —en plena era Thatcher— a siglos de poder sindical. «No se puede ser un “outsider” y exitoso a la vez durante 30 años sin dejar un poco de cicatrices aquí y allá», dijo Murdoch a la revista «Time» en 1999.

Si en el Reino Unido sus conflictos fueron con la clase trabajadora, en Estados Unidos no ha dudado en enfrentarse a las elites de la costa Este. Cuando su afán comprador puso en la diana a «The Wall Street Journal», Murdoch estudió las debilidades y disfuncionalidades de los Bancroft, la familia de patricios blancos que lo había regentado durante un siglo. Se resistieron. Maniobraron. Se llevaron las manos al cielo por que el dueño de la histérica Fox TV se hiciera con su periódico. Pero discutieron. Se dividieron. Y cayeron en las garras de un editor de raza, para lo bueno y para lo malo, incapaz de manejar una blackberry, que siempre quiso una de dos: «The New York Times» o «The Wall Street Journal».

Cayó la aristocracia blanca, y se estremeció el poder negro. Durante dos años, el Barack Obama candidato se negó a ser entrevistado en Fox TV, hasta que en 2008 necesitó su púlpito para llegar a votantes blancos conservadores del sur. Desde la Presidencia, la audiencia de la cadena crecía cuantas más veces Obama declinaba las peticiones de entrevista, hasta que en abril de 2010 les concedió una en exclusiva. Para entonces, la cadena líder de la televisión por cable era ya un suculento negocio para el australiano, y una pesadilla para la progresía americana.

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