El dramático bautismo de Manu Brabo
Con sus cámaras por muleta, tomaron el pasado marzo la alternativa Brabo y Ginory ante los afilados pitones de la guerra
LUIS DE VEGA
El fotoperiodista Manu Brabo huia del acoso de las tropas de Muamar Gadafi en un vehículo todoterreno junto a un grupo de rebeldes cuando una bala de calibre considerable dejó seco en su asiento a uno de ellos. Tardó varios días en ser capaz de ... regresar al frente. «Salíamos de allí a toda prisa cuando entró una ráfaga de artillería pesada por la ventana del copiloto y le reventó la cabeza al chico que iba delante de mí». Todavía impresionado le describió así la escena a Ehedey Ginory, un colega que escapó también del lugar con las balas haciéndole temblar hasta el alma. Tras la convalecencia profesional en la retaguardia, Brabo acumuló el temple necesario para salir del burladero de su hotel en Bengasi y dirigirse al ruedo bélico junto a otros colegas , entre ellos Ginory, a pegarle unos lances al miedo. Quería salir por la puerta grande del fotoperiodismo.
Así es, con sus cámaras por muleta, como tomaron el pasado marzo la alternativa Brabo y Ginory ante los afilados pitones de la guerra. Unas semanas después, el miércoles 20 de abril, un proyectil de mortero lanzado por hombres de Gadafi acabó en Misrata con la vida de los reputados fotoperiodistas Tim Hetherington y Chris Hondros . De nada sirvió su experiencia en numerosos conflictos armados. La guerra es así, pensaron muchos, sin olvidar las estadísticas: 36 fotógrafos han perdido la vida sólo en el conflicto de Irak desde 2003.
En cualquier caso, ha sido inevitable volver a recordar aquel 10 de febrero de 1971, cuando en medio del avispero vietnamita, fue derribado el helicóptero en el que volaban los fotógrafos Larry Burrows, Henri Huet, Kent Potter y Keisaburo Shimamoto. Poco ha cambiado la profesión desde entonces. La inmensa mayoría de los periodistas fallecidos, heridos o capturados en el frente libio cuarenta años después son reporteros gráficos. Para Hetherington y Hondros este ha sido su último paseíllo. Para otros, como el asturiano Manu Brabo (1981), el canario Ehedey Ginory (1980) o el catalán Edu Bayer (1982), es el primero. Ninguno llevaba en la mochila contrato, ni seguro, ni nada parecido.
El casco «protector»
Resignado ante estos obstáculos, Brabo regresó al campo de batalla a los pocos días de ver la guadaña de cerca. Pero decidió hacerlo protegido con un casco. ¿Cuál? El que le habían regalado los rebeldes, obtenido como trofeo de uno de los militares de Gadafi al que nunca más le haría falta. Así lo fotografió Ginory en la tarde del lunes 4 de abril, un rato antes del último regreso de Brabo a Bengasi. El asturiano fue capturado en Brega por el Ejército del dictador al día siguiente junto a otros tres compañeros no lejos de donde había «estrenado» su casco la víspera. Se había arrimado y bien.
Comenzaba entonces un largo cautiverio que numerosos compañeros de profesión, amigos y familiares se han encargado de recordar de manera cotidiana en las calles de varias ciudades de España y a través de internet a cada instante. El 22 de abril las autoridades libias le dejaron llamar por teléfono a sus padres y el lunes pasado un diplomático español pudo visitarlo en el piso donde estaba retenido a las afueras de Trípoli .
Manuel Varela de Seijas Brabo, conocido como Manu Brabo, había llegado al frente con más ilusión que medios al olor de las revoluciones árabes . «Se fue a Libia el 23 de febrero con un billete de turista, mil euros prestados, una cámara Nikon a plazos, ilusión e inmensas ganas de reconocimiento para abrirse el camino que eligió», relata Manuel Varela, su padre. Representa el prototipo de reportero independiente que choca con las dificultades sin ánimo alguno de detenerse. Manu «trabaja en lo que puede, en lo que le va saliendo, para conseguir la pasta para sus proyectos. Así llegó a las minas de Bolivia, a la ciudad oculta en Argentina, a Kosovo en su apogeo nacionalista o a Palestina», añade su padre. «Sus inicios fueron con una Konika que hábilmente me secuestró».
Convivir con el riesgo
La frontera que separa la inconsciencia de la profesionalidad es, en los conflictos armados, muy delgada, independientemente de la experiencia acumulada. A veces esa línea es inexistente y trabajar se reduce a una lotería. «Manu o Guillermo Cervera —otro fotógrafo español que viajó a la zona— piensan que no es suficiente ver salir a refugiados del frente. Para ellos es necesario ver lo que pasa en primera persona, no que se lo cuenten», reflexiona Ehedey Ginory, un profesor de educación física y ocasional fotógrafo de surf que decidió seguir con una cámara de vídeo y una de fotos los pasos de su amigo Cervera en Libia. «Durante mi primer fuego cruzado me olvidé de las cámaras y me dediqué a cubrirme. Volví al hotel muy cabreado. No estaba contento. Veía que los compañeros eran capaces de hacer fotos durante los tiroteos, algo que era muy difícil para mí», reconoce Edu Bayer, llegado por impulso propio a Bengasi en los primeros días de las revueltas, cuando todavía la revolución libia no había tornado en guerra civil. «Intentas ver cómo trabaja la gente, a dónde se va cuando pasa por encima el avión con las bombas», explica. «No me basta el peligro, la adrenalina, los premios y las felicitaciones», sentencia algo frustrado este periodista que había trabajado ya en países como Ruanda o Birmania y que echa de menos no haber llegado a trabar más contacto con la población local.
«Cuando estás allí lo que quieres es hacer la foto e irte»
«La mejor fórmula para demostrar si vales es meterte. Ese paso lo hemos dado todos», afirma Emilio Morenatti, que, avanzada su carrera como fotógrafo de agencia, se fue a vivir a Afganistán, donde floreció la motivación y el reconocimiento que no encontraba en España. Pero la guerra no discrimina entre novatos y maestros. Una mina hizo saltar por los aires en agosto de 2009 el vehículo militar estadounidense en el que viajaba Morenatti, rodeado de éxitos y considerado uno de los reporteros gráficos españoles con mayor proyección en el mundo. El periodista gaditano perdió en Afganistán su pierna izquierda de rodilla para abajo pero sigue demostrando a diario desde Egipto o la frontera libia que aquel bombazo no le retiró. «Ahora tengo más experiencia pero un 33 por ciento menos de discapacidad. Pero hay muchas maneras de cubrir un frente de guerra sin estar necesariamente en medio del fuego cruzado. Ya lo he experimentado y no necesito esa adrenalina. Cuando estás allí en medio lo que quieres es hacer la foto e irte».
A la carrera —pero sin dejar de grabar con la cámara de vídeo— se fue Ehedey Ginory cuando estalló, cerca de donde él se encontraba, una granada que dejó a uno de los rebeldes que le acompañaban sin piernas. «Corríamos tanto que no sabíamos quién estaba herido y quién no». Entre los informadores que fueron testigos del ataque sólo había reporteros gráficos. «Hay muy pocos plumillas que van hasta donde llegan los fotógrafos . Muchos periodistas han hecho crónicas con mis fotos», señala Morenatti con cierto tono de denuncia. «Pero es verdad que muchas veces en el frente solo consigues la foto. No siempre está allí la noticia», aclara.
«Indiscutiblemente» la aventura libia le ha hecho a Ginory ganar más «en lo personal» que en lo económico. «Puede que recupere algo de lo que invertí en el viaje, pero hasta que no lo tenga en la mano...», añade refiriéndose a la cantidad que todavía tiene que cobrar de una televisión para la que estuvo enviando vídeos junto a Guillermo Cervera.
«Condiciones de precariedad absoluta»
«He recuperado lo invertido, pero no he ganado nada de dinero . En lo personal sí he ganado un montón», coincide Edu Bayer, que se gastó unos 2.000 euros para ir a Libia y que ha logrado publicar algunas fotos dentro y fuera de España. Trabajaban, como muchos otros, en condiciones de «precariedad absoluta, sin teléfono satélite para transmitir, sin dinero para transporte, comida o alojamiento... solo cobrando una miseria, que no da ni de lejos para cubrir los gastos. Y todo esto por jugarte la vida», reconoce sin tapujos Ginory. Bayer piensa en alto frente a la insultante despreocupación de algunas empresas: «Lo de los «freelance» nos convierte un poco en piratas, mandamos nuestro trabajo a todos lados para poder llegar a fin de mes. Para vivir así hay que trapichear mucho o tener muchos años de experiencia».
«Ser freelance es el pan nuestro de la mayoría de los fotógrafos», advierte Morenatti a pesar de estar contratado por la agencia Associated Press, uno de los pilares de la información en todo el mundo. «Entre nosotros hablamos de manera frecuente de nuestra primera guerra. Íbamos tirados, desprotegidos y con un alto grado de inconsciencia». Así se encontraba Manu Brabo hasta el día que cayó en manos de las tropas de Gadafi. A pesar de todo, estaba logrando imágenes que estaban siendo publicadas en medios influyentes. «Brabo tiene un talento incipiente» , apunta Morenatti. «A ver cómo responde a todo esto que se ha montado a su alrededor. Sería inteligente que no tratara de aprovecharse de este efecto mediático, siga siendo él mismo y que sea capaz de poner al servicio de la sociedad su experiencia».
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