Desmadre en la Casa de Campo
Para miles de jóvenes, la Nochevieja sigue 25 horas después: alcohol, porros y música electrónica en un «parking» junto al Madrid Arena
CARLOS HIDALGO
Un pestazo a porro de impresión nos da la bienvenida a la Casa de Campo. Cuando llevamos diecisiete horas de 2011, hay gente, pero que mucha gente, que sigue de fiesta desde el año pasado. Asistimos al que es, probablemente, el macrobotellón más multitudinario de ... la temporada. Y uno en los que más se desfasa... En todos los sentidos. «¿Quieres fumar o qué? Aún me queda algo ahí dentro», nos ofrece un chaval, a dos pasos de la boca de Metro de Lago y justo después de pasar una patrulla policial. Otros dos chicos, que apenas habrán rebasado la mayoría de edad, matan su «peta» en un parterre atestado de los restos de «botellón».
Es 1 de enero. Pero llega el día 2 y sigue la juerga. La tarde es gris y anochece pronto; sin embargo, son muchas, la mayoría chicas, que llevan puestas gafas de sol. «Es que venimos de “empalme”...», dice una, que desde que se comió las doce uvas no ha aparecido aún por casa. Ya en la plaza de la Puerta del Ángel se notaba que cientos de metros más allá se cuece algo. Mucho coche tuneado, conductores jóvenes y un escándalo de cláxones eran buena muestra de la impaciencia de quienes deseaban poner en marcha cuanto antes sus discotecas sobre cuatro ruedas en el cenagal de la Casa de Campo.
En el «botellódromo» improvisado en torno al lago, los gritos que da la embriaguez disputan con los decibelios de la música electrónica que escupen los coches. Grupos de chicas se confunden con los arbustos, faldas remangadas, mientras orinan a la vez que hablan de sus amoríos: «A mí el Javi me sigue molando, tía, pero es que no puede ser...», le dice una amiga a otra.
Sergio, Pablo y Quique tienen entre 18 y 20 años. El mayor los cumplió el último día de 2010. «Somos de Alcázar de San Juan, pero es el segundo año que venimos aquí, a celebrar mi cumpleaños», dice el homenajeado. No tienen empacho en reconocer que la noche anterior salieron «un poco». «Nos tomamos algo, luego unos porrillos... Y a casa», afirma uno, antes de que su colega añada: «Pues yo vengo sin haber dormido nada». ¿Habrán llegado en transporte público? «No, en mi propio coche... Pero ahora nos hemos quedado sin porritos», insiste el otro.
La otra cara de la tarde-noche la presentaba la fiesta por todo lo alto que Space of Sound organizó por quinto año consecutivo en Madrid para recibir el nuevo año. Se vendieron entre 23.000 y 24.000 entradas para esta celebración en clave de música electrónica que ya se ha convertido en todo un clásico. Seis escenarios en tres enclaves (dos de ellos en el propio Telefónica Madrid Arena y el tercero en el edificio anejo, el Palacio de Cristal) para más de cuarenta dj's de primera fila. Eso sí, a un precio no al alcance de cualquier bolsillo. Hasta 80 euros si se había esperado hasta última hora para comprar el tique, y sin consumición. Aunque algunos ofrecían, cerca de la puerta de acceso, entradas a 50 euros.
La sala principal es la que más impresionaba. Las gradas donde hasta este año pasado los forofos del Estudiantes veían jugar a su equipo habían sido retiradas, hasta dejar un espacio diáfano y de distintas alturas donde los locos de la música de baile se confundían con luces azul eléctrico, go-go y, ya entrada la noche, espectaculares performances desde las alturas del pabellón.
Las copas, muy caras
«Este festival se vende solo, es uno de los mejores», reconocía uno de los asistentes. «Eso sí, las copas son caras; 10 euros cada una, aunque hay promociones de tres por 25 euros». Sobre el asunto de quienes se estaban pasando de la raya fuera, en la zona del «párking», este chico, que se reconoce consumidor de ciertas drogas, reconoce: «El que quiera se encuentra de todo en sitios así, como en cualquier parte. Así es la fiesta, aunque yo aquí no he visto nada raro».
Quizá sería por la seguridad privada —tanto de la organización como de Madrid Espacios y Congresos, empresa municipal que gestiona el recinto—, además del plan policial coordinado por la Delegación del Gobierno, por lo que el ambiente dentro de la fiesta era mucho más «sano» —dentro de lo que cabe en una masificación de este tipo— que fuera, donde abundaban los menores de edad completamente etílicos.
Antes de retirarnos del parque, llega el último testimonio: «¡Ehhh! ¡Luismi, tío, estoy junto al Metro! Tengo puesto un gorro verde... ¡Que no sé cómo volver a casa! ¡Feliz 2011!».
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