LA ROTONDA
DE LA DIAGONAL A LA RAMBLA
El pésimo balance de 2010 en Barcelona tiene dos hitos fundamentales: la Diagonal y ahora, aunque sea anécdota, las pajarerías de la Rambla
Ala hora de hacer balance de lo que ha sido la vida municipal en Barcelona en este 2010, el referéndum de la Diagonal va a ocupar sin duda un lugar destacado. Mucho se ha hablado ya de la que ha sido probablemente la torpeza política ... más grande de los últimos tiempos. Los errores propios, junto a la hábil estrategia de la oposición —la imposición de CiU de introducir en el referéndum el «no a la reforma» fue un gol antológico— condujeron a un desastre de proporciones colosales: si Joan Clos comenzó su declive con el Fórum, Jordi Hereu firmó su sentencia con la Diagonal.
Tanto en el Fórum como en la consulta de la Diagonal, la ciudadanía percibió el aroma de la impostura, y fue despiadada. En 2004, Barcelona no tragó con un evento que decía vender la multiculturalidad y el buen rollismo pero que estaba envuelto en un paquete con los peores tics de un parque temático.
Del mismo modo, en la Diagonal, la ciudad captó enseguida que le intentaban vender también algo que no era. De entrada, el Ayuntamiento intentó colar como la apoteosis de la participación lo que no era más que una dirigida maniobra para congraciarse con la ciudadanía. Cuando al barcelonés se le dio la opción de poder votar no a la reforma, se lanzó con saña y castigó de manera severa al Ayuntamiento. La consecuencia es sabida: dejó a Hereu casi hundido y la Diagonal sigue como siempre, siendo un paseo intransitable, eternamente colapsado. Está claro que ningún candidato va a presentarse a la campaña de las locales de mayo de 2011 con un proyecto de reforma bajo el brazo, pero es obvio que el alcalde que salga de los comicios de mayo debería empezar a plantearse, sino a corto a medio plazo, qué hacer con la Diagonal.
Junto a la fracasada consulta para la transformación del paseo, la fallida reconversión de los puestos de animales de la Rambla ejemplifica por qué al gobierno de la ciudad no le están saliendo bien las cosas. Lo que podría haber sido una decisión aplaudida y consensuada ha acabado convertida en un total fiasco por una mala planificación de los tiempos y una equivocada política de comunicación, en este caso no atribuible a los profesionales del tema que trabajan en la Casa Gran sino a unos políticos de asombrosa torpeza.
Los nuevos chiringuitos que sustituyeron a las pajarerías no gustaban a nadie: ni a los comerciantes de la zona que entendían que eran competencia desleal —empezando por unos quiosqueros que más que vender diarios regentan bazares; ese es otro tema que habrá que afrontar— ni a una ciudadanía a la que se ha expulsado de la Rambla. El disgusto general y las doctas opiniones descalificando los nuevos puestos —Permanyer o Bohigas, hablando de «chiringuitos putrefactos»...— ya hace meses que se suceden, con lo que el «rampell» que ha llevado el alcalde a ordenar la «solución final» para las pajarerías ha cogido a todos por sorpresa, incluso a quienes han defendido su desaparición. Un desastre completo, vaya.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete