Los siete «ángeles» de la mina
Detrás del milagro de la mina San José hay siete hombres templados, los pilares de la fe sin los cuales los mineros no habrían sido extraídos de las entrañas del desierto
CARMEN DE CARLOS
«Los 33» de Atacama están sanos y salvos. Detrás del milagro de la mina San José hay siete hombres templados, firmes como la roca, duros como el mineral, son los pilares de la fe sin los cuales los mineros no habrían sido extraídos de ... las entrañas del desierto.
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Detrás de la montaña, delante de las cámaras, encerrados en despachos de campaña, frente a los controles de las gigantescas máquinas que horadan la tierra, con la vista clavada en los planos, con los dedos cruzados para que todo salga bien… Son los otros, los que estaban arriba y tenían que sacar a los de abajo. Hay ingenieros, políticos, rescatistas, psicólogos, efectivos de la Armada, chilenos, estadounidenses... La lista multiplica varias veces la cifra de 33. Todos estos hombres fueron necesarios para el mayor rescate de la historia. Sin ellos, cada uno desde su responsabilidad, los mineros que vivieron sepultados 70 días, hoy no lo podrían contar.
Luis Urzúa
La Nasa descubrió en el topógrafo Luis Urzúa el perfil del hombre perfecto para dirigir equipos en situaciones extremas. La noticia no sorprendió en Chile. El jefe de turno de la mina y capitán de tropa a setecientos metros bajo tierra tomó el control de la situación en el minuto uno. Su entereza, capacidad de mando e intuición, evitaron que en estos 70 días estallara una rebelión a bordo de la cueva de San José. Del 5 al 22 de agosto, los 33 estaban desaparecidos. Urzúa repartió una cucharadita de atún al día y ordenó al «equipo» en grupos afines. Último en salir, mantuvo la serenidad y la calma, saludó a todos sin prisa, traspasó el mando «de este turno» a Piñera y no olvidó decir lo más importante: «Espero que esto nunca más vuelva a suceder». Se merece un monumento.
Gustavo Patricio Roblero
Cabo primero de la Armada, este rescatista simboliza el prestigio recuperado de la Marina tras el maremoto de febrero, donde un primer cable de la Fuerza descartó el tsunami que asoló buena parte de la costa chilena. Enfermero militar en la guerra de Irak se sorprendió de la reacción de los mineros cuando llegó al final del pozo, de 622 metros, donde le esperaba la cuadrilla. «Dos querían sacarse fotos con nosotros pero yo quería sacarlos rápido». En el ascenso se «produjo un desplazamiento de roca», confesó más tarde. «Miedo no, en alerta sí». El capitán de Fragata, el doctor Andrés Llerena, y el enfermero naval Cristian Bugueño se ocuparon se las primeras revisiones médicas de los mineros.
Jeff Hart
Sin él y sin Matt Staffel los mineros seguirían penando bajo tierra. Ambos sujetaban las riendas de «la liebre», como se bautizó en Chile, por su velocidad, a la perforadora Schramm T-130. Con esta mole de cuarenta toneladas lograron abrirse camino entre las rocas del desierto de Atacama. En 33 días atravesaron 622 metros. Los dos ciudadanos estadounidenses pasaron de perforar pozos en Afganistán a meterse en el fondo del corazón del desierto de Atacama. Sin dudarlo, mientras se despedía del campamento Esperanza seguido de una rezagada «liebre», confesó: «Ha sido el momento más increíble de toda mi vida. Nunca había hecho algo tan emocionante».
André Sougarret
De 46 años, jefe de los sondajes del yacimiento, gerente de división, rescatista mayor… Cualquiera de los cargos que se le atribuyan se resumen en uno: el cerebro del rescate. Ingeniero de minas, Sougarret se desesperaba con el desastre de planos del yacimiento. La falta de precisión entorpeció el plan de rescate, forzó el desvío de las sondas e hizo peligrar la vida de los 33. Todos los días daba el parte del Plan A, la Raisebore Strata 950; el Plan B, la Schramm T-130 y el C, el de la Rig-421, la plataforma petrolera. Apostó con el ministro Golborne que la primera en llegar sería la T-130, y acertó. «Es lo más emocionante que he hecho en mi vida», confesó después del rescate con lágrimas en los ojos.
Alberto Iturra
La cara visible del equipo de psicólogos atravesó momentos difíciles. De las profundidades de la tierra un minero envió un manifiesto en nombre de sus compañeros solicitando su retirada. Los reproches apuntaban al excesivo control de sus vidas y las de sus familiares. El psicólogo respondió: «Mientras se enojen conmigo no se enojan entre ellos». Después de ver cómo los 33 atravesaron el suplicio de estos dos meses eternos en el fondo de la tierra, resucitaron en la superficie y realizaron sus primeras declaraciones, es de justicia reconocer que los psicólogos (ciento sesenta de respaldo, incluidos los internacionales desde el exterior) hicieron un buen trabajo.
Laurence Golborne
El ministro de Minas, estuvo a pie de obra, sin descanso, desde el primer día. Encajó las críticas iniciales de los familiares y de los medios de comunicación pero siguió adelante. Ofreció información detallada y consuelo en el campamento Esperanza. Vivió estos setenta días, según sus palabras, como en «un tobogán de emociones». En una de esas ocasiones, cuando creyó que los 33 mineros estaban muertos, intentó aguantar el tipo. No pudo, las lágrimas le vencieron. Un chileno le encaró: «¡Señor ministro, la fortaleza la tiene que tener usted. No flaquear ahora!» Golborne sacó fuerzas de donde no había, continuó buscando alternativas con los ingenieros, los técnicos, los rescatistas. El 22 de agosto, cuando se descubrió que estaban vivos, sus lágrimas fueron de alegría. Recibió a todos los mineros en la plataforma, les abrazó y, como el mundo entero, volvió a emocionarse. Su popularidad pasó de caer en picado a dispararse como un cohete. Su nombre ya se baraja para suceder a Sebastián Piñera en el Palacio de La Moneda.
Sebastián Piñera
«Los chilenos y Chile no somos los mismos. Chile está más unido, es más fuerte, más respetado y querido en el mundo entero». La sentencia del presidente responde a una realidad comprobada. El desenlace feliz de un drama que pudo ser una tragedia ha colocado a este país, atrapado entre el monte y el mar, en el mapa de los más grandes. Piñera, terco e inasequible al desaliento por naturaleza, convirtió el derrumbe de la mina San José en obsesión propia y de su Gobierno. Actuó como un verdadero jefe de Estado. Estadista sin complejos, pidió ayuda al mundo para sacar del hoyo, al precio que fuera, a los 33 mineros. Capitalizó merecidamente el éxito. Chile es hoy más grande, más querido y respetado. Hasta el «eje bolivariano» se descubre el sombrero ante un hombre al que ayer miraban, por estar sentado a su derecha, con cierto desprecio. Amante de los gestos, Piñera guardó y conservó durante este tiempo la primera nota de los mineros del 22 de agosto: «Estamos bien en el refugio, los 33».
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