Drácula y compañía
Drácula, Carmilla, el «vurdalak» y un sinfín de criaturas sedientas de sangre revolotean por la antología «Vampiros»
andrés ibáñez
Es posible que usted piense que no le interesan los vampiros, o incluso que el tema es poco serio y propio de lo más bajo y ramplón de la literatura. La presente antología, que aparece ahora en Atalanta en su tercera encarnación (posiblemente ... no la última, ya que sabido es que los vampiros mueren y renacen continuamentes), puede hacerle cambiar de opinión.
El antólogo, que en la anterior antología firmaba con buen humor como «conde de Siruela» y aquí es simplemente «Jacobo Siruela», está evidentemente enamorado de su tema, y lo presenta y defiende tan bien que puede convencer, creo, al más escéptico.
Comencemos con el prólogo, cuarenta tersas páginas donde se resumen muchas lecturas y donde ya podemos empezar a entrever que el tema de los vampiros esconde muchas más cosas de lo que podría hacernos suponer el cliché convencional: un hombre con patillas que muerde en el cuello a una chica drogada.
La selección alterna textos bien conocidos y sin duda inevitables («El vampiro», de Polidori, o «La muerta enamorada», de Gautier) con otros mucho más raros
Hay unas páginas muy interesantes sobre la importancia de la sangre en las culturas antiguas (sin ir más lejos, en la Biblia) y una historia del vampirismo occidental que puede suponer un verdadero descubrimiento para el no iniciado. Nos enteramos así de que entre fines del siglo XVII y principios del XVIII hubo una verdadera «epidemia» de vampiros en el Este de Europa (Prusia, Valaquia, Rusia, Silesia), una región que será siempre la patria original del vampiro. ¿No podríamos, quizá, poner tales «epidemias» en relación con las epidemias de brujas que sacudieron Europa entre los siglos XVI y XVII?
Nos enteramos también de que en la Francia del siglo XVIII se publicaron al menos «doce tratados y cuatro disertaciones» sobre los vampiros, el más importante de los cuales es el de Calmet, al que Feijoo dedica una de sus Cartas eruditas, y descubrimos además que el tema preocupó e intrigó a Voltaire (a quien escandalizaba que en el siglo de Locke y de Diderot todavía se hablara de vampiros) o a Rousseau, que mantenía una actitud mucho más receptiva ante el tema, y que sin llegar a «creer» en la realidad de los vampiros sugería que la pervivencia de estas historias y los numerosos testimonios existentes al respecto, deberían ser materia de reflexión y de estudio. «En el fondo», concluye Jacobo Siruela, «el hombre moderno desea inconscientemente ser como un vampiro: su nihilismo y su sed desesperada de perpetuar la vida son semejantes.»
No despertéis a los muertos
La antología, casi quinientas finas y cremosas páginas salpicadas con abundantes ilustraciones (grabados, cuadros, fotogramas cinematográficos, ilustraciones tomadas de ediciones originales) es una maravilla, y alterna textos bien conocidos y sin duda inevitables («El vampiro», de Polidori; «La muerta enamorada», de Gautier, o «Carmilla», de Sheridan Le Fanu) con otros mucho más raros. Las traducciones son todas excelentes.
Muchos de los relatos son magistrales y todos se leen con placer e intriga. «No despertéis a los muertos», de Tieck, el que abre la colección, introduce ya el tema de la mujer vampiro, que es casi el motivo conductor de toda la colección. Maravillosos cuentos románticos, ejemplos señeros de un género que (a pesar de Hoffmann, de Poe o de Bécquer) nos hemos acostumbrado, quién sabe por qué, a no tomar en serio, quizá por la práctica inexistencia de una prosa de ficción romántica en español.
«La muerta enamorada», de Gautier, plantea, junto con el tema del vampirismo, otro no menos apasionante: el de la duplicación psíquica que sufre su protagonista, que vive dos vidas diferentes, una durante la vigilia (en la cual es un sacerdote) y otra durante la noche (en la cual es el amante de la bellísima Clarimonda) y que termina por no saber cuál es la vida verdadera y cuál la soñada.
La mayoría de los relatos de la presente antología, y quién sabe si del género, tienen como protagonistas a mujeres
También son cuentos románticos de distintas épocas «La familia del vurdalak», magnífico cuento de Alexéi Tolstoi; «Porque la sangre es vida», de Francis Marion Crawford, o «La nieve que arrastra el viento», de August Derleth, mientras que «Páginas del diario de una joven», una magistral novella de Robert Aickman publicada en 1975, recrea, con asombrosas dotes evocativas, la conciencia de una muchacha contemporánea de Byron y Shelley y se sitúa de nuevo, por tanto, en plena época romántica.
Si «Bebe mi sangre», de Richard Matheson (autor de la célebre Soy leyenda), es sin duda el cuento más estremecedor y terrorífico de la colección, «Páginas del diario de una joven» es uno de los textos más brillantes, seductores y misteriosos. Mención aparte merece «El almohadón de pluma», de Horacio Quiroga, que quien esto escribe nunca habría esperado encontrarse en una antología de vampiros, pero que cumple la curiosa función de dar una versión casi naturalista (me refiero a los que estudian la naturaleza, no a los partidarios de Zola) del tema que nos ocupa.
Obras únicas
Siempre he sido un amante de las antologías. Nos permiten leer a autores que sólo leeríamos y leeremos en una antología (la maravillosa «Carmilla», de Sheridan Le Fanu, por ejemplo, que yo leí por vez primera, con catorce años, en otra antología), nos permiten descubrir a autores que luego podremos explorar por nuestra cuenta y nos permiten leer obras que son, en cierto modo, únicas (como «Enoch Soames», «La pata de mono» o la presente «La familia del vurdalak», de Tolstoi, por ejemplo).
«En el fondo», concluye Jacobo Siruela, «el hombre moderno desea ser como un vampiro»
Aunque el vampiro arquetípico, el lord Ruthven de Polidori o el conde Drácula de Stoker, es un hombre, normalmente un hombre de porte aristocrático y refinado, la mayoría de los relatos de la presente antología, y quién sabe si del género, tienen como protagonistas a mujeres. En ocasiones son malvadas harpías, pero en otros casos son simples víctimas de fuerzas que no pueden controlar o bien mujeres traídas de la tumba por sus enamorados esposos o amantes, que no se resignan a perderlas. Hay vampiras enamoradas que sufren al tener que alimentarse de sangre y hay hombres que dan gustosos la suya con tal de mantener con vida a la sombra de la que fue.
Vemos a través de estos relatos lo que quizá sea el envés del tema de los vampiros: el dolor por la muerte de la esposa en una época de tisis y de partos peligrosos y, paralelamente, el posible propósito terapéutico de un mito moderno que pretende reconciliarnos con la idea de la muerte, dándonos a entender que si esta es dolorosa, una hipotética abolición de la muerte o la posibilidad de volver a traer al fallecido al mundo de los vivos resultaría en algo mucho más horrible y antinatural.
«Vampiros». Varios autores. Edición y prólogo de Jacobo Siruela. Varios traductores. Atalanta. Vilaür (Gerona), 2010. 489 páginas, 25 euros
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