Fernando
JONJUARISTISAVATER, por supuesto. Disculpen que comience citando versos de un

SAVATER, por supuesto. Disculpen que comience citando versos de un poema mío a él dedicado: «Pues bien, ha sido un lujo seguirte en la distancia/ y a veces no seguirte/ pero con la certeza del encuentro futuro». En ellos se resume lo que Fernando Savater ha sido y es para mí desde hace cuarenta años. Una referencia en el horizonte, que a menudo pierdo de vista deliberadamente. Pero, sobre todo, una certeza. La certeza absoluta de que aparecerá en los momentos más difíciles y estará contigo en la batalla, como ha hecho siempre. Sus desplazamientos tácticos no me preocupan. De Fernando Savater se puede prescindir en las escaramuzas -incluso es recomendable hacerlo con frecuencia-, pero, sin él en las Termópilas, estás perdido.
Contra lo que andan largando por ahí algunos despistados de buena fe y algunos otros de muy mala, no es mi intención sumarme al nuevo partido que auspicia Fernando junto a Carlos Martínez Gorriarán y Rosa Díez. Éste es uno de esos momentos en que hay que decirse un «hasta luego». Las razones están claras: yo no creo que la democracia sea un fin en sí mismo, sino un método para dirimir conflictos de intereses en un régimen liberal. Creo que este tipo de régimen funciona mejor sobre el bipartidismo, como se demuestra en países como Estados Unidos, Francia o Reino Unido, y como se demostró en España hasta que Rodríguez se empeñó en cargárselo. La proliferación de partidos desestabiliza el sistema (ahí están los casos recientes de México, Israel o Serbia, entre otros muchos). Obviamente, la democracia implica pluralidad, pero prefiero la pluralidad de sólo dos, porque impide que el particularismo de los pequeños partidos-bisagra parasite al Estado hasta desvertebrarlo (y los ejemplos sobran).
El bipartidismo supone una gran masa de voto adscriptivo, inmutable, adherido a los valores permanentes de la izquierda y la derecha. Lo que determina la alternancia es una franja de voto flotante que se mueve de un partido a otro en función de programas concretos. O sea, que la lealtad débil y la ausencia de lealtad representan un bien político de importancia fundamental. Los partidos rivales deben esmerarse en mantener la fidelidad de sus respectivos zócalos con una política coherente de izquierda o derecha y en ganarse a la mayoría del voto móvil mediante ofertas de las llamadas «de centro». Una consecuencia de la voladura del bipartidismo por parte del PSOE -que ha buscado apoyos para ello en los nacionalismos y en la izquierda antisistema- ha sido la decepción de una parte todavía difícilmente mensurable de sus apoyos tradicionales, entre los que se cuentan Savater y sus compañeros, cuya deriva lógica, toda vez que las suyas son lealtades fortísimas a valores alegremente abandonados por los socialistas, no apunta a engrosar el voto oscilante, sino a crear pequeños partidos ad hoc, como Ciutadans/Ciuda-danos, muy respetables en su dimensión ética pero inevitablemente particularistas. Así nos vamos alejando cada vez más del bipartidismo y relajando el ya muy maltratado pacto nacional.
Frente al destrozo causado por la ética buenista de la convicción, Savater podría ofrecer a la izquierda un atisbo de ética de la responsabilidad, aunque su iniciativa partidaria, es cierto, complica el panorama. Mario Onaindía, cuya amistad compartí con Savater, decía que el fin de la democracia es suscitar más democracia. Nunca estuve de acuerdo. El fin de la democracia es preservar la libertad, y para ello debe evitar la desmesura. Dicho esto, añado que Savater y su gente son lo poco que queda de la izquierda liberal y que la derecha asimismo liberal no tiene derecho a enfurecerse con el filósofo, que no es de los suyos. Fernando Savater es la única figura de la izquierda de mi generación que nunca fue a Siracusa, ni de visita. Evidentemente, la idea de España no le obsesiona, pero nadie ha defendido la Constitución con más coraje que él ni con más riesgos personales. Y aunque pregone a los cuatro vientos que no cree en Dios, sospecho que Dios jamás ha dejado de creer del todo en Fernando Savater.
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