Chorros para una chorrada
EL ministro Moratinos se ha salido por la tangente machadiana cuando le han preguntado el coste de la obra que el artista Barceló está realizando en la sede ginebrina de la ONU, en una sala que Zapatero ha bautizado con un par de huevos «Sala de los Derechos Humanos y de la Alianza de las Civilizaciones». «Es de necios confundir valor y precio», ha despachado Moratinos al periodista preguntón, con la misma displicencia con que antaño se despachaba a los burguesazos que no entendían el arte nuevo, motejándolos de filisteos. A Moratinos no se le ocurriría llamar filisteo a nadie, porque es un insulto que suena pro-israelita y contrario a la Alianza de Civilizaciones; así que se ha conformado con tildar al periodista preguntón de necio, que es un eufemismo de reaccionario y fascista. El exabrupto de Moratinos revela la desesperación de quien encubre un timo y no posee otro mecanismo de defensa ante su desvelamiento que el anatema; se trata, en realidad, de la misma reacción emberrinchada que tuvieron los sastres truhanes de la fábula, cuando un niño se atrevió a proclamar que el rey paseaba desnudo. Es, en fin, la respuesta de quien tiene perfecta conciencia del embeleco que ampara y sufraga (con cargo al bolsillo del contribuyente, faltaría más), pero confía en la sumisión de sus lacayos para mantenerlo; cuando un lacayo se atreve a cuestionar el valor del embeleco, se le anatemiza y santas pascuas.
Moratinos alecciona a sus lacayos y los previene contra la tentación del filisteísmo asegurando que la obra del artista Barceló es «una nueva manera de hacer diplomacia y política exterior». Y, para que no quede ninguna duda al respecto, se nos muestran unas fotografías del artista Barceló en pleno tajo, disfrazado de astronauta y provisto de una manguera con la que lanza chorros de pintura al techo de la sala. Al artista Barceló, que usa escafandra para que los chorros no lo salpiquen, no se le ve el gesto en las fotografías; pero lo imaginamos risueño y ufano. Tan risueño y ufano como el gesto que los chicos de mi pandilla exhibíamos cuando nos juntábamos en un solar, frente a una tapia derruida, y competíamos por ver quién meaba con mayor ímpetu y alcanzaba con su chorro el revoque desconchado. Los chicos de mi pandilla éramos, sin embargo, un hatajo de filisteos; pues mientras dirigíamos el chorro de nuestras mangueras (o mangueritas, tampoco hay que exagerar) contra la tapia no se nos ocurría pensar que estuviésemos completando una obra de arte. Moratinos, en cambio, piensa que los chorros que el artista Barceló dirige contra el techo de la campanuda Sala de los Derechos Humanos y la Alianza de Civilizaciones son «la Capilla Sixtina del siglo XXI». Esta afirmación puede parecer a simple vista una hipérbole propia de un mentecato; pero se convierte en verdad inapelable y profundísima a poco que reflexionemos sobre la naturaleza del arte contemporáneo.
A fin de cuentas, ¿qué hizo Miguel Ángel en la Capilla Sixtina? Pues lo que hizo fue reflejar con los pinceles la idea de un Dios creador que había hecho al hombre a su imagen y semejanza; un Dios, por lo tanto, que era un artista figurativo, esto es un reaccionario y un fascista. ¿Y qué hace el arte contemporáneo? Pues lo que hace el arte contemporáneo es reflejar su aversión a la idea de un Dios creador, proponiendo un universo que rechace el modelo de su creación; un universo regido por las leyes que el propio artista determina y que, en su engreimiento, terminan siendo una ausencia completa de leyes, una anomia fatua y agnóstica que se resuelve lanzando chorros con una manguera. El artista Barceló es, en efecto, el Miguel Ángel del siglo XXI; y la Alianza de Civilizaciones es una creación a la medida del arte contemporáneo: una chorrada sin pies ni cabeza, hecha a imagen y semejanza de un diosecillo con la cabeza hueca que sufraga sus caprichines saqueando los bolsillos de los lacayos que han contribuido a su endiosamiento. Cualquier lacayo que ose rebelarse se constituye automáticamente en un necio que confunde valor y precio: el precio de la chorrada son once milloncejos de nada; pero su valor -¡ah, su valor!- lo define el ímpetu del chorro. Y, puestos a mear lejos, nadie lo hace con tanto ímpetu como el artista Barceló.
www.juanmanueldeprada.com
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