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Abrazo en las cuerdas

ESTÁ bloqueado, catatónico, impotente. En estado de shock. La imagen del presidente ayer en Bruselas, demacrado, ojeroso, apesadumbrado, casi lívido, era el retrato de un hombre desbordado. Su impermeable actitud sonriente se ha trocado en un rictus de agobio, en una gestualidad problemática. No puede con una crisis que ha superado el ámbito económico y financiero para convertirse en una convulsión completa en la que los mecanismos sociales y políticos del país amenazan colapso. No le creen los inversores, lo desautorizan los expertos, el pueblo desconfía, la oposición lo cerca y los suyos le desobedecen; hasta su propio partido -Cataluña, Madrid, Valencia- ha entrado en la barrena de querellas internas propias de una inquietud crítica. Se le ve impotente ante la deriva de unos acontecimientos que sobrepasan su única fortaleza, que es la de la escenografía política. Sin brújula ni competencia para tomar decisiones relevantes zozobra en un bloqueo desnortado. Su liderazgo está más comprometido que nunca porque ahora no se trata de avatares políticos coyunturales sino de la posibilidad seria de una quiebra nacional, de una ruina colectiva.

Como sólo sabe interpretar la realidad en clave de consecuencias políticas, lo único que se le ha ocurrido es tratar de abrazarse a Rajoy como un boxeador en las cuerdas, para compartir responsabilidades, que no responsabilidad. En las últimas semanas se ha reunido en secreto o en privado con dirigentes sindicales, líderes nacionalistas y directivos bancarios, pero al jefe de la oposición lo ha convocado ante las cámaras para sacarse una foto. En el último año y medio no ha encontrado hueco en su agenda para una reunión que en cualquier sociedad democrática constituye una suerte de rutina periódica; estaba ocupado llamando antipatriota al primero con el que tendría que haber tendido puentes. Todavía el domingo, el vicepresidente Chaves se dedicó a regalarle los oídos en un mitin al presidente del PP, al que acusó de agarrarse a la crisis como a la Virgen María para sacar partido del derrotismo. No debía de estar al tanto; el lunes, el presunto desleal fue llamado a Moncloa. Quizá le quieran hacer un favor dándole la oportunidad de colaborar. De meter el hombro, como dice la retórica socialista. Pero Rajoy tiene poca pinta de costalero; es un hombre que hace gimnasia fumándose un puro. Y no es metáfora.

Con todo, tendrá que sumarse al rito escénico. La gente espera gestos de unidad que apuntalen el desplome socioeconómico. Es mal momento para actitudes montaraces. Hoy van a representar ambos, Zapatero y Rajoy, un ejercicio de cinismo resignado. Luego todo seguirá igual. El país desangrándose por el sumidero, la oposición a la espera de su oportunidad y el Gobierno, exangüe, vacío y rebasado, midiendo encuestas y tramando gestos de apariencia afanosa. A la Virgen nos vamos a tener que agarrar los ciudadanos en busca de lo que Machado llamaba un milagro de la primavera.

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