«Tengo que estar satisfecho, mi vida está plenamente justificada»
«Si tuviera que dejar el trabajo, me siento tan orgulloso que me iría feliz. He conseguido todo lo que deseaba, poder demostrar que no ha sido baldío». Con esta frase termina la crónica de urgencia que ayer adelantaba ABC.es sobre la noticia del ... fallecimiento del gran Paul Naschy. No era más que una declaración de principios ante la adversidad que susurraba para sí, más que una respuesta a pregunta alguna de quien esto suscribe.
Ninguno de los que lo conocíamos bien tomábamos al pie de la letra lo que él decía: «Estaba claro que cuando la enfermedad le hubiese dejado un mínimo resquicio iba a seguir con su trepidante actividad, olvidando como un mal sueño todo lo que ha soportado a lo largo del último año», me comentaba Elvira, su mujer, quien ha estado entregada a él de una manera ejemplar.
Cierto es que desde que obtuvo la Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes (en 2001), el madrileño Jacinto Molina (nacido el 6 de septiembre de 1934) había experimentado un resurgir artístico en España que no había conocido desde sus comienzos «allá por los años sesenta y setenta. Y desde entonces no paré nunca, ni cuando la profesión escamoteó moralmente mi trayectoria y con ella también mi vida, pues la pasión que puse en todo lo que había hecho no merecía el descrédito que yo siempre notaba a mi alrededor».
Nunca se mostró dolido, porque el tiempo le había dado la razón con creces y, además, en un país tan cainita y propenso a la envidia como es el nuestro. «Lo valoro doblemente», aseveraba con una mueca, en cruda lucha entre las dolorosas molestias y la gratitud. De nuevo intervino entonces Elvira: «Hace algún tiempo me dijeron en el Ministerio de Cultura que Paul se había adelantado a su tiempo, rescatando temas clásicos del género fantástico y trabajando con muy poco presupuesto, como ya había hecho para sobrevivir la productora británica Hammer con Terence Fisher, Peter Cushing, Freddie Francis, Chritopher Lee, Roy Ward Baker, Boris Karloff, Susan Strasberg, Joseph Losey o Jack Nicholson», explica su esposa de un tirón. Todo esto transcurría mientras yo miraba a Paul desde un lateral de su cama en el hospital Ruber. Acudí con un frasco de colonia, aunque mi primera intención había sido llevarle un muñeco de tela con un par de dientes grandotes y bien puestos. Idea que borré de la cabeza enseguida, pues de la misma manera que introdujeron un aparato fotográfico en la cámara del tanatorio donde yacía la difunta Rocío Dúrcal, cualquiera podía hacer otro tanto en el sanatorio -¡con muñeco incluido!- ante la supuesta e inminente desaparición del actor, lo que quizá habría sido motivo de algún comentario mordaz.
«Pero ya ves, me he salido con la mía», atajaba Naschy. «Lo que siento es que esto -por la cruel enfermedad- ha llegado cuando estaba disfrutando en todos los sitios del mundo, tanto en España como en otros países: Alemania, Estados Unidos, Japón... Elogios provenientes de personas intelectuales, gente inteligente y también de aficionados jóvenes, ya que los prejuicios de antes se han acabado. Quedamos sólo dos mitos del cine de terror: Christopher Lee y yo. Nos citamos en Londres para después de que me operaran del páncreas. Me decía: «Termina pronto tu guión, Paul -pensaban trabajar juntos-, porque yo ya soy muy mayor...»»
Experiencia tremenda
Después, suelta un inesperado «¡Ay!». Tan doliente interjección le recuerda a Paul que «el cáncer es una experiencia tremenda. ¡Ahora que voy a ser abuelo! En el trabajo, me queda por estrenar la primera y segunda parte de «La herencia Valdemar», que José Luis Alemán ha rodado sin ninguna ayuda ministerial. Me han dicho que estoy muy bien, que me salgo; y «El apóstol» (en rodaje), de Fernando Cortizo, un filme de animación en el que están igualmente Geraldine Chaplin, Luis Tosar y Jorge Sanz. Se estrenará delante de la catedral de Santiago de Compostela con la música en directo».
Y, pese a su reconocida cultura y su sensibilidad, Paul Naschy no consigue interpretar el porqué de las cosas: «¿Si al final no hubiera triunfado también estaría enfermo? ¿Te llega la hora una vez que has visto cumplidos todos tus sueños? O es una respuesta tardía del cerebro, ese desconocido que tras un esfuerzo sobrehumano como el mío cobra el peaje en cualquier parte del cuerpo. Es todo bastante impreciso. Aun así, mi vida está plenamente justificada, tengo que estar satisfecho».
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