Noches de luna llena
En las noches de luna llena, como en las noches de luna nueva, cuarto menguante o creciente, Paul Naschy era el cine. Era la lealtad a una vocación contra viento y marea; era la adhesión insobornable a un sueño; era la tozuda fidelidad a una ... ilusión que nunca claudica, en la fortuna y en la adversidad, en la pobreza y en la riqueza, en el aplauso y en el desdén. Paul Naschy cosechó muchos desdenes en vida, tal vez demasiados, pero siguió batallando siempre en pos de su designio, sin importarle la incomprensión de una época ruin que se ha olvidado de soñar. Paul Naschy, áspero y conmovedor, tierno e irascible, alma forjada en la persecución de los más nobles ideales, se inmoló hasta el último hálito en una empresa que muy pocos entendieron. Amaba el cine, lo amaba hasta la inmolación o el desespero, lo amaba con esa generosidad extrema de quienes entregan la vida en un empeño. Con generosidad, con denuedo, con arrebatada y casi suicida vocación.
Deja tras de sí una filmografía que lo ha encumbrado a la categoría de icono máximo del cine fantástico. Ha encarnado a las criaturas que pueblan nuestras pesadillas, y también nuestros más íntimos e inconfesados anhelos. Paul Naschy fue el trágico licántropo Waldemar Daninsky, el conmovedor Jorobado de la Morgue, el arrebatado Alaric de Marnac, ebrio de sangre y huérfano de amor. Pero fue, sobre todo, un artista único, poseído por esa fiebre sagrada que bendice a los verdaderos intérpretes del eterno humano: lastrado por mil dificultades, impedido por la incomprensión de los zoilos, zaherido por los elitistas y los estreñidos, por los sectarios y los ganapanes, Paul Naschy completó una obra cuya resonancia los años no harán sino agigantar. Películas como «El huerto del francés», «El caminante» o «La bestia y la espada mágica», se contarán, cuando la ceguera ambiental se resigne a apartarse el velo de los prejuicios, entre las más imperecederas que nos ha procurado la cinematografía nacional; en ellas, Paul Naschy supo lograr la simbiosis entre un legado españolísimo y un anhelo de universalidad. Y, junto a tantos títulos memorables, Paul Naschy nos deja el ejemplo de una entrega insomne a la vocación y una generosidad extrema que no rehúye el sacrificio máximo de la inmolación. Porque fue mil veces inmolado en vida, y mil veces sobrevivió al sacrificio, alumbrado por la luz insomne de su genio.
Paul Naschy ha muerto de amor al cine. Quienes nos preciábamos de gozar de su amistad no podemos hoy sino celebrar la epopeya de un hombre que hizo de su oficio una alborozada, tozuda, desgarrada entrega sin condiciones. Descansa en paz, amigo Paul; quienes conocimos tu sagrado entusiasmo, tu vocación invulnerable y mil veces superviviente, no podremos dejar de celebrarte en las noches de luna llena, como en las noches de luna nueva, cuarto menguante o creciente: porque tu magisterio es perenne como las estrellas.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete