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Obama se presenta como el nuevo Roosevelt de la cooperación mundial

Obama se presenta como el nuevo Roosevelt de la cooperación mundial

Barack Obama pronunció ayer un discurso histórico en las Naciones Unidas. El primero para él como presidente, y el primero para su país después de la larga noche de George W. Bush y de que el mundo alcanzara los niveles más altos de antiamericanismo desde la Guerra Fría, no sólo en las colinas de Afganistán sino también en muchos cafés de Occidente.

Obama dio por cerrados los tiempos de la arrogancia unilateral americana y anunció la llegada del nuevo orden multilateral. A cambio pidió más cooperación y responsabilidad de cada país sin distinción de continente, credo o tamaño; menos echar la culpa de todo al «imperio» y más resultados en cuatro frentes: desarme nuclear, promoción de la paz y la seguridad, cambio climático y economía global.

Pudo parecer un discurso ingenuo sobre el papel, de no ser por el tono y hasta por la mirada de Obama desde la tribuna. Se le veía muy harto. De que las negociaciones entre israelíes y palestinos descarrilen una y otra vez, casi profesionalmente. De que Corea del Norte e Irán jueguen a perpetuidad al ratón y al gato con el poder nuclear. De que Estados Unidos aparezca siempre como el malo de la película, mientras dictaduras tercermundistas violan a placer los derechos humanos. De la esterilidad y la impotencia de tantos esfuerzos para racionalizar la comunidad de naciones tal como, después de la Segunda Guerra Mundial, la soñara Roosevelt.

Proseguir la tarea

Obama citó a su ilustre predecesor dos veces, y atribuyó la creación misma de la ONU a «muchos Roosevelt procedentes de todos los rincones» de Asia, África... Él mismo se ofreció voluntario para proseguir y culminar esta tradición. Y es que Estados Unidos puede renunciar al unilateralismo, pero no a liderar el multilateralismo. Son muchos años de superpotencia.

El caso es que Obama había ido a la ONU con los deberes hechos, y cumplidamente presumió de ello. «Hemos pagado nuestras deudas (con la organización, que eran millonarias). Hemos entrado en el Consejo de Derechos Humanos», constató entre aplausos. También habló de su recientísima conversación con Netanyahu y con Abbás. Abogó porque la paz en Oriente Próximo mande una onda expansiva de sosiego a Líbano, Siria, Egipto y a todo el mundo árabe. De puntillas, recordó su propio discurso en la universidad de El Cairo.

Pero a la vez advirtió que si países como Corea del Norte e Irán mantienen sus ambiciones nucleares y siguen llevando al mundo por una «pendiente peligrosa», tendrán que atenerse a las consecuencias porque «el futuro no puede pertenecer al miedo». Obama advirtió de que en un mundo tan global e interconectado nadie puede buscar «sumas cero» -este era un guiño despectivo a Bush-, ni desentenderse de la suerte de nadie ni correr el riesgo de que una sola arma atómica «caiga en manos extremistas». «Pero Estados Unidos no puede estar solo en esto, los que solían criticarnos por actuar en solitario no pueden pretender que ahora nosotros solos resolvamos todos los problemas del mundo», remachó. Le aplaudieron todos menos la representación iraní.

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