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Tristes lodos de Verdún

YA tenemos un gobierno nuevo, queridos lectores. Con todos los ministerios que había, sepa Judas para qué. Y una Vicepresidencia más que todos esperamos nos sea muy útil para resolver los problemas de subsistencia y convivencia que se nos echan encima como una marabunta bien alimentada por unos fondos públicos tan profusamente utilizados por los gobernantes para alimentar a las hormigas fieras. Aquí estamos ahora con un Gobierno que no se cree nadie y al que nadie otorga ya, al segundo día de su existencia, ni la menor posibilidad de contener la plaga. Ni cien días ni niño muerto. No encuentro a nadie serio que crea que este Gobierno se ha hecho para otra cosa que no sea su propia y pura subsistencia. Veremos si consigue superar el verano y las elecciones europeas. Por mucho que hayan incorporado a piezas de combate de trinchera.

La toma de posesión de nuestra nueva «Cavallería Rusticana» de Cultura lo dice todo. Allí estaba toda la tropa de la secta dispuesta a un imaginario y patético «no pasarán» -también de un «nos lo llevamos todo»- mientras las realidades de nuestro país van mostrando un declive y una degradación vertiginosa. Allí estaba casi de ministrable una Pilar Bardem que, no me cabe duda, llegado el caso, enviaría a media sociedad española a la Checa de Fomento. Y allí estaban junto a la nueva ministra de la subcultura de algunos de ellos, los más fervorosos agitadores y beneficiarios del rencor en este país. Allí estaba toda la arrogancia y prepotencia del izquierdismo carpetovetónico, que tanto tiene que ver con la miseria revolucionaria tercermundista o soviética y tan poco en común con la socialdemocracia cultivada de la tradición europea. Que tanta amistad y empatía tiene con asesinos como el Ché Guevara o Fidel castro, con milicos déspotas como Hugo Chavez o tiranos comunistas. Y tan poca afinidad con humanistas de la izquierda europea como Helmut Schmidt, Willy Brandt, Olof Palme o Bruno Kreisky. Probablemente muchos de la tropa no sepan siquiera a quienes me refiero.

Algunos estamos curados de espanto. Y hemos visto cosas mucho peores. Pero da bastante miedo ver la íntima comunión entre poder y vocación abiertamente totalitaria que se vio ayer en el «sarao» de la toma de posesión de la ministra de cultura. Está claro que el señor Zapatero sabe que no puede sacar a este país de un pozo negro que tanto a contribuido él a abrirnos. Pero está también claro que su tropa se atrinchera para defenderse en un frente que cada día nos evocará más a un Verdún económico, político y desde luego social y cultural. Nuestro código social no conoce ya el pecado. Y ni la impericia ni la ineptitud son delitos. Pero quiero pensar que hay una sociedad española en la que rige aun una cierta percepción de la responsabilidad histórica. Y espero que no le pase inadvertida esta grotesca y peligrosa aventura del maridaje entre inanidad moral y arrogancia irresponsable.

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