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Melancolía de Obama

EL acendrado sectarismo que impregna la vida política española ha sesgado los veredictos sobre Obama desde el reduccionismo de los prejuicios propios. Es fácil percibir en el entusiasmo de la izquierda y en los recelos de cierta derecha la huella de los desencuentros de nuestra ... política nacional, cuya torpe falsilla aplicamos a la escena americana con ofuscación partidista. Así resulta tan ridículo el alborozo progresista, fundado en la retirada -que no derrota- de Bush y en la ingenua creencia de que su sucesor atenuará la vocación hegemónica estadounidense, como la desconfiada creencia conservadora de que el nuevo presidente representa una versión mulata de Zapatero, parentesco que apenas va más allá de la relativa vacuidad de algunos de sus más celebrados discursos, por otro lado mucho más vibrantes y emotivos que los desvaídos mantras retóricos que adornan la liviandad del hombre de La Moncloa. Hay un inevitable provincianismo en esta interiorización doméstica de un fenómeno tan interesante y complejo como el de Obama, cuyo verdadero y profundo sentido apenas somos capaces de apreciar porque tiene que ver con algo que nos resulta por completo ajeno, como es la superación de las barreras raciales que aún dividen, fracturan y condicionan la estructura social y humana de América.

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