Los diez cementerios más bonitos de España

Seguramente el cementerio que tiene un lugar más privilegiado es el de Luarca en la costa asturiana. Muchos opinan que está en demasiado buen sitio y que mejor podría ser un parque. La belleza del lugar hace que no se relacione con la idea que se suele tener de la muerte. Situado en la ladera izquierda del promontorio de La Atalaya, es una mezcla de paseo romántico y observatorio costero e incluso, con un poco de imaginación, cubierta de navío. Un excelente mirador donde las visitantes más asiduas son las gaviotas. El sabor marino de la sal se une al olor de los cercanos pinares, mientras abajo golpea incansable el oleaje contra los acantilados.

En la provincia de Lugo, en las cercanías de Villalba, se sitúan algunos de los más bellos de toda Galicia. Son los llamados cementerios barrocos que se pueden considerar una auténtica artesanía en granito. Desde lejos se divisan pináculos y cruces que anuncian los camposantos. En su interior llaman la atención figuras de santos o vírgenes de pequeño tamaño, que suelen estar situados bajo pequeños arcos y tienen aspecto de deidades paganas. Entre los camposantos destacan los de San Juan de Alba, Goiriz, Oleiros, o el de Rioaveso. En este último reposan –según rezan las lápidas– los antepasados de Manuel Fraga Iribarne. La mayor parte fueron hechos por los «canteiros» del cercano pueblo de Román.

Entre el pueblo de Cuacos y el monasterio de Yuste se encuentra un curioso cementerio. A la entrada una placa –en alemán y español– señala el origen de los que allí descansan: «26 soldados de la Primera Guerra Mundial y 154 de la Segunda Guerra Mundial. Pertenecieron a tripulaciones de aviones que cayeron sobre España, submarinos y navíos de la armada hundidos. Sus tumbas estaban repartidas por toda España». De 1980 a 1988 se les reunió aquí. Cada una de las tumbas con el nombre del soldado, la fecha de su muerte (todas en los años de las dos guerras mundiales) y su graduación. El motivo de haberse elegido este lugar es que en el monasterio de Yuste pasó sus últimos días el emperador Carlos I de España y V de Alemania.

En pequeños cementerios rurales gallegos se pueden contemplar –medio borradas por el tiempo– frases, refranes o citas bíblicas con las que los vivos expresaban su pesar por el familiar ido. Es algo de muchos camposantos pero que en Galicia se ha conservado más que en ningún otro lugar, sobre todo en los pequeños. Ejemplos pueden ser el de A Gudiña (Orense) –medio olvidado cerca de la carretera– en cuyas lápidas se pueden leer despedidas como «Tu amante esposo, por ti ruega noche y día» o «En el cielo consuela a tus desconsolados padres». Sorprende que, a pesar de que algunas tumbas son del siglo XIX, todavía se siguen colocando flores el día de los difuntos. Costumbre también gallega es la de poner en algunas el retrato del fallecido.

Conocido como el «cementerio inglés» porque lo creó en 1830 el por entonces cónsul británico William Mark (reposa también aquí), fue el primer cementerio para protestantes en España. Era también jardín botánico y se trajeron para adornarlo geranios de Gibraltar, plantándose hasta 50 especies diferentes de árboles exóticos. A partir de 1832 se empezaron a enterrar también cuerpos de otras nacionalidades y las sepulturas se fueron colocando entre los jardines. Fue asimismo el primer vivero de Málaga donde se vendían todo tipo de plantas. Paseando por sus «calles» se contemplan mausoleos y monumentos sepulcrales con rasgos clásicos, neogóticos, modernistas y hasta célticos. Una de las tumbas es la del poeta Jorge Guillén.

Muchos de los castillos abandonados se utilizaron durante un tiempo como camposantos. En la región andaluza hay abundantes ejemplos aunque en su mayor parte han sido clausurados, como el de Moclín o Almuñecar (ambos en Granada), Fuengirola (Málaga), Torre Alhaquime (Cádiz) o Baños de la Encina (Jaén). Pero otros siguen como el malagueño de Benadalid, de origen árabe, reconstruido en el XVII, el cual muestra su patio de armas lleno de blancas lápidas y cruces. La fortaleza, con tres torres, es pequeña y sorprende su vista desde la carretera. En el resto de España siguen siendo cementerios el de Urueña en Valladolid, o el de San Martín del Castañar en Salamanca.

La iglesia de Santa María de Noia es monumento histórico artístico y está en medio de un cementerio del que se dice fue hecho con tierra traída de Palestina. En medio llama la atención un caballero luchando con un dragón que se levantó en recuerdo del que dicen mató a una bestia que impedía a la gente visitar a los difuntos. Leyendas aparte, el primitivo cementerio era medieval y de él provienen la mayor parte de las lápidas gremiales en donde, en vez de nombres, están los instrumentos del oficio de los allí enterrados: tijeras para el sastre, hacha para el que fue leñador o sandalia que señala al zapatero... Ahora ha sido convertido en museo con más de 200 lápidas colocadas en el interior de la iglesia.

En medio de un valle rodeado de montañas se encuentra esta pequeña localidad navarra que conserva casonas de los siglos XVI y XVII de sillería con balcones de madera y rojos tejados. En medio del pueblo destaca la iglesia de la Asunción rodeada de un romántico jardín y cementerio con estelas funerarias vascas discoidales, algunas del siglo XVI. Eran muy frecuentes sobre todo en el XVII y XVIII y empezaron a desaparecer en el XIX. Se trata de pequeños monumentos en piedra compuestos por un disco –la mayor parte de los cuales con motivos de la mitología vasca– y una base trapezoidal que se colocaba sobre la tumba para recordar al difunto. En algunos aparece el nombre de la casa pero en la mayor parte solo hay algún dibujo: animal, sol o cruces.

Antiguamente el lugar de enterramiento era en los alrededores de las iglesias. Pero, desde mediados del siglo XIX, se empezaron a habilitar espacios rodeados de muros, fuera de las ciudades. Solo en pequeños lugares, como este de Isil en el Pirineo leridano, se sigue enterrando al lado de la iglesia. Ésta de Sant Joan, románica del siglo XII, ahora sirve como capilla del camposanto. Sus ábsides quedan a orillas del rio Noguera-Pallaresa que, a pesar del basamento de piedra, a veces lo ha inundado. Sobre la puerta las señales de las antorchas que, todos los años por San Juan, bajan en espectacular procesión nocturna desde la cercana montaña.

Sant Llorenc de Balafia –más conocido como San Lorenzo– es un pueblo de la Ibiza profunda lejos del turismo de playa. La iglesia se alza solitaria sin casi núcleo urbano. Se levantó en el siglo XVIII y muestra paredes encaladas con porche, que sigue sirviendo de punto de reunión como casi todas las iglesias rurales ibicenca. Pero esta tiene algo más especial que sus hermanas: el cementerio. Es un camposanto pequeño y recoleto con todas sus sepulturas adornadas con flores. Hay sencillas margaritas del campo, bungavillas, crisantemos, lirios... Los vecinos, casi todos agricultores, han venido a cambiar las flores, limpiar las tumbas y «emblanquinar», como por aquí dicen.