artes&Letras castilla-la mancha
Félix Grande, inconformista y desgarrado
«Nadie como él llegó a reflejar con tanta pasión y tanto vigor de hipérboles, la épica del alma tomellosera»
Aunque fue alineado primero entre los poetas del 60 -con escasa convicción por su parte-, fue después reubicado por algunos antólogos en la generación del 50, con la que sintonizaba más por la dimensión moral y social de su poesía. De su visceral inconformismo, de su grito apasionado y rebelde, dejó huella en las Rubáiyátas de Horacio Martín; de su insobornable conciencia crítica y de su convulso versículo ofreció testimonio en Blanco Spirituals o, más recientemente, en La cabellera de la Shoá. Pero nunca nadie como él, en La Balada del abuelo Palancas, acertó a convertir en autobiografía la identidad de todo un pueblo; nadie como él llegó a reflejar con tanta pasión y tanto vigor de hipérboles, la épica del alma tomellosera.
Félix iba y venía, seguro y vulnerable al mismo tiempo, con esa cautela de quien sabía que este mundo es un lugar siniestro, como proclama el título de un libro suyo de relatos, tal vez el menos conocido. A su radical pesimismo, nacido de una visión fatalista de la existencia, venían a sumarse su melancolía machadiana, ya iniciada en Las piedras, y los acentos desgarrados que heredó de Vallejo, al que rindió un turbador homenaje en Taranto. Voz ácida y corrosiva que brota del más hondo escalofrío, grito expresionista que abre en las conciencias una violenta sajadura existencial, la poesía de Félix Grande nace también de un compulsivo amor por la vida, un amor que confesó emocionadamente en el poema final de su libro La noria: «Tal como van las cosas/ tal como va la herida/ puede venir el fin/ desde cualquier lugar/ pero caeré diciendo/ que era buena la vida/ y que valía la pena/ vivir y reventar».
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