Sin sitio para los muertos en Nurdagi
Con más de 17.000 fallecidos en Turquía por el terremoto, cementerios como el de esta ciudad próxima al epicentro no dan abasto y son ampliados para enterrar a tantas víctimas
En directo: las víctimas del terremoto superan las 20.000 en Turquía y Siria
Enviado especial a Nurdagi (Turquía)
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Iniciar sesiónEn Nurdagi ya no hay sitio para los muertos. Al igual que en muchas otras localidades devastadas por el terremoto que sacudió el lunes a Turquía y Siria, aquí se están ampliando los cementerios para dar sepultura a sus víctimas. Junto a los ... enterradores que cavan zanjas sin parar, máquinas excavadoras amplían tanto el cementerio ubicado a la entrada a la ciudad desde Gaziantep como el que linda con su pequeño hospital. Cada día, ambos reciben una interminable procesión fúnebre de furgonetas llenas de cadáveres, en ocasiones familias enteras. Son tantos que solo unos pocos llegan en ataúdes y la mayoría emprende este último viaje en bolsas de plástico.
Entre las lágrimas de los supervivientes, los cuerpos son descargados uno tras otro y tienen que esperar un buen rato hasta que se celebre el entierro. Hasta cinco, uno de ellos de un menor de edad a tenor de la bolsa, bajan de una misma furgoneta y colocan cuidadosamente junto al muro de la entrada mientras los familiares se rompen con el llanto. Padres como Hassan y Bashar han perdido cada uno a dos de sus hijos. «Ahora están en el paraíso con Alá», se consuelan clamando al cielo con las manos extendidas cuando les damos el pésame.
Por respeto, nos piden que solo tomemos imágenes desde fuera de la valla del cementerio y así lo hacemos. Al fondo, un grupo de hombres canta «Allahu Akbar» («Dios es el más grande») mientras, a la derecha, otro reza y luego hunde sus manos en la tierra de la tumba a sus pies. Y, por todos lados alrededor, los sepultureros siguen cavando zanjas entre las lápidas intentando encontrar un hueco libre entre los montones de tierra removida.
El último balance oficial de fallecidos por el terremoto asciende ya a más 20.000, de los que 17.100 perecieron en Turquía y 3.300 en Siria. De magnitud 7,4, es ya una de las mayores catástrofes naturales de los últimos años, equiparable al tsunami que arrasó la costa nororiental de Japón y desató el accidente nuclear de Fukushima en 2011, que también le tocó cubrir a este corresponsal. Y todavía faltan por contar los desaparecidos que siguen atrapados bajo los escombros de los 6.400 edificios que se derrumbaron por completo, según calcula la Autoridad de Gestión de Desastres y Emergencias de Turquía (AFAD). Solo en Nurdagi, que tiene unos 60.000 habitantes, han fallecido unas mil personas. Pero se sospecha que pueden ser hasta tres o cuatro veces más porque se desplomaron totalmente unos 500 inmuebles y numerosas víctimas siguen desaparecidas. Una vez pasadas 72 horas del terremoto, cada vez hay menos posibilidades de hallar supervivientes entre los cascotes, pero los equipos de rescate siguen afanándose en su búsqueda aunque luego solo encuentren cadáveres, más cadáveres.
Mientras uno de estos grupos rastrea la cima de una montaña de escombros que aplastó a varias personas, a su alrededor las excavadoras limpian el terreno de cascotes, hierros retorcidos y coches despanzurrados. Oglu, un hombre de 60 años, contempla la escena llorando desconsolado, porque ha perdido a su hijo y su nieto, cuyos cuerpos siguen entre la pila de cascotes a quedó reducida su vivienda.
En Nurdagi, muchos cuentan el luto a pares y hay quien ha llegado a perder hasta media docena de parientes, como Omar Faruk. «Mi madre, mi hermano, mi hermana y dos de mis sobrinos. Junto a otro pariente más, han muerto seis personas en mi familia», enumera este ingeniero industrial que oculta sus ojos llorosos tras unas gafas de sol.
A la pérdida de sus seres queridos se suma la destrucción de sus hogares, que ha dejado a la intemperie a 380.000 personas en todas las zonas sacudidas por el terremoto, según los últimos datos del Gobierno. Desde el lunes, Mahmut y su esposa, Hanun, viven con sus siete hijos, de entre tres y 16 años, en su coche, un viejo y cuadrado Fiat blanco de los que muchos siguen circulando por las carreteras turcas.
Los parques se han llenado de tiendas de campaña para los evacuados, proporcionadas por AFAD y también por la ayuda humanitaria de Qatar. En uno de ellos nos encontramos con Hassan, quien horas antes había enterrado a sus dos hijos y sobrelleva la pena con otros parientes alrededor de una hoguera. Estos campamentos no solo dan cobijo a quienes se les ha caído la casa, sino también a aquellos que no pueden volver a sus domicilios porque están muy dañados y corren riesgo de derrumbe. Además de los edificios totalmente destruidos, hay otros 700 seriamente dañados que pueden venirse abajo en cualquier momento. Ante algunos de ellos, la policía controla el tráfico y ordena que se pase rápido para evitar accidentes. Con miedo a que se desplomen, los vecinos de Nurdagi hacen frente a una catástrofe que ha desbordado a Turquía y puesto en evidencia su falta de preparación contra los frecuentes terremotos.
Por ese motivo, ya se oyen críticas al presidente Recep Tayyip Erdogan en un momento especialmente inoportuno, ya que en mayo se celebran elecciones generales. Quizás como una señal del destino, un retrato suyo sigue en pie junto a una bandera turca tras los cristales rotos de una oficina de su partido.
«No estábamos preparados»
«En este país no hay libertad de expresión y no voy a decir mi nombre, pero no estábamos preparados para este terremoto», se queja un médico del único hospital local. Con solo 25 camas, ya estaba saturado antes porque atendía cada día a 500 pacientes, pero ahora ha tenido que cerrar por los daños del seísmo. Con medio equipamiento inutilizado, sus doctores atienden a los heridos en un hospital de campaña en una escuela. Lo mismo ocurre en otros lugares afectados, donde los heridos ascienden en total a 54.000. «Ahora no tenemos tiempo para los sentimientos, sino para curar a los pacientes», responde el médico cuando se le pregunta por su estado de ánimo tras la tragedia.
MÁS INFORMACIÓN
La única buena noticia es que ya está llegando la ayuda humanitaria y convoyes de camiones colapsan las carreteras de entrada a esta ciudad devastada y sin sitio para los muertos en los cementerios. En Nurdagi, sus casas fueron sus tumbas.
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