Santiago, capital del orbe católico
Benedicto XVI llega hoy a España y hace los últimos kilómetros del Camino
El catolicismo, tiene dicho este Papa, es ponerse en camino, y Benedicto XVI aterriza hoy en Santiago, la tierra donde el Hijo del Trueno predicó por primera vez el Evangelio en España. Después recorrerá en «papamóvil» el camino del aeropuerto a la Catedral, que es ... donde todo el mundo lo quiere ver.
Si en el mundo todos los caminos conducen a Roma, en Santiago todas las calles conducen a la Catedral, cuya belleza sin medida deslumbró al inglés Borrow hasta el punto de pedir a los peregrinos que no entrasen en ella. Borrow vendía Biblias, y, si uno ve la Catedral de Santiago, ¿qué falta le hace ya la Biblia?
Me cansan estos políticos locales que, en su afán de parecer laicos —es decir, que no les llamen fachas—, son incapaces de justificar la visita papal con otros argumentos que los números turísticos. ¿Qué le costaría, no ya a un presidente o a un alcalde, sino a un humilde concejal salir diciendo que desea la visita del Papa porque profesa la religión verdadera o porque, ya puestos, al cielo iremos los de siempre, por decirlo a lo Mingote?
Pastores del ser
La crisis económica es terrible. Se ve en los restaurantes del centro, con todas sus mesas vacías. Las calles, en cambio, están atestadas de gentes de todos los lugares del mundo. A mí me gustan los alemanes porque entre tanta ruina caminan seguros, como los elefantes de Disney en «El Libro de la Selva», y porque, si Europa tuvo que salvar a Alemania, todo indica que Alemania tendrá que salvar a Europa. Más que pastores de almas, parecen pastores del ser en el claro de este bosque de Piedra santiagués.
Hay más peregrinos con perro que con vieira. Son perros de paz, obedientes y humildes, que inclinan la cabeza ante los gallardos perros de la policía. Viendo a estos peregrinos con perro me acuerdo de las terceras de don Emilio García Gómez a propósito de la ausencia de perros en la cultura del Islam.
La gente pulula por estas calles como la polilla alrededor de la lámpara, que es la Catedral. Mónica Fernández-Aceytuno, que encarna la sensibilidad lírica de esta tierra, me anima a subir a la Catedral para ver Santiago por los tejados, pero esa atracción turística ha sido suspendida hasta nueva orden. Me ofrece una colación de judías verdes y me dice que a lo mejor era más popular Juan Pablo II.
—Pero Benedicto XVI es el último bastión de Europa.
Le recomiendo los libros de Peter Seewald, el periodista que descubrió que lo extraordinario en la personalidad de Ratzinger es la reunión de dos aspectos contradictorios para nuestro tiempo: Una intelectualidad que puede caracterizarse de genial y una religiosidad extraordinariamente popular.
Este Papa piensa de un modo distinto a como se piensa hoy, y lo hace con una superioridad que convence. Sabe que el temor a contradecir el espíritu de los tiempos sólo es miedo a la «pérdida del cariño». Su padre fue el modelo: su línea religiosa y su decidida oposición al régimen nazi, su valentía para defender el propio punto de vista «a pesar de que era contrario a lo que tenía validez en la opinión pública».
—Con una adaptación desproporcionada al mundo, la Iglesia no gana a los hombres, sino que sólo se pierde a sí misma.
Los periodistas ven muchos policías, pero en la calle aparentan más los periodistas que los policías. Los periodistas que vienen de fuera preguntan a los policías, que también vienen de fuera, y ninguno sabe nada.
—Buenas tardes, agente. Para ver el «papamóvil», ¿qué zona será mejor?
—Ni idea. Eso los municipales sabrán. ¡Hombre, el público es imprevisible! El ser humano...
Y me cuenta, sin darse cuenta, el anuncio argentino de los locos de «Aquarius».
Un muchacho de barbita universitaria pondera el gasto policial. El dinero es el «mantra» de la protesta carpetovetónica (¡piedras al forastero!) contra la visita papal. Ahora que ya casi nos tenía convencidos de que el dinero público no es de nadie, la izquierda cazurra descubre el gasto público en el país cuya selección de fútbol cotiza las primas al fisco de Suráfrica.
—Ni a favor ni en contra de la visita.
Eso me dice, en encomiables actitud gallega, Eduardo Riestra, cuyo abuelo salpicaba en negritas algunas crónicas de Julio Camba. Es editor magnífico de Ediciones del Viento, y recuerda al librero con quien Borrow acabó haciendo buenas migas en esta ciudad:
—Nosotros, los libreros, somos todos liberales, enemigos del sistema clerical.
Riestra es liberal gallego de habla castellana, pero defiende que el Papa emplee el gallego en la liturgia, no por adulación política, sino por puro sentido de la comunicación.
—En Galicia se habla más gallego que catalán en Cataluña. Sobre todo en los pueblos, donde nadie «ejerce» su lengua: simplemente se comunica con ella. ¿Quién es nadie para adueñarse de un idioma del siglo XIII?
Riestra vive Galicia con una pasión intacta, y al final me deja con la duda de si no estará entre quienes han llevado, de tapadillo, huevos a las monjas de Santa Clara para que hoy no llueva.
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