Placentas: de la basura al tejido que lo 'repara todo'
Sus propiedades se descubrieron hace más de un siglo pero el uso cayó en el olvido. Ahora vive una nueva edad de oro para el tratamiento de quemaduras, heridas, lesiones oculares...
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Madrid
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Iniciar sesiónLas doctoras Celia Casares y Mercedes González están de enhorabuena. En uno de los quirófanos del Hospital Universitario de Getafe, en Madrid, procesan la última placenta donada. Pertenecía a un parto gemelar y eso significa que aprovecharán al máximo la donación. Tienen entre sus ... manos una placenta de calidad que les proporcionará más de los 70 tratamientos habituales que suelen obtener con una convencional. Con suma delicadeza, buscan la membrana amniótica, la capa más interna que está en contacto con el bebé, y es la única que se aprovecha.
Fina y transparente, casi se puede ver a través de ella. Esta es solo una de sus muchas virtudes que la han convertido en un recurso esencial para la oftalmología, entre otras muchas especialidades.
La placenta es el único órgano efímero del organismo humano. Durante la gestación, proporciona al feto los nutrientes y anticuerpos necesarios para su desarrollo y le protege frente a infecciones y toxinas. Tras el alumbramiento, sigue teniendo valor por su riqueza en células madre, colágeno y citoquinas que la convierten en un tejido único para la medicina. Sobre todo, su capa más interna.
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La membrana amniótica posee características bioquímicas y mecánicas esenciales para el tratamiento de quemaduras y úlceras oculares, o cuando las heridas de la piel nunca curan. Pero, cada vez más, es un recurso único en cirugía, en especialidades tan distintas como la ginecología, la urología, la neurocirugía o la cirugía ortopédica.
La lista de aplicaciones que los Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos es cada vez más amplia y va desde su uso en la reparación de la duramadre, una de las capas que protege las meninges, al cartílago de la rodilla o las reconstrucciones maxilofaciales o de mama. En realidad, su empleo depende casi de la creatividad de cada cirujano. De la misma manera que la membrana amniótica funciona como una barrera entre la madre y su hijo, los cirujanos recurren a ella para fabricar parches con los que reparan lesiones externas e internas durante sus intervenciones quirúrgicas.
El primero en darse cuenta de sus propiedades fue el Dr. Davis en 1910, en el hospital Johns Hopkins (Baltimore, EE.UU.). Este pionero fue el primero en demostrar que la membrana amniótica era capaz de reparar los daños de la piel mejor que cualquier parche fabricado con dermis humana o animal. Tras esos primeros trasplantes, su uso se generalizó en el siglo XX para tratar quemaduras y heridas de difícil cicatrización y se llegó a la conclusión de que no había nada mejor para el tratamiento de una herida complicada, bastaba con ponerlo encima. Hasta que el VIH se convirtió en pandemia en la década de los 80 y el temor a la transmisión del virus del sida devolvió las placentas a la basura de los hospitales.
El entusiasmo médico volvió, poco a poco, con las aplicaciones oftalmológicas y ahora vuelve a estar en plena ebullición. «Es un tejido maravilloso, no genera rechazo y posee propiedades que lo hacen muy valioso para el tratamiento de numerosas enfermedades. Favorece la reepitelización, calma el dolor, reduce la inflamación y el riesgo de infecciones, al tiempo que evita la aparición de cicatrices... Esto para un oftalmólogo es básico», cuenta Mercedes González, médica adjunta al servicio de Oftalmología del hospital de Getafe.
«Los parches de membrana calman el dolor, reducen la inflamación y son antibacterianos»
Mercedes González
Oftalmóloga
En este centro madrileño se utiliza para tratar fundamentalmente lesiones y quemaduras oculares, como las producidas al manipular lejía u otros productos cáusticos. El parche de membrana frena la inflamación y repara la quemadura cuando no es muy profunda. También es el mejor tratamiento frente a dos enfermedades poco conocidas, el síndrome de Stevens-Johnson y la necrólisis epidérmica tóxica que pueden surgir de forma repentina como reacción a medicamentos comunes y muy consumidos como el ibuprofeno o ciertos antibióticos.
Recuperar la visión
«La reacción inmune produce lesiones en la córnea y en otras mucosas. Es una enfermedad increíble que puede afectar a cualquiera. No importa la edad ni el estado de salud. Antes, sin membrana amniótica los pacientes se quedaban ciegos. Ha habido un antes y un después en el tratamiento de este problema», asegura la oftalmóloga, que recuerda el caso de dos jóvenes estudiantes que estaban de Erasmus en Madrid. «Yo he dejado de tomar ibuprofeno», confiesa Mercedes González y asiente a su lado Celia Casares, la responsable del banco de tejidos del Hospital de Getafe.
En este banco de Madrid la membrana amniótica se conserva en parches cuadrados de 3x3 y 5x5 centímetros. Una vez troceada, se lleva al servicio de microbiología en busca de posibles patógenos, antes de que se congele y conserve a -80 grados en el banco de tejidos, a la espera de su utilización.
El microbiológico es un doble control de seguridad porque previamente se hace un 'casting' de donantes. «No todas las placentas se pueden donar. Deben proceder de mujeres sanas, con un embarazo sin complicaciones y sin antecedentes familiares de enfermedades graves como el cáncer a las que se hacen pruebas serológicas para descartar infecciones. En realidad, se trata como cualquier tejido para trasplante y necesitamos pedir permiso para la donación, aunque su destino final fuera la basura», explica Casares.
En este hospital de Madrid solo se utilizan las donadas tras una gestación programada y cesárea para evitar la contaminación en el canal del parto. Sin embargo, el Banco de Tejidos de Barcelona ha puesto en marcha un sistema pionero que permite el aprovechamiento de placentas de partos por vía vaginal. «Sabemos que el canal del parto no es estéril y es más fácil la contaminación. Para evitarlo, la placenta se descontamina en varias etapas. En la última parte del proceso se somete a una irradiación a dosis bajas», detalla su responsable Anna Vilarrodona, directora del Banco de Tejidos de Barcelona.
«Estamos tratando a pacientes con ojo seco con extracto de membrana amniótica que no respondían a ningún tratamiento»
Anna Vilarrodona
Dtra. Banco de Tejidos de Barcelona
En este banco, la membrana amniótica se conserva en forma de parches y también se tritura para convertirla en polvo con el que después se fabrica una especie de colirio a partir del extracto de membrana amniótica. «Nosotros empezamos a tratar de forma pionera a pacientes con ojo seco que están desesperados porque no responden a ningún tratamiento. Antes se les ponía el parche de membrana amniótica y los oftalmólogos nos pidieron un recurso más sencillo de uso, para que no hiciera falta ponerlo en el quirófano. De ahí surgió la idea de transformarla en polvo, un producto que puede dispensar directamente el oftalmólogo», afirma.
La donación que más crece
En España el 95 por ciento de las aplicaciones de la placenta están relacionadas con la oftalmología, como demuestran los últimos datos de la ONT, la Organización Nacional de Trasplantes. Su uso mayoritario en 2023 fue precisamente la aplicación de gotas de extracto de membrana amniótica. Estos datos también demuestran que, pese a ser desconocida, es una de las donaciones que más crecen en el país. En números absolutos, sin embargo, las cifras aún se quedan cortas. El año pasado donaron 948 mujeres, así que la mayoría de las placentas alumbradas acabaron incineradas como un residuo quirúrgico más.
Pese a ser la mejor opción frente a quemaduras, en España los parches se utilizan poco en quemados. «Tenemos fácil acceso a la piel de cadáver y ésta permite tratar superficies más grandes», aclara Vilarrodona. Sí se recurre a ella para reparar úlceras de la piel que nunca curan, como las que sufren las personas con diabetes. Aquí la membrana amniótica no tiene competencia. Es como si fuera capaz de reprogramar el tejido más dañado para que se cure así mismo. «Calma el dolor, posee propiedades antibacterianas, permite que se cierren las heridas y se reabsorbe... Yo también me pregunto por qué no se utiliza más», confiesa Vilarrodona.
Por qué no hay que comerla
Todas estas propiedades están avaladas por la ciencia. Lo que no tiene ningún respaldo científico es la placentofagia o comer la placenta después de dar a luz para prevenir la depresión postparto o recuperarse tras el alumbramiento. Hay quien la prepara en batidos o la introduce en una cápsula para tomarla en una píldora. Antes se vaporiza y se deshidrata, aunque ninguna de las preparaciones eliminan por completo los riesgos. No tiene ninguna utilidad y además puede causar infecciones tanto a las madres como a los bebés, si se encuentran amamantándolos, como recuerda el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos.
No hay ningún beneficio y mucho que perder, pero es una práctica de moda que han favorecido algunos personajes públicos. Detrás de esta pseudoterapia hay un intento por imitar a la Naturaleza. La mayoría de los mamíferos lo hacen tras alumbrar a sus crías porque en esos momentos son muy vulnerables y la placenta es un imán por su olor para los depredadores. Así que la mejor opción es comérsela. Nunca lo harían si estuvieran a salvo en un hospital.
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