El Papa se despide de Canadá viajando a la tierra de los inuit, a 300 kilómetros del Círculo Polar
«Gracias por los que tuvieron la valentía de contarme, por compartir grandes sufrimientos que yo no habría imaginado», ha expresado.
Corresponsal en el Vaticano
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Iniciar sesiónDurante los viajes papales, los gestos y el itinerario hablan con más fuerza que las palabras. El Papa Francisco afrontó durante su último día en Canadá una agenda agotadora de encuentros con representantes de distintos pueblos indígenas tanto en Quebec como en ... una de las regiones más remotas del planeta, Iqaluit, a 300 kilómetros del Círculo Polar Ártico, la ciudad más septentrional jamás visitada por un pontífice, a 3.000 kilómetros del Polo Norte.
«No he venido como turista», resumió por la mañana en Quebec ante un grupo de supervivientes de internados indígenas gestionados por católicos, ante quienes reiteró su petición de perdón. «He venido para expresarles el dolor que llevo en el corazón por el mal que no pocos católicos les causaron apoyando políticas opresivas e injustas», aseveró antes de detenerse uno a uno con ellos.
Después, siguiendo la tradición jesuita de ir hasta las fronteras del mundo, a última hora de la mañana, el Papa tomó un vuelo de tres horas hacia Iqaluit, capital del territorio de Nunavut, la ciudad con mayor concentración de inuit en Canadá. Son algo más de la mitad de sus solo 7.700 habitantes. En el pasado se les llamaba «esquimales», pero ese término se considera despectivo pues algunos dicen que significa «devoradores de pescado crudo» y habría sido difícil asar el pescado en esta tierra donde escasea leña. Al pie de la pista le esperaba el obispo Anthony Wiesław Krótki, uno de los pocos prelados que se desplaza en moto de nieve.
Desde esa tierra de blancos inviernos a -25ºC, lagos azules, dulces colinas y basta extensiones de tundra, Francisco se despidió de Canadá. Allí se abrieron desde 1950 catorce de los 139 internados para «civilizar» a niños inuit. Uno de esos lugares, el de Rankin Inlet, lejos de la ciudad que visitó Francisco, fue también uno de los últimos que se cerró, pues duró hasta 1997.
En la «Nakasuk Elementary School» el pontífice se reunió a puerta cerrada con supervivientes de estos internados. La anfitriona fue la gobernadora general de Canadá, Mary May Simon, también ella inuit. El lugar imitaba el interior de un iglú, iluminado con el «qullit», la lámpara ártica alimentada con aceite de grasa de foca o de ballena. Allí el Papa escuchó conmovido las historias de familias, abrazó a algunos de supervivientes y pidió perdón. Entre otras cuestiones, tenían previsto solicitar al Papa que intervenga para que Francia autorice la extradición del sacerdote Johannes Rivoire, de 90 años, acusado de haber abusado de menores en esta tierra.
«Gracias por lo que tuvieron la valentía de decir, compartiendo grandes sufrimientos que yo no habría imaginado», les dijo el Papa en el encuentro público celebrado inmediatamente después ante la puerta de la escuela. «Escucharlos ha reavivado en mí la indignación y la vergüenza que me acompañan desde hace meses. También hoy, también aquí, quisiera decirles que estoy muy apenado y quiero pedir perdón por el mal que cometieron no pocos católicos en esas escuelas que contribuyeron a políticas de asimilación cultural y desvinculación», añadió.
Fue durante el último encuentro del viaje, en un escenario que evocaba las viviendas estivas de los inuit, las «qammaq», construidas con costillas de ballena, pieles y piedras. El Papa vio dos de las tradiciones que estaban prohibidas en las escuelas, pero que no consiguieron ser erradicadas: la «danza del tambor» y el «canto de garganta». La intérprete, Julia Ogina, le explicó con tono poético que esas «canciones estaban casi perdidas, pero tienen una forma de encontrarnos porque somos seres espirituales». El Papa les habló en español, y una mujer tradujo en directo sus palabras al «inuktitut», la lengua que sobrevivió a los internados.
«Cuánto mal al romper los vínculos entre padres e hijos, al herir los afectos más queridos, al lastimar y escandalizar a los pequeños», insistió el Papa, que les propuso «recorrer juntos un camino de sanación y de reconciliación que, con el auxilio del Creador, nos ayude a arrojar luz sobre lo sucedido y a superar ese pasado oscuro».
El Papa desafió a los jóvenes con algunos «principios» del «conocimiento tradicional» de los inuit, o Inunnguiniq, como «elevar tu temple moral», «ser compasivo», «servir a los demás y construir relaciones». Les pidió «que no pasen las jornadas aislados, rehenes de un teléfono».
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No era un encuentro religioso, y la mayoría de quienes le escuchaban no eran cristianos. Pero el Papa les animó a que «escuchando a los ancianos y recurriendo a la riqueza de sus tradiciones y de vuestra libertad, abracen el Evangelio custodiado y transmitido por sus antepasados, y que encuentren el rostro Inuk de Jesucristo».
Desde allí, con más de una hora de retraso, el Papa tomó el avión hacia Roma, donde tiene previsto aterrizar a primera hora de este sábado.
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