Opus Dei, las razones que llevaron al Papa a poner fin a la singularidad jurídica
La norma dictada por Francisco restablece «la coherencia dentro del orden canónico», según el futuro cardenal Gianfranco Ghirlanda
El prelado dejará de ser obispo, dependerán del dicasterio para el Clero y tendrán que presentar cada año un informe sobre su situación
«El Opus Dei y las serpientes de verano», por José Francisco Serrano Oceja
El prelado del Opus Dei, Fernando Ocáriz, con la cruz pectoral, en una audiencia con el Papa en enero de 2020
Cuando el 28 de noviembre de 1982 el Papa Juan Pablo II publicaba la constitución apostólica 'Ut sit' que erigía al Opus Dei en la primera —y hasta el momento única— 'prelatura personal', los dirigentes de la Obra respiraron tranquilos. «Hasta ese momento nos ... pasábamos más tiempo explicando lo que no éramos, que lo que realmente éramos», reconocían tiempo después. La decisión no sólo les dotaba de un estatus específico acorde al espíritu fundacional que había imaginado Escrivá de Balaguer, sino que ponía fin a un largo periplo jurídico en el que habían sido 'pía unión', 'sociedad sacerdotal' e 'instituto secular'.
Casi cuarenta años después, otro Papa, Francisco, ha roto aquel equilibrio con un 'motu proprio', 'Ad charisma tuendum', con el que, sin quitar el rango de prelatura personal, adscribe a la entidad al dicasterio para el Clero (encargado de los sacerdotes diocesanos y de las asociaciones clericales) en vez de en el Obispos, que controla la labor de las diócesis. Además, pide que el prelado entregue cada año un informe al dicasterio sobre el estado de la Prelatura y su labor apostólica, cuando antes lo hacía cada cinco años.
Y, en aras de favorecer una forma de gobierno fundamentada «más en el carisma que en la autoridad jerárquica», el prelado de Opus Dei «no será distinguido, ni tampoco susceptible de ser distinguido, con el orden episcopal», como hasta ahora era habitual. Además, el Papa insta al propio Opus Dei a elaborar una reforma de sus estatutos que recoja todos los cambios, y que deberá presentar a la Sede Apostólica para su aprobación.
Pero, ¿qué significan estos cambios? Por lo pronto, los dirigentes del Opus Dei han perdido aquella tranquilidad de no tener que explicar «lo que no somos». Para Jesús Juan, director de comunicación de la Obra en España, se trata de un «asunto bastante técnico» que «internamente no afecta en nada». «Es cierto que pasamos a depender del Clero, pero en la práctica ya tratábamos muchas cuestiones con ese dicasterio». También interpreta como positivo que el Papa remarque la dimensión «carismática y subraye menos lo jerárquico» y no lo parece preocupante que el Prelado no sea obispo. Cierto que el fundador no lo fue nunca, según recuerda Juan, y añade que «para nosotros el máximo cargo que tuvo, y que ahora tienen los prelados, es el de Padre».
Entonces, si no hay diferencias, ¿era necesario un documento papal público que evidenciara los cambios y pusiera al Opus en el disparadero? Francisco tiene una peculiar forma de actuar. Es desinhibido y espontáneo cuando improvisa discursos, homilías, habla con periodistas o concede entrevistas —lo que ha obligado a más de una rectificación o aclaración de sus palabras por la sala de prensa—, pero, por contra, mide muy bien las consecuencias de cada uno de sus escritos. No cabe entonces la respuesta fácil de que todo ha cambiado para que nada cambie.
Si hay diferencias. Para conocer las razones de este cambio conviene volver la vista atrás y recordar las relaciones de Francisco con el Opus Dei. El primer detalle es que Bergoglio es jesuita, y no se puede olvidar la evidente guerra fría que enfrentó a la Obra y la Compañía en los años del postconcilio, ejemplificada en la difícil relación personal entre quienes, a la sazón, los lideraban, José María Escrivá de Balaguer y Pedro Arrupe. Además, con independencia de que, como pastor, un obispo o el Papa debe dialogar con todas las realidades eclesiales, cualquier observador mínimamente informado podrá intuir que las prioridades pastorales del cardenal Bergoglio, que viajaba en transporte público y que aspiraba a jubilarse en una de las «villas miseria» de Buenos Aires, estaban muy lejos del acento eclesial que siempre ha caracterizado al Opus Dei.
Bergoglio y los obispos del Opus
Un ejemplo de estas diferencias lo tenemos en las discusiones de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Aparecida, en la que, el entonces cardenal Bergoglio y el arzobispo de Lima, el cardenal Juan Luis Cipriani —que en esos momentos era el miembro del Opus Dei con un mayor rango eclesiástico— mantuvieron posiciones bastante alejadas. El hoy Papa promovía un documento con un marcado carácter social, mientras que Cipriani se oponía con expresiones como «¡Dale con los pobres, dale con los pobres! ¿Vamos a salir de aquí para hacer comedores por todas partes?», según reveló más tarde monseñor «Tucho» Fernández, muy cercano a Bergoglio y hoy arzobispo de La Plata, en Argentina.
La situación se zanjó finalmente con una contundente victoria de las posiciones de Bergoglio. El documento final obtuvo 127 votos a favor y dos en contra. Los analistas coinciden en que el de Cipriani fue uno de estos últimos. La situación no fue cómoda. Ya como Papa, Francisco zanjó el conflicto que Cipriani mantenía con la Universidad Católica de Lima, quitándole su responsabilidad como Gran Canciller.
El 28 de diciembre de 2018, Cipriani presentaba su renuncia al Papa al cumplir los 75 años. Menos de un mes después, el 25 de enero, era aceptada, cuando la práctica del Papa es ofrecer una prórroga de al menos dos años a los cardenales arzobispos, como ocurre ahora en España con los cardenales Osoro, Cañizares o Omella. Incluso, al cardenal Blázquez le aceptó su renuncia hace unos meses, cinco años después de presentarla. Pero en aquel caso, Bergoglio no había olvidado los desaires de Cipriani.
Con esos precedentes, era lógico que el Opus Dei se movilizara cuando el 'habemus papam' señalaba al cardenal Jorge Mario Bergoglio como Pontífice. Tras la inesperada elección, la Obra activó los mecanismos para mostrar su cercanía al nuevo Papa. Se empezó a conocer entonces que Bergoglio tenía una «gran simpatía» por el Opus Dei y que incluso se había «convertido» a la santidad de su fundador tras un episodio en el que pasó de creer que no era santo a arrodillarse ante su tumba.
«Si eres santo, sácame de este pozo»
Se encargó de difundirlo Carlos Nannei, quien por entonces era procurador del Opus Dei en Roma, pero que había conocido a Bergoglio cuando era vicario de la Prelatura en Argentina. En 1992, el hoy Papa vivía en Córdoba (Argentina), apartado por sus superiores, en un período que ha definido como de «purificación interior». Por esas fechas estaba próxima la beatificación de Escrivá de Balaguer, «y yo pensaba que no era santo», cuenta Nannei que le había confiado el Papa. «Si eres santo, sácame de este pozo», le dijo Bergoglio, siempre en versión de Nannei. El 13 de mayo, el nuncio le anunciaba a Bergoglio que había sido nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires. Cuatro días después, el 17, era beatificado el fundador del Opus Dei en la plaza de San Pedro.
Como muestra de la cercanía del Papa por a la Obra, Nannei difundió la anécdota en varias conferencias y artículos periodísticos. También explicó que, años después, le llamó en una visita a Roma y le pidió ir a rezar delante de la tumba de Escrivá de Balaguer. «Fui a buscarlo a su residencia, fuimos a rezar ante la tumba de san Josemaría, nos pusimos de rodillas, eran las 5 de la tarde. A los 10 minutos seguía de rodillas. A la media hora seguía de rodillas, yo ya quería sentarme pero una voz interior me decía que mientras él no se sentara yo no me sentaría. Cuarenta y cinco minutos de rodillas frente a la tumba de san Josemaría, me mira con una sonrisa y me dice 'por mi está bien', por mi también, le contesté», narraba Nannei, que también desveló que el entonces arzobispo de Buenos Aires había sido el confesor de su madre.
Video.
Ya elegido Papa, Bergoglio recibiría en varias ocasiones a Nannei en el Vaticano. Una de ellas, cerca de dos años después de su elección, coincidió con otra decisión de Francisco que no fue grata para el Opus Dei. El Papa acababa de destituir a otro obispo de la Obra, el argentino Rogelio Livieres, que estaba al frente de la diócesis de Ciudad del Este en Paraguay, desde que lo nombrara Juan Pablo II. La destitución, muy poco habitual en la Iglesia, se debió a «serios problemas con su manejo de la diócesis, la educación del clero y las relaciones con otros obispos», según explicó el padre Lombardi, entonces portavoz de la Santa Sede.
A los conocidos de Francisco dentro de la casa general del Opus en Roma, pronto se sumaría otro argentino. Mariano Fazio, que había coincidido con Bergoglio cuando era perito en la conferencia de Aparecida. En contra de lo que pudiera parecer, Fazio no se inscribió entonces a la corriente de Cipriani, pese a ser ambos de la Prelatura, sino que simpatizó con las posiciones de Bergoglio. El Opus Dei suele hacer gala de esta diversidad de opiniones entre sus miembros, como muestra de su libertad. Como ejemplo, en lo político, alardean de tener simpatizantes en todo el arco parlamentario, desde la derecha a los nacionalistas vascos y catalanes.
Fazio fue nombrado vicario general del Opus Dei —número tres en la Prelatura— en diciembre de 2014, por monseñor Echevarría, el anterior prelado. Encuadrado en el sector más aperturista de la Obra, Fazio ofrecía meses después una entrevista a el diario El País en la que trataba de desterrar la percepción de «elitista» del Opus, defendía la gestión de Francisco en su Pontificado e incluso argumentaba que una de sus frases más polémicas —el «quien soy yo para juzgar» refiriéndose a los gais— está «en plena coherencia con lo que dice san Pablo».
El vicario auxiliar Mariano Fazio, (iz.) junto al prelado Fernando Ocáriz en una foto tras sus nombramientos
Cuando en 2017 falleció monseñor Echevarría y Fernando Ocáriz fue nombrado nuevo prelado, Fazio pasó a ser vicario auxiliar, el segundo puesto de responsabilidad del gobierno del Opus Dei en Roma. Por aquellos tiempos, el nombramiento de Ocáriz como obispo se percibía como inminente. La relación con el Papa Francisco era, aparentemente, buena y nada hacía presagiar que no se repitiera el gesto que otro Papa, Juan Pablo II, había tenido con sus dos predecesores en la Prelatura. Nunca ocurrió.
El retraso —ahora sabemos que negativa— del nombramiento como obispo del prelado del Opus fue comidilla en los mentideros eclesiales durante tiempo. Sin embargo, a pesar de ello, nada hacía prever la decisión que finalmente ha tomado Francisco. La primera señal de alarma llegó cuando se publicó el nuevo reglamento que reforma la Curia y, para sorpresa de muchos, entre las funciones del dicasterio del Clero entraba la de supervisar las prelaturas personales. Es decir, el Opus Dei, la única que existe.
El Opus quiso quitar hierro a aquella decisión y monseñor Ocáriz publicó una carta en la que afirmaba que «cambia el interlocutor ordinario con la Santa Sede» pero que «no se modifica en nada la sustancia de la Prelatura del Opus Dei, formada por laicos y sacerdotes, mujeres y hombres, como se establece en los Estatutos que la Sede Apostólica dio a la Obra». Con esto último se refería a la carta 'Ut Sit' de Juan Pablo II, a la que están enlazadas estas palabras en la web del Opus. Eso es precisamente lo que ahora Francisco ha modificado.
¿Cómo quedan entonces estos cambios que ahora «sí» afectan a la sustancia de la Prelatura, al modificar la norma papal con la que había sido erigida? El principal cambio es en su forma jurídica. Al ser una figura relativamente nueva, y única, la prelatura personal ha ido buscando su encaje en el ordenamiento canónico de la Iglesia. En el Opus dicen que «a lo que más se parece una prelatura personal es a una prelatura personal».
Pero en la práctica a lo que más podría asemejarse, hasta los últimos cambios, era a un arzobispado castrense. Como éste, tenía un obispo, el prelado; unos sacerdotes incardinados y unos fieles, que mientras en el castrense son los oficiales, la clase de tropa y sus familias, en la prelatura del Opus Dei son los numerarios, agregados y supernumerarios, las distintas formas de adscripción que prevén sus estatutos.
El prelado de la Obra nunca será obispo
Sin embargo, esa estructura queda ahora descabezada, al determinar expresamente el 'motu proprio' de Francisco que el prelado nunca será nombrado obispo. Puesto que, a pesar de ello, seguirá al frente de la Prelatura, la decisión puede parecer simbólica. Pero no lo es. Cuando el prelado era obispo podía ordenar personalmente a sus propios sacerdotes; o, si se daba el caso de un conflicto con un obispo diocesano, discutir con él en el mismo plano jerárquico. Que el prelado ya no sea obispo, podría restar mucha autonomía al Opus Dei.
Otra disposición del 'motu proprio', que ha pasado un tanto desapercibida, muestra la decidida intención de Francisco de que el prelado no solo deje de ser obispo, sino que, incluso, deje de parecerlo. Hasta ahora, los prelados podían utilizar algunas distinciones propias de los obispos, como la cruz pectoral —que Ocáriz ha utilizado en actos importantes de la Obra o en las visitas al Papa— o la mitra y el báculo en las celebraciones eucarísticas, como usó en la misa de su toma de posesión. Es una excepción relativamente habitual en la Iglesia, para distinguir a personalidades eclesiales que, si bien no han recibido el orden episcopal, actual como tales en razón de su cargo, como los denominados abades mitrados o los prefectos apostólicos en zonas de misión.
Sin embargo, Francisco ha dispuesto que a partir de ahora el prelado, «en razón de su oficio», tenga el título de «protonotario apostólico supernumerario», una dignidad que el Papa suele conferir a sacerdotes que han prestado servicios a la Santa Sede, pero que no tienen ninguna responsabilidad en la curia vaticana. Adiós al pectoral, la mitra y el báculo. Desde ahora el prelado sólo podrá usar la sotana negra 'filetata' y el fajín púrpura como signos distintivos.
El prelado, Fernando Ocáriz, en un reciente acto este agosto en Barcelona. Como establece el 'motu proprio' del Papa ya no porta la cruz pectoral, propia de los obispos
Para entender este empecinamiento de que el prelado no sea, ni parezca, obispo, hay que recordar que en el orden jerárquico de la iglesia, los obispos sólo rinden cuentas ante el Papa, de forma directa o a través del dicasterio que ha establecido para ello, el de los Obispos. El resto de estructuras intermedias, como las conferencias episcopales, tienen un carácter colegial, pero simbólico. Es decir, que un obispo podría contravenir las decisiones mayoritarias de la plenaria de la conferencia episcopal, sin ninguna consecuencia legal para él, si cuenta con el respaldo del Papa.
Para entender mejor estos cambios conviene recordar la rueda de prensa en que se presentó la reforma de la curia —en la que se adscribía las prelaturas personales al dicasterio del Clero—, en la que, a preguntas de los periodistas, el canonista Gianfranco Ghirlanda explicó que lo que ha hecho el Papa Francisco con esta decisión «es restablecer la coherencia dentro del orden canónico entre la competencia del dicasterio y la acción de la prelatura personal».
Ghirlanda explicó que si bien las disposiciones del Concilio Vaticano II y la legislación establecida por Pablo VI situaban a las prelaturas personales como «una estructura de carácter clerical», durante el proceso de elaboración del Código de Derecho Canónico se configuraron por un tiempo «en la parte de la estructura jerárquica de la Iglesia local, por lo tanto, de las Iglesias particulares personales». Tras una larga negociación — que se remontaba al pontificado de Pablo VI que se oponía a que el Opus fuera una prelatura personal— fue justo en ese momento de 'impasse' del hablaba Ghirlanda en el que Juan Pablo II erigió el Opus Dei, encuandrándolo en esa figura jurídica que su predecesor había descartado.
Sin embargo, Ghirlanda explicó que «en la evolución de la elaboración del Código [...] se volvió a la legislación de Pablo VI», por lo que «las prelaturas personales dejaron de configurarse como iglesias particulares personales» y así quedó establecido en el texto que finalmente se publicó. De esta forma, las prelaturas «no se pueden asimilar a una Iglesia particular y la Congregación de Obispos tiene jurisdicción sobre las iglesias particulares», por lo que la decisión papal lo que ha hecho es restablecer el orden inicial. Gianfranco Ghirlanda es jesuita y será creado cardenal por Francisco el próximo 28 de agosto.
«Las prelaturas personales no se pueden asimilar a una Iglesia particular»
Gianfranco Ghirlanda
Jesuita, canonista y neocardenal
Atendiendo a esta explicación de Ghirlanda, el Opus Dei, pese a seguir siendo prelatura personal, pierde su peculiaridad y se encuadra en la misma estructura que las asociaciones sacerdotes o las órdenes religiosas, que si bien están adscritas al dicasterio para la vida consagrada, tienen las mismas obligaciones que el 'motu proprio' establece para la Obra.
Queda por delante la revisión y adecuación de los estatutos de la Prelatura a estos cambios, que, entendido su calado, no será meramente protocolaria. Por lo pronto, lo previsible es que el prelado pierda su condición de cargo vitalicio, como ha establecido Francisco para todas las congregaciones y asociaciones. Además, está por definir cómo queda el papel de los laicos —que son un 90% de los miembros— dentro de «una estructura de carácter clerical», como la definió Ghirlanda en aquella rueda de prensa.
De ellos, 2.300 son sacerdotes y el resto laicos, entre numerarios, agregados o supernumerarios
Cuestiones, no menores, que pueden tener un encaje complejo si las propuestas que pueda hacer el Opus Dei no convencen a Francisco quien, en última instancia, tiene que dar su aprobación. De ahí que, en entornos eclesiales, los detractores de la Obra hayan comenzado a difundir que la estrategia de la Prelatura pasa por dilatar los plazos de estudio y redacción de los estatutos, en espera de tiempos mejores o un Papa más a favor.
Y es que, como decía John L. Allen, vaticanista y biógrafo de los últimos papas, el Opus Dei sigue siendo la cerveza Guiness de la Iglesia católica: «Una variedad amarga que no gusta a primeras y se reserva exclusivamente a pocos paladares».