Una separación que es la muerte

«Que se condene el Papa, si quiere», acuñaron algunos ante las modernidades de León XIII

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Algunos fieles protestaron frente a la sede de la Conferencia Episcopal por el acuerdo alcanzado por el Valle de los Caídos Navarro pareja

Una forma vistosa de mostrar fastidio respecto de la propia Iglesia es que alguien anuncie a bombo y platillo que no marcará la «X» en la Declaración de la Renta. Siempre hay un motivo a mano, ya he perdido la cuenta. El último de la lista ... es la negociación con el Gobierno sobre el futuro de la abadía del Valle de los Caídos. Siempre me ha resultado curiosa la especial inquina de algunos católicos hacia sus propios pastores, especialmente si no secundan su proyecto ideológico. En España, además, existe una tradición inveterada de cierto catolicismo empeñado en salvar a la Iglesia de sí misma: «que se condene el Papa, si quiere», acuñaron algunos ante las modernidades de León XIII.

Los acontecimientos de la pasada semana me han hecho recordar un momento en que John Henry Newman, acechado por los católicos ultramontanos y atacado por sus antiguos amigos anglicanos y por el establishment político-religioso de Inglaterra, respondió a la gran pregunta: «¿por qué soy católico?». Su respuesta atravesará los siglos como un faro en medio de cualquier tiniebla: «por eso soy católico, porque Nuestro Señor fundó la Iglesia y esa misma Iglesia ha estado en el mundo desde entonces; porque en cada época algunos grupos se han separado de ella y han demostrado, posteriormente, que esa separación es la muerte, y que tienden a perder toda fe definida».

Newman sabía bien que la Iglesia es obra de Dios, pero esa obra cobra carne y sangre mediante la acción de hombres y mujeres a lo largo de los siglos. Así lo ha querido su Divino fundador, como le gustaba decir. Por eso él, que era más inteligente, más puro y esforzado que la mayoría de los que tenían responsabilidades en la Iglesia de su tiempo no se separó jamás de ese Cuerpo, de esa carne y de esa sangre que constituyen la continuidad de Cristo en la historia. A pesar de que no pocas veces algunos de sus líderes le defraudaron y otros le atacaron miserablemente, aunque pensaba que eran lenta para comprender los signos de los tiempos, y que algunas batallas en su seno eran peores que cualquier guerra mundana, no se separó de la Iglesia hasta su último suspiro. Por el contrario, vemos qué poco necesitan algunos para disentir de ese Cuerpo de manera hiriente, pretendiendo convertirse ellos en la justa medida de su camino en la historia.

Newman sabía que la solidez de su fe dependía de la pertenencia a la Iglesia a través de la adhesión sencilla a unos hombres que, en una línea ininterrumpida, son los sucesores de los apóstoles, formando un colegio presidido por el sucesor de San Pedro. Pobres hombres, desde luego no tan heroicos y lúcidos como quienes les insultan. Tuvo que venir un antiguo pastor anglicano, hoy proclamado santo, a explicarlo. Y parece que necesitamos que lo siga haciendo.

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