Lo que los cristianos no podemos hurtar al mundo
Tenemos la exigencia de que las administraciones públicas sean ágiles y eficaces y de que los políticos no se enreden en trifulcas cuando está en juego la vida de tanta gente
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Iniciar sesiónLa tragedia que estamos viviendo en Valencia y en otros lugares de España nos hace más conscientes de que la vida humana es muy vulnerable. Trabajamos, ¡justamente!, para establecer una red de protección, para darle seguridad y bienestar hasta donde sea posible, pero todo ... eso no puede hacernos olvidar esa condición de vulnerabilidad. La tragedia nos invita, casi nos obliga, a hacernos preguntas. Naturalmente, las que se refieren a la gestión de la crisis, a las decisiones técnicas y políticas en marcha. Pero no basta con eso, no podemos acallar las preguntas que se refieren al valor y el sentido de nuestra vida: al dolor y al sacrificio, a la muerte de los seres queridos, a nuestra exigencia de justicia y de felicidad. No son cosas separables.
Tenemos la exigencia de que las administraciones públicas sean ágiles y eficaces y de que los políticos no se enreden en trifulcas cuando está en juego la vida de tanta gente. Por otra parte, la solidaridad con los afectados es ya una primera victoria frente al sentimiento de absurdo que nos asalta: es un modo de mostrar que hay algo más fuerte que el golpe ciego del infortunio, y por eso hay que subrayar que muchos, muchísimos, han dedicado desde el primer momento sus mejores esfuerzos a rescatar, dar comida y techo a quienes lo necesitaban. Estamos ante una carrera de fondo porque va a ser necesario mucho tiempo y mucho esfuerzo para la reconstrucción, y necesitamos encontrar una palabra de esperanza que no se esfume, como ha dicho el arzobispo de Valencia, Enrique Benavent. Sabemos que la solidaridad, a la larga, flaquea, y necesita ser sostenida por algo más que los buenos sentimientos.
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¿Podemos afirmar que la vida es un bien, que no es una mera ilusión que puede desbaratar un golpe de viento o de agua? La vida se nos regala, las estaciones y la biosfera están ordenadas para hacerla posible, y por eso sentimos como algo radicalmente injusto que un azar destructivo tenga la última palabra sobre nuestra existencia. Pero ¿la tiene? Cada uno está invitado a responder. En el Génesis escuchamos la gran proclamación de que «todo es muy bueno», sin embargo, la historia entera y nuestra propia experiencia personal nos enseñan que el mundo está herido, que su orden original está alterado. En todo caso, no sabemos por qué se produce el sufrimiento de los inocentes, tantos cuyas historias estamos conociendo estos días. La fe no es una especie de recetario para resolver todos los problemas, la fe es una relación con Dios dentro de la cual todas las preguntas encuentran espacio y pueden ser sostenidas.
Entre muchos testimonios, recojo el del párroco de Letur (Albacete): «Pido a Dios que nos dé fuerzas, esperanza, saber estar, saber consolar y estar unidos, vivir este momento unos con otros para poder seguir hacia adelante, sabiendo que si hay alguien que no se baja de la cruz es Jesucristo». Humildemente, con lo ojos fijos en el Cristo yacente de Paiporta, con el rostro lleno de barro, los cristianos podemos decir que la última palabra sobre nuestra vida no la tiene un destino ciego sino el Dios que se hizo carne, que por nosotros murió y resucitó. Que acoge en su amor a los que han muerto, que nos sostiene para curar, reparar y reconstruir. Y esta certeza no se la podemos hurtar a nuestros conciudadanos.
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