Apacienta a mi pueblo
Sólo la presencia del Resucitado, que nos envía su Espíritu, permite que nuestra expectativa no se convierta en mera curiosidad morbosa
La Iglesia no pertenece a ningún Papa, todo Papa pertenece a la Iglesia (29/04/2025)

La sombrilla entreabierta con franjas rojas y doradas que es el emblema del periodo de Sede Vacante parece sugerir una ausencia. Echamos en falta la palabra apasionada y los gestos elocuentes de Francisco, y nadie se sienta aún en la silla de Pedro mientras ... se suceden las especulaciones, incluso en las casas de apuestas. Parecería que «ausencia» es la palabra que define este momento hasta la fumata blanca… y sin embargo no. La palabra determinante en la vida de la Iglesia, siempre, es «presencia». Sólo Cristo presente permite a la Iglesia seguir viva, seguir en pie y afrontar cualquier ausencia. Sólo la presencia del Resucitado, que nos envía su Espíritu, permite que nuestra expectativa no se convierta en mera curiosidad morbosa, que las discusiones de los cardenales no se conviertan en cálculo, que la Iglesia no se reduzca a una mera institución. Este es un momento propicio para recordar que sin el Espíritu Santo la Iglesia se convierte en carne muerta, pero con Él todos los miembros se vivifican y cualquier invierno se torna primavera.
En medio de los análisis, de la zarabanda de opiniones y hasta del sube y baja de las apuestas en torno al nombre del futuro Papa, el evangelio del pasado domingo caía como un rayo en una noche serena. Merece la pena imaginar la escena. Pedro, emocionado al reconocer a Jesús en la playa, quizás esperaba algún reproche por su cobardía. La pregunta del Maestro le descoloca: «¿me amas más que estos?». Pero Pedro no se defiende: «Señor, tú lo sabes, Tú sabes que te quiero». Y así tres veces, hasta entristecerse por el recuerdo de otras tantas negaciones. Jesús no quería humillar a Pedro, sólo hacerle notar que sin Él toda su fuerza, su efervescencia, se quedaba en nada. Pero el primer encargo sigue intacto: «apacienta mis ovejas».
Jesús no buscó al discípulo perfecto. La Iglesia no busca ahora al «Papa perfecto». Además, ¿en qué consistiría esa perfección? Estos días nos enseñan poco menos que el escáner de una lista de supuestos «candidatos» y, al final, lo que vemos son hombres con una historia de fe, con cualidades y limitaciones. En medio de la noche, con el peso del fracaso durante la brega, los apóstoles se enteraban de bien poco. Sin embargo, Pedro, con el amargor de sus tres negaciones aún fresco en la boca, dice decidido: «es el Señor». Y se lanza al agua para llegar primero. «Tú sígueme», ahí esta la clave de cuanto sucede estos días: seguirle a Él vivo y presente, no a un fantasma, ni a un recuerdo, ni a una norma escrita, a Él que no deja de hablar a su Iglesia en todos los tiempos de la historia.
El cardenal Cobo ha dicho en una entrevista en ABC que «lo que todos vamos buscando es un Papa que respete toda la tradición viva de la Iglesia y que sea valiente». Uno que recoja los frutos de la larga siembra de siglos, especialmente de los últimos sesenta años, y que no tenga miedo de afrontar las tormentas, ni se esconda de las heridas de la gente, ni se canse de las noches «sin haber sacado nada». Podemos estar muy tranquilos, porque los cardenales tienen dónde elegir.
Después de su conversación en el Lago, Jesús le hizo a Pedro una advertencia: «cuando eras joven ibas a donde querías, cuando seas viejo, otro te llevará a donde no quieres». Observa el evangelista que con esto se refería a la muerte con que Pedro iba a dar gloria a Dios. En el Cónclave los cardenales van a elegir a un nuevo sucesor de Pedro que será cabeza de la Iglesia. Conviene recordar que la verdadera cabeza de este Cuerpo, Cristo, fue coronada de espinas. Y, de una forma u otra, la del Papa también lo va a ser. Mientras, el mundo hace sus apuestas….
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