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Amarla tal como es

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El Papa Francisco en una oración en la basílica de Santa María la Mayor EFE
José Luis Restán

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En su «Carta sobre la renovación del estudio de la historia de la Iglesia», especialmente sustanciosa pero que ha pasado sin pena ni gloria para el gran público, el Papa Francisco dice que «hoy tenemos una proliferación de relatos, a menudo artificiales e incluso ... engañosos, y al mismo tiempo una ausencia de historia y de conciencia histórica en la sociedad civil y también en nuestras comunidades cristianas». Siempre he pensado que la historia de la Iglesia es la cenicienta de la formación en nuestras comunidades cristianas, y no por un prurito intelectual, no se trata de recitar la lista de los mártires de Roma, ni de saber las fechas de todos los concilios. El cristianismo no es un elenco de ideas y principios, es ante todo una historia, porque Dios ha querido entrar carnalmente en la historia de los hombres para curarlos, sostenerlos y llevar su vida a cumplimiento. Necesitamos entender que la Iglesia es un cuerpo vivo que atraviesa la historia con todos sus zigzags, un cuerpo que, a veces, parece estar a punto de morir, pero al final, misteriosamente, triunfa frente a todos los cálculos humanos, como decía san John Henry Newman.

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