Sociedades descristianizadas
Durante años se han analizado a fondo los procesos de secularización de las sociedades contemporáneas
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El estudioso de las religiones Jean-Francois Colosimo ha predicho que en diez años, en Europa y en América, serán más los que, a la pregunta sobre la pertenencia religiosa, respondan que «ninguna» que los que digan que son católicos, protestantes o de ... otra confesión. De hecho ya se pude afirmar esto de algunos países europeos. Durante años se han analizado a fondo los procesos de secularización de las sociedades contemporáneas. Quienes profetizaron el fin de la religión, por causa, entre otros factores, de la modernidad o la ciencia, a estas alturas confiesan en su gran mayoría que se equivocaron.
Otra cuestión es la relación que existe entre secularización y descristianización, dos conceptos que habitualmente se usan como sinónimos pero que deben diferenciarse. El proceso de descristianización no se ha detenido con el fin de la secularización, o con sus estertores, con lo que estamos en un escenario en el que hay que mirar también a las dinámicas internas en la Iglesia o a los efectos que tiene reducir, por ejemplo, el hecho cristiano a una mera ética.
Ningún hombre o mujer puede vivir, consciente o no, sin tener idea del significado o dirección de su existencia. La inevitable pregunta por el sentido de la vida y la inquietud última por la razón de la existencia de lo real, y no de la nada, son inextirpables del corazón de las personas. Preguntas que por su naturaleza no son sólo filosóficas. Son religiosas en la medida en que la respuesta hace referencia a una «innegable Presencia» capaz de dar sentido y unificar los elementos de la existencia.
De ahí que el cristianismo cuando habla de descristianización deba tener presente los factores que están haciendo que los hombres y mujeres hayan dejado de hacerse preguntas sobre Dios o el sentido de la existencia. Entre otras razones para hacer más adecuadas las respuestas.
Otra cuestión son algunos elementos característicos del presente, como el individualismo, que ha consagrado la ruptura entre el yo y el nosotros, la dimensión comunitaria, o una falsa concepción del estado de bienestar, que conspiran contra el horizonte de la creencia.