El estigma del suicidio en la discapacidad: «Sufren el doble»

En España, no hay datos de cuántas personas con discapacidad se suicidan al año, pero sí información sobre los factores de riesgo que pueden provocarlo. «Las relaciones entre discapacidad y suicidio son complejas y comprenden diferentes vertientes y factores de riesgo psicosocial, entre los que destacan situaciones como la soledad, el acoso, los estereotipos normativos y las barreras a la participación», apunta la investigación 'El suicidio en las personas con discapacidad en España', realizada por el Observatorio estatal de la discapacidad y presentado esta semana por el el Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (Cermi).

La misma investigación, citando a varios trabajos publicados, sitúa la tasa de riesgo de suicidio entre las personas con discapacidad en 1,9 veces más que las personas sin discapacidad. Esa cifra es mayor en los casos de trastorno mental, insuficiencia renal, lesión cerebral y discapacidad física. Destaca la depresión mayor, en la que el riesgo de suicidio de quienes la padecen es 21 veces más que el de la población general. A ello, hay que sumar la estigmatización y prejuicios aún existentes sobre las personas con discapacidad, que son claves también en este riesgo de suicidio.

Ese estigma lo ha sufrido Clara. Ahora, durante su etapa universitaria, ha compartido piso varias veces. Sin embargo, en dos ocasiones la han echado sus compañeros cuando se han enterado de su discapacidad. A eso se suman sus intentos de suicidio. «Cuando tu entorno se entera, sientes que les has fallado. Tu familia lo esconde y lo puedes llegar a entender, porque hay que tener en cuenta el contexto y que hay muy poca información. Incluso contarlo a mis propias amigas fue bastante duro y lo hice con vergüenza porque sabía que iba a ser juzgada. Y mucha gente me dejó de hablar y me dijo que cuando estuviera bien y me curara hablaríamos», lamenta.

Esta realidad bien la conoce Silvia Llopis, de 39 años. Su discapacidad fue consecuencia de su intento de suicidio. A los 34, una «crisis existencial», como ella la define, la llevó a sufrir una depresión. Tuvo varios intentos de quitarse la vida con pastillas, hasta que finalmente decidió beber aguarrás. «Me quemé y destrocé por dentro. Me falta parte del sistema digestivo y el respiratorio está mal. No tengo estómago ni esófago. No tengo laringe, ni faringe, ni cuerdas vocales», explica por mensajes de texto. Además, tras una de sus múltiples operaciones dejó de andar y tuvo que estar varios años en silla de ruedas.

En ese momento, relata Silvia, si la eutanasia hubiera estado disponible la habría solicitado sin dudarlo. Ahora ni se le pasa por la cabeza. Con el tiempo ha aprendido a aceptarse y quererse a sí misma, pese a que es consciente de la «mochila» que le dejó su intento de suicidio: «He encontrado el sentido de mi vida y tengo muchos sueños. Además de una gran familia detrás. Me he vuelto muy fuerte emocionalmente y físicamente».

Ahora, colabora con la asociación para la prevención del suicidio Apsas, donde se encuentra con personas con discapacidad que han tenido o tienen conducta suicida. El estigma en esos casos y el sufrimiento por el que pasan, dice, es del doble respecto al resto de la población. «Sufren mucho más porque son el doble de marginadas, estigmatizadas... son más vulnerables y no se les da la importancia necesaria», expone. Además, afirma que los recursos disponibles actualmente no son suficientes.

También Clara ha aprendido a llevar su enfermedad con medicación, terapia y apoyo. Aunque la idea de suicidio puede aparecer de vez en cuando, esta joven es consciente de que quitarse la vida «no es la solución, por muy negro que se vea todo». «Ahora estoy estable. Yo no quiero estar feliz, sino estable, bien. Afrontando las cosas lo mejor que sé y apoyándome en las personas que me quieren y a su vez ayudando a otras personas, que al final es una red de apoyo». Las claves en estos casos: «Más educación y recursos».