Diez años de reforma para que el Vaticano deje de ser una corte
Jorge Mario Bergoglio cumple una década como Pontífice, con un nuevo modo de ejercer el poder que ha transformado el papado
El Papa diseña la Curia que quiere para cerrar su pontificado
Corresponsal en el Vaticano
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Iniciar sesión«¿Qué prioridad tiene para esta nueva etapa de pontificado?», preguntó al Papa la periodista Nicole Winfield de Associated Press en una entrevista del pasado enero. «Que el Vaticano deje de ser una corte», respondió sin dudarlo Francisco. «O sea, ir quitando ... toda apariencia de corte y darle la de lo que es en realidad un servicio pastoral». Esta es su tarea más difícil, pues a golpe de nuevas leyes no se cambia una praxis de siglos.
No es una operación de marketing sino un nuevo modo de ejercer el poder para proteger la esencia de la Iglesia. Lleva exactamente diez años intentándolo. Se puso manos a la obra inmediatamente después de la fumata blanca que el 13 de marzo de 2013 anunció su elección. Esa misma noche, saliendo de la Capilla Sixtina, de regreso a Casa Santa Marta, rechazó subirse en un coche oficial y entró en un autobús junto al resto de cardenales.
Horas más tarde, a primera hora de la mañana, fue a rezar a la basílica de Santa María la Mayor en pleno centro de Roma, y pidió que lo trasladaran en un utilitario y que se redujera al mínimo la escolta policial. Luego fue a la «Casa Internacional del Clero» —propiedad del Vaticano— para pagar la habitación que había usado antes del cónclave y recoger personalmente su equipaje. «Es para dar buen ejemplo», explicó su portavoz. También, en su primera audiencia con los cardenales, pidió que retiraran el trono papal y lo sustituyeran con un sillón como el que usarían los demás participantes.
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Javier Martínez-BrocalAdemás del presidente de la Conferencia Episcopal y arzobispo de Barcelona, Francisco también ha incorporado al curial Fernando Vérgez en su selecto club de consejeros
Consciente de que la primera Ley de Newton dice que «un objeto no cambiará su movimiento a menos que actúe sobre él una fuerza», el Papa Francisco tardó poco en romper la inercia de siglos en el Vaticano. Si se actuaba igual que en el pasado, no se podían esperar resultados diferentes. Tenía a su favor el trauma en el que se encontraba el Vaticano tras la renuncia de Benedicto XVI.
El Papa ha explicado en varias ocasiones las consecuencias de actuar como si el Vaticano fuera una corte real, la última, en el libro entrevista «El Pastor» que acaba de ser publicado en Argentina. Lo firman los periodistas Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti. En él, Francisco explica que esa «'sacralidad' cortesana da lugar a la hipocresía, al arribismo, a hablar mal del otro».
Desmantelando esos elementos, consigue reducir los obstáculos que por una parte impidieron a sus predecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI actuar libremente, y por otro, reducir la pátina que caricaturiza a la Iglesia. «El cristianismo no es un catálogo de prohibiciones, sino una opción positiva, pero esta conciencia ha desaparecido casi completamente», ya lamentaba Benedicto XVI en 2006, sólo un año después de su elección.
Un reformista pero no revolucionario
«Francisco no es un revolucionario, pero quizá sí un reformista», segura Sergio Rubín a ABC. Con su estilo «supera esa imagen de Iglesia admonitoria y muestra una Iglesia que recibe a todos, que es madre, que acoge, reúne, comprende, quiere...».
Austen Ivereigh, biógrafo del Papa y autor del libro entrevista a Francisco «Soñemos Juntos», usa términos 'bergoglianos' para explicarlo: «Ahora la autoridad de la Iglesia asume el papel de 'mediador' y no de 'intermediario': No está para controlar o bloquear, sino para facilitar». Es la clave que ha guiado su reforma de la Curia vaticana, con la que la ha convertido en «facilitadora de las relaciones» y no en vigilante de las diócesis.
Ivereigh la considera una «conversión del poder en la Iglesia». En su opinión, ahora «la autoridad del obispo de Roma no consiste tanto en construir unidad a través de la fuerza de la ley, sino en abrirse a la acción de Espíritu Santo, que es el que crea comunión».
Explica que esto no significa que Francisco haya renunciado al poder papal, pues ha promulgado leyes contundentes como esa reforma de la Curia Vaticana, el motu proprio «Traditionis custodes» para limitar la celebración de la misa con el rito preconciliar, o las normas contra los abusos sexuales, «sino que está buscando una Iglesia 'sinodal', que tenga mayor capacidad de mantener unidas las tensiones, de un modo fructífero».
En este sentido, otra observadora del pontificado, Emilce Cuda, a quien el Papa fichó como número dos de la Pontificia Comisión para América Latina, dice que «Francisco no está cambiando el modo de ejercer el poder, sino que lo está relocalizando», y por eso apuesta por el sínodo.
Con su maletín personal
Cuando en julio de 2013 el Papa hizo su primer viaje internacional, al periodista Andrea Tornielli, actual director editorial de los medios de comunicación del Vaticano, no se le escapó que Francisco entró en el avión rumbo a Brasil llevando en la mano su maletín personal. «Cuando le preguntamos en la rueda de prensa qué es lo que guardaba dentro, el Papa se justificó: 'Yo llevo mi bolsa con mis cosas, porque es lo normal'». «Pienso que con esa normalidad Francisco ha cambiado el modo de ser Papa. Es decir, es obispo de Roma, pero no emperador. Es un monarca, pero al modo de Jesús, un rey que está al servicio. Enseña cómo la autoridad se ejerce poniéndose al servicio», asegura.
Ya sea por instinto o por estrategia, con gran audacia, habilidad y paciencia, a lo largo de estos diez años, el Papa ha impulsado su reforma a través de gestos cargados de humanidad que lo han alejado del formalismo y acercado a la vida cotidiana de las personas. La lista es interminable: Llamadas telefónicas, ruedas de prensa para explicar y justificar su visión ante los periodistas, vida cotidiana en Casa Santa Marta, zapatos de color negro…
Su principal logro hasta ahora, según Sergio Rubín, es que «ha conseguido que se vea que la Iglesia es para todos, sin importar la condición, pues no hay que ser perfecto. Todos, con sus limitaciones, pueden ser parte de la Iglesia».
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Y cuando en «El Pastor», Rubín menciona al Papa que muchos católicos consideran que esos gestos «no están en consonancia con lo que debe ser un pontífice», Francisco reconoce que «se escandalizan porque dicen que estoy desacralizando el papado». «Son parte de los sectores, digamos, más aristocráticos. En cambio, en el pueblo sencillo hay una recta veneración del Papa. Lo veneran como el pastor, como el padre, y no como si fuera un príncipe», responde. Por eso, desde el primer día, ordenó que no lo llamen Francisco I. «Solo Francisco», pidió.
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