Continuidad o apuesta de futuro, la disyuntiva de los obispos ante la elección de su secretario general
La Conferencia Episcopal elige este miércoles al sustituto de Argüello, arzobispo de Valladolid desde junio
Tendrá que frente a los cambios que viva la Iglesia en el próximo quinquenio
Los obispos resucitan en adviento
Monseñor Argüello, a la izquierda, saluda al cardenal Osoro al inicio de la última Plenaria
Si el secretario general que los obispos eligen el miércoles cumple su mandato será testigo de excepción, en esos cinco años, de cómo cambia por completo la cúpula de la Iglesia española e incluso la universal. En ese tiempo, los cardenales Omella y Osoro, cumplidos ... los ochenta años y sin derecho a entrar en un hipotético cónclave, habrán dejado todas sus responsabilidades. Serán otros rostros los que ocupen las sedes de Barcelona y Madrid y, lógicamente, la presidencia y vicepresidencia de la Conferencia Episcopal.
Además, 25 de de los 78 obispos que esta semana tienen la obligación de elegirle, se habrán jubilado, al cumplir los 75 años, lo que supondrá un tercio de nuevas caras en la Plenaria. Y en el Vaticano, si Francisco sigue como Papa, a punto de cumplir 91 años, tendrá serias dificultades para dirigir la Iglesia universal. En todo caso, la mayor parte de los presidentes de los dicasterios serán distintos, en cumplimiento del nuevo reglamento de la curia.
La realidad sociológica será también muy diversa. El proceso de secularización de la sociedad española parece imparable. Si en ese tiempo no se frenan las tendencias, en 2027 ya serán menos del 50% los españoles que se declaren católicos (según el CIS de noviembre se sitúa en un 55,4%, con un descenso anual medio del 2,66%). Y la vida sacramental corre el riesgo de convertirse en testimonial, con apenas un 25% de bautizos entre los niños nacidos, y los matrimonios por la Iglesia por debajo del 10%. Por no hablar del marco político, con tiempo casi para dos elecciones generales y su correspondientes cambios de Gobierno y por tanto de interlocutores con los que habitualmente negocia la Iglesia.
No es complejo deducir que con ese contexto, la elección del secretario general se convierta en una importante apuesta para los obispos, que antes incluso de pensar un nombre tienen que valorar si optan por una línea continuista o por una apuesta de futuro capaz de dar respuesta a esos retos.
Y es que el secretario, aparte del gobierno interno de «la casa de la Iglesia» —la sede en la calle Añastro, 1 de Madrid—, tiene otras funciones fundamentales, como la relación ordinaria con el resto de obispos y entidades eclesiales, la representación diaria con organismos externos como el Gobierno y demás instituciones, así como ser la imagen y la voz de los obispos, a través de la portavocía.
Es decir, debe ser persona de gobierno, forjadora de consenso, de verbo fácil, doctrina consolidada y capaz de enfrentarse a la prensa con solvencia. Y es ahí donde se complica la elección. En principio cualquier cristiano bautizado podría ser secretario de los obispos. En la práctica de los diez secretarios que ha tenido la Conferencia Episcopal española, siete eran obispos, y solo tres sacerdotes, aunque dos de ellos fueron nombrados obispos durante su mandato. Es decir, que lo más probable es que el secretario general sea obispo o que acabe siéndolo. Es muy difícil que en esta ocasión se rompa esa estadística.
Desde que el pasado junio monseñor Argüello fue nombrado arzobispo de Valladolid y manifestó su deseo de dejar la secretaría general, las especulaciones sobre su sustituto han proliferado. Se ha hablado de que podría ser el momento para que un laico, e incluso una laica, asumiera la secretaría de los obispos, como ya ha ocurrido en otras conferencias episcopales europeas. O, en su defecto, algún sacerdote, de los que ya trabajan en Añastro y contarían a su favor conocer el funcionamiento de la casa.
En mentideros eclesiales se apuntaban nombres para las quinielas pero, dado que en estas elecciones eclesiales no hay ni candidatos ni campañas electorales, nunca se sabe si se trata de candidatos reales, globos sonda interesados para pulsar el ambiente, o filtraciones con el ánimo de quemar su nombre antes de que pueda llegar a ser propuesto oficialmente.
Pero lo cierto es que en esta ocasión los obispos lo tienen difícil para encontrar un sustituto para Argüello. Tanto, que las presiones para que se quedara un año más y agotara su mandato han llegado hasta estos días. En la práctica, si buscamos el perfil habitual del secretario —un obispo joven, auxiliar o titular de una diócesis pequeña, cercana y bien comunicada con Madrid— apenas salen un par de nombres. Una falta de banquillo lastrada por el retraso en el relevo de obispos, que tiene a casi un tercio de las diócesis españolas en espera de un cambio.
García Magán, obispo auxiliar de Toledo
En ese contexto, decir que la candidatura de Francisco César García Magán es, por descarte, la que más posibilidades tiene de prosperar, no es un desdoro hacia sus capacidades para asumir el cargo, sino asumir la escasa capacidad de elección que tienen ahora los obispos. García Magán tiene 60 años —una edad en que un obispo es considerado joven—, es auxiliar de Toledo desde enero y antes fue, durante 4 años, su vicario general.
Es buen gestor, tiene experiencia en la carrera diplomática (ha estado en cinco nunciaturas) y su trabajo en la Secretaría de Estado vaticana le permitiría afrontar una posible negociación de los acuerdos Iglesia-Estado desde un conocimiento directo de la fontanería de estas relaciones.
En su contra juega el que no cuenta con un respaldo unánime del resto de los obispos y que ya ha dejado caer en círculos eclesiales no asumiría la portavocía de la Conferencia y la delegaría en un laico, preferiblemente una mujer. Una posibilidad que recogen los estatutos y que ya se dio hace unos años aunque, entonces, la portavocía la asumió un sacerdote.
Sin embargo, el valor simbólico de que una mujer fuera el rostro visible de los obispos españoles, tendría como contrapartida que habría que buscar un perfil con evidentes dotes de comunicación, conocimiento profundo del magisterio de los obispos españoles, y con capacidad de respuesta rápida y eficaz a cualquier pregunta sobre la actualidad que los periodistas puedan hacerle en las ruedas de prensa. No en vano, su respuesta será la posición que la opinión pública atribuya a los obispos sobre esos temas.
José Cobo, obispo auxiliar de Madrid
Junto a la opción de García Magán, se ha barajado la del auxiliar de Madrid, José Cobo. De vocación tardía —entró en el seminario después de finalizar la licenciatura de Derecho— Cobo podría responder a esa imagen pública de obispo joven, comprometido con lo social. Pero la dedicación a la Conferencia le apartaría de su colaboración con Osoro y dejaría a este prácticamente sólo al frente de la diócesis de Madrid en los últimos años de su pontificado, una vez que sus otros dos auxiliares apenas cuentan —administrador apostólico de Alcalá uno y apartado del gobierno efectivo el otro—.
Además, la elección de Cobo, al ser obispo, le daría voto en la Permanente y la Ejecutiva, lo que rompería el equilibrio actual entre Omella y Osoro. Igual ocurriría con los auxiliares de Barcelona. O incluso el de Santiago de Compostela, con el agravante de que la distancia con Madrid, dificultaría los desplazamientos. Comentan en la Conferencia que hay quien ha calculado el coste económico y en tiempo de los vuelos entre Santiago y Madrid.
Carlos López Segovia, la opción de un sacerdote
Si todos estos inconvenientes llevan a descartar a un obispo como secretario general, la opción más plausible es la de un sacerdote. En ese sentido, en las quinielas destaca el nombre de Carlos López Segovia, el actual vicesecretario de Asuntos Generales. Ha sido el segundo de Argüello en estos años, conoce la casa a la perfección y los entresijos de los asuntos más candentes. De hecho, es la apuesta del secretario saliente.
Giménez Barriocanal, si la apuesta es un laico
En este baile de nombres tampoco han faltado las voces que reclaman que un laico asuma el cargo, como empieza a ocurrir en algunas conferencias episcopales europeas. El nombre de Fernando Giménez Barriocanal, el actual vicesecretario para Asuntos Económicos, es el que se apunta en caso de se diera esta posibilidad que, sin embargo, parece lejana.
Por una parte, el arraigado clericalismo del episcopado español hace complicado pensar que confíen esa responsabilidad en un laico. Por otra, ponerle al frente de la secretaría sería el típico caso de «desvestir a un santo para vestir a otro», porque le obligaría a dejar la parte económica de la Conferencia —que hasta ahora ha gestionado con acierto— en otras manos, o convertiría a Giménez Barriocanal en la persona más poderosa de la Iglesia española en el caso de que, de facto, siguiera teniendo decisión en ambos campos.
En esta situación parece comprensible que los obispos hayan retrasado al miércoles la elección del secretario —habitualmente se hacía los martes a primera hora— y se hayan dado un día más para negociar los nombres que acabarán llevando a la Permanente para que esta los convierta en candidatos el martes por la tarde.
Aunque en estas elecciones nunca hay autocandidaturas ni campaña electoral, este lunes y martes será el tiempo de conversaciones, cruces de llamadas y mensajes telefónicos para valorar la viabilidad de cada candidato y perfilar el sentido final del voto de cada uno de los 78 electores.
Será incluso el tiempo para hacer aflorar, si es necesario, el nombre de algún «tapado» que venga a concitar los apoyos necesarios, si fallan las opciones más evidentes. Y tiempo de comprobar si finalmente los obispos eligen pensando en dar respuesta al futuro incierto que se les avecina o se limitan a salvar la papeleta. El miércoles, en torno a las 10 de la mañana, conoceremos el nombre. Y la respuesta.