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Diagnóstico en la adolescencia

«Me siento orgullosa de tener un hijo como él»

Adrián tiene 15 años. Su madre asegura que su actitud positiva es una lección para toda la familia

Adrián en el hospital Niño Jesús de Madrid IGNACIO GIL

J. G. STEGMANN

En el Hospital Niño Jesús hay un desfile de carritos de bebés que entran y salen por la puerta principal. Un niño con inmensos ojos azules totalmente empañados por las lágrimas coloca su cabeza en el hombro de su madre, que le dice sorprendida: ¡Pero si no ha pasado nada y te has portado muy bien!

Subiendo algunas plantas, una niña muy pequeñita, que probablemente no supere los cinco años, arrastra un gotero con ayuda de una enfermera que le habla y juega con ella a cada pequeño paso, en el que la pequeña parece coger con más fuerza un osito blanco de peluche. Pasan frente a la habitación de Adrián. Un pequeño paciente también. Tiene 15 años e ingresó a la planta de oncología hace un mes, para él, treinta días eternos. «Poquito tiempo no, muchito», corrige con tanta timidez que, al principio, apenas mira a la cara.

Adrián tiene unos preciosos ojos oscuros, al igual que su pelo, al ras por la quimioterapia. Sus amigos le llaman «Congui». «Es porque soy muy moreno», explica. «Se lleva como se puede, pero bueno», confiesa a medida que se suelta, siente seguridad y coge confianza. «Cuando me enteré no hice muchas preguntas, no quería saber, sí me preocupaban muchos los efectos secundarios , el pelo y esas cosas...pero bueno».

Todo empezó una mañana con un dolor de rodilla. «Me tuve que ir al hospital porque tenía líquido. Pasaron dos semanas y me encontraba bien, pero volvió a aparecer líquido y me hicieron nuevas pruebas. Un día, me ingresaron aquí, en el Niño Jesús y me dijeron que tenía un linfoma linfoblástico. ¿Se llama así, no? Sí, así se llama», se responde. «No le di muchas vueltas, solo a los efectos secundarios-insiste- Ahora ya estoy más o menos informado de todo. Pero bueno, lo llevo bien».

El «pero bueno» de Adrián es una muletilla que acompaña cada una de sus frases y está cargada de fuerza, de convicción, de convencimiento absoluto de que esto es temporal y que pronto podrá volver a su querido pueblo, Meco, ubicado en Alcalá de Henares. «Lo extraño mucho, no veo la hora volver». Adrián no tiene miedo, «solo agobio». Le pesan un poco las horas en el hospital o el hecho de no poder jugar al fútbol, una de sus grandes pasiones, junto al Atlético de Madrid. «Voy mucho al Calderón, me he sacado el abono», cuenta animado. Tiene en su habitación una foto de Cristiano Ronaldo firmada con rotulador negro en la que el futbolista le desea una pronta recuperación. «Bueno, no es del “Atleti”, pero Cristiano es Cristiano», se apresura a aclarar como si estuviera traicionando a su equipo.

«Todos los días aprendo de él»

Lleva puesto un chándal con el escudo inconfundible del «Atleti »: el oso y el madroño, las estrellas de Madrid y las barras rojiblancas. No lleva nada puesto arriba porque tiene mucho calor... Hasta que toca hacerse fotos y, por supuesto, no duda en sacar de un pequeño armario que está al lado de su cama, la camiseta colchonera.

Pasaron varios minutos y Adrián está totalmente predispuesto a hablar. «Es una enfermedad que afecta de cintura para abajo. Son células malas, pero se me pasará. Estaré seis meses con quimio».

Confiesa que está un poco «aburrido». Las horas en el hospital que más disfruta no son precisamente las del colegio. «No me gusta mucho estudiar pero si me interesa, lo consigo», cuenta con seguridad. Adrián asiste a clases en el hospital y su día continúa con otras actividades que, evidentemente, disfruta mucho más. «Voy al colegio aquí, por las tardes al gimnasio, salgo también para que me dé un poco el aire y por la noche veo películas con los papás» , dice y sonríe mirando a su madre, «Yoli», que lo mira emocionada. «Ha sido difícil pero solamente lo que él te transmite te exige estar a su altura. Me ha demostrado la valentía que tiene, está siendo un ejemplo y me siento orgullosa de tener un hijo como él. Todos los días aprendo algo nuevo», cuenta su madre. No oculta las lágrimas, pero transmite tanta fuerza como su hijo. «Estamos encajando las piezas del puzzle. Empezamos con todo el 4 de diciembre y a partir de ahí, ha sido tremendo. Pero él transmite mucha tranquilidad, es positivo y eso es fundamental. No le falta la sonrisa. Yo no imaginaba que llevaría las cosas como las lleva. Es sorprendente, una lección para todos».

Ha sido precisamente ella quien ha animado a Adrián a hablar con ABC porque pensó que sería una buena forma de llegar y ayudar a otros niños en su situación. «Me parece un ejemplo verlo tan positivo y con esa actitud, todo lo que pueda enseñar, que lo haga. Por supuesto que la medicación es fundamental, pero la actitud ayuda en todo».

«Las enfermeras, lo mejor»

Para cuando llegue el verano a este pequeño paciente le reducirán la quimio. «Voy a estar mejor y ahora estoy tranquilo. Mientras me ponga bien, lo demás me da igual», sentencia Adrián. No duda nunca al hablar de su recuperación, ríe y abre el juego a la broma, a la risa...Da la sensación de que es él quien «tira» de todos los que están a su alrededor.

«A las enfermeras se les coge mucho cariño, tienen mucho cachondeo y son muy majas, de lo mejor que hay aquí». Y como si estuviera preparado, entra por la puerta de la habitación de Adrián, Pilar Herreros, supervisora de Oncohematología y una de las enfermeras que pasan tiempo con Adrián. «Este trabajo es un aprendizaje, recibes satisfacción de los chicos y de los padres. Cuando lo que haces sirve para algo, concluyes que no lo cambiarías por nada», asegura Pilar.

Detrás suyo, entran otras cuatro enfermeras. «Tienen mucho cachondeo», recuerda Adrián y estallan las risas. En la habitación se ha armado una fiesta espontánea. Todos posan para la foto , lo llenan de besos y él se pone colorado.

Adrián quiere ser profesor de gimnasia cuando sea mayor. Tiene un puchimbol negro al que le pega y enfrenta con una sonrisa y la frente muy alta todos los días. «Va a ganar su batalla, lo tengo clarísimo», zanja su madre.

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