Cómo la pandemia obligó a modernizar el 112 de los 112
Desde el Centro Nacional de Emergencias atendieron el año pasado más de 5.000 alertas de potenciales desastres. Ayudados por la tecnología, dirigen, en la sombra, la respuesta a peligros de todo tipo
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Iniciar sesiónEn Japón, cuando hay una amenaza de terremoto o tsunami, todos los móviles inteligentes que están en la zona afectada reciben una alerta informativa. Miles de teléfonos, incluso los de los turistas, suenan a la vez, como si de una película distópica se tratase, para ... que cualquier persona situada en ese lugar reciba instrucciones precisas sobre qué hacer y dónde dirigirse en caso de emergencia. Este sistema de avisos a la población ( PWS ), que funciona desde hace años en el país nipón, será una realidad también en España a partir de este verano. Es, junto con el sistema AML, que permite ubicar con un margen de error de 20 o treinta metros a cualquier persona que llame al 112, una de las grandes innovaciones tecnológicas de las que puede presumir Protección Civil.
«El protocolo de localización AML , que se desplegó en toda España entre diciembre y enero, ya ha salvado vidas. A los diez días de su puesta en funcionamiento se perdieron en la sierra de Madrid varios montañeros y logramos localizarlos inmediatamente gracias a esta tecnología, que apenas tiene un margen de error de unos veinte o treinta metros. Eso acorta mucho los tiempos de respuesta. Sin ella, en la zona en la que estaban, el radio de búsqueda hubiera tenido que ampliarse unos 50 kilómetros », explica Leonardo Marcos, director general de Protección Civil y Emergencias. «Y tenemos ya un grupo de trabajo que está pensando en el siguiente paso, el envío de mensajes de alerta no desde redes de telefonía, sino desde la constelación de satélites Galileo, que se supone que será todavía más preciso», explica este directivo desde el Centro Nacional de Emergencias (Cenem), el ‘gran cerebro’ de Protección Civil , el lugar desde el que se vigila y coordina la respuesta nacional a cualquier tipo de catástrofe: riesgos sísmicos, nucleares, químicos, volcánicos, climáticos, incendios...
En los dos últimos años, esta sala de control, que lleva más de treinta años funcionando 24 horas los 365 días del año, ha tenido más trabajo del que nunca imaginaron. Tras el primer estado de alarma, la primera vez en la historia que se movilizó todo el sistema de Protección Civil a la vez y en todo el territorio en apoyo a los sistemas regionales de salud, vieron la necesidad de crear un Plan Estatal General de Emergencias, «nuestro catecismo», bromea Marcos, que estrenaron a finales de 2020. Apenas unos días después, llegó la borrasca Filomena. Y la erupción de La Palma. «Nosotros somos como el 112 de todos los 112 de las comunidades autónomas. Lo que más se ve es la intervención de las fuerzas y cuerpos de seguridad en el lugar de la emergencia, pero eso es solo la punta del iceberg, detrás de esa foto hay una dirección y una inteligencia que se encarga de gestionar las operaciones», asegura el máximo responsable de este organismo dependiente del Ministerio del Interior.
Aunque desde el Cenem se coordinan miles de alertas al año, en la sala de operaciones apenas hay tres trabajadores y reina, al menos aparentemente, la calma. En total, relata Marcos, en la sala trabajan directamente casi una veintena de funcionarios -la mayoría ingenieros de montes, agrónomos, geógrafos, químicos...-, aunque en la dirección general de Protección Civil hay más de un centenar. «Muchas veces las visitas se sorprenden por la tranquilidad que hay, pero nosotros no atendemos directamente al ciudadano , sino que gestionamos toda la información que recibimos de los distintos organismos», cuentan Carmen y Silvia, dos veteranas operadoras, que llevan más de treinta años protegiendo a la población. De hecho, cuando empezaron a registrar incidentes que podían convertirse en una potencial amenaza, escribían sus partes a mano en un libro que aún se guarda en el archivo del centro.
Gestionar la incertidumbre
Hoy, desde una sala pequeña, con muebles funcionales y bajo la protección del ‘fraile del tiempo’ (un popular higrómetro), vigilan un ‘gran hermano’ con decenas de pantallas. «Recibimos información meteorológica de la Aemet, datos del Instituto Geográfico Nacional, de un sistema propio de medición de la radioactividad, información de las carreteras de la DGT, de Red Eléctrica de España, de puertos, aeropuertos...», asume Marcos. «Cada vez tenemos información más precisa y de más calidad, así que es más fácil prever lo que va a pasar. El nivel de incertidumbre que siempre genera una emergencia se está reduciendo . En este sentido, La Palma, por ejemplo, fue un episodio muy especial por muchas razones, entre ellas porque hubo una incorporación masiva de científicos a la gestión del desastre. Teníamos más información que nunca de lo que pasaba a 40 kilómetros por debajo del suelo».
El año pasado, expone el director general de Protección Civil y Emergencias, registraron más de 5.500 sucesos susceptibles de convertirse en una catástrofe. Aunque no es un año representativo, advierte Marcos, porque más de 4.600 son avisos por riesgo sísmico asociados a la erupción de la Palma. «Además, tuvimos 30 incidentes químicos, 11 amenazas nucleares, 55 relacionadas con el transporte de mercancías peligrosas, 94 asociadas a cuestiones climáticas (nevadas e inundaciones) y 589 de incendios forestales, fue un año bueno en este sentido. Tuvimos también un volcán y activamos la Unidad Militar de Emergencias en 23 ocasiones. Además, colaboramos en 18 actuaciones internacionales : enviamos aviones a los incendios de Turquía y Grecia y expertos a una erupción en el Caribe, entre otras».
En la guerra de Ucrania no están actuando directamente, sino a través del Mecanismo Europeo de Protección Civil que, al igual que hacen ellos con las comunidades autónomas, permite vehicular ayuda de unos países a otros cuando es necesario: «Desde el Cenem nos conectamos con las salas equivalentes de otros países. Actualmente, el mecanismo europeo está trabajando en misiones de protección y evacuación de la población, sobre todo en países limítrofes. También hemos tenido algún experto en Moldavia y estamos colaborando en el envío de ayuda».
En un año ‘normal’, si se puede hablar de normalidad en este negocio, vigilan unos mil sucesos potencialmente peligrosos. «De esos, unos 50 o 60 se convierten en emergencias reales que nos obligan a participar mediante seguimiento o movilización de recursos estatales. Y de esos, unos cuatro o cinco son catastróficos. El problema es que nunca sabes cuál se va convertir en emergencia real, así que hay que estar atentos a todo para ver su evolución», asegura Marcos.
El gran apagón
En los últimos meses, uno de los grandes miedos de los llamados ‘ preparacionistas ’ (individuos o grupos que se preparan activamente para las catástrofes) es que haya una crisis energética que deje al mundo sin luz ni comunicaciones. «Iba a decir que es un mito, porque hasta ahora no hemos registrado ningún fallo de energía. Pero si ocurriera, seríamos capaces de dar algún tipo de respuesta. En cualquier caso, en las comunicaciones hay un principio esencial que es el de redundancia: hay varias redes informáticas, incluso subterráneas y submarinas. Y la última frontera, en caso de que todo fallase, sería la radiofrecuencia. Tenemos una red de voluntarios radioaficionados: la Remer », relata mientras señala una pequeña habitación en la que hay un equipo de radio casi anacrónico en estos tiempos de digitalización y satélites. Hasta el momento, por suerte, solo se ha tenido que recurrir a él en la ciencia ficción.
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