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China intenta controlar a los católicos ante el auge de la religión

El régimen intensifica su acoso al cristianismo manteniendo bajo arresto a obispos críticos y demoliendo iglesias

China intenta controlar a los católicos ante el auge de la religión

pablo . díez

Tan ruidosos como siempre, una excursión de turistas chinos abarrotaba el sábado la tienda de recuerdos de la Catedral de Myeongdong en Seúl. Allí hacían acopio de todo tipo de regalos religiosos, desde camisetas con el rostro del Papa Francisco hasta figuritas de escayola con su efigie pasando por crucifijos, rosarios y cuadros de la Virgen. Pero no eran turistas al uso. «Por favor, no nos saque en las fotos, que somos de la iglesia clandestina», interpelaron a este corresponsal.

A cambio de mantener sus identidades en el anonimato, explicaron que formaban parte de un grupo de cien católicos de la provincia de Henan que habían venido para ver al Papa con motivo de su visita a Corea del Sur. El pasado miércoles, la mitad de otra comitiva similar no pudo volar hasta Seúl por «una situación complicada dentro de China», según reconoció la organización del viaje papal.

En China, que no tiene relaciones diplomáticas con el Vaticano, los fieles se encuentran divididos entre los que pertenecen a la Asociación Católica Patriótica, controlada por el régimen y con doce millones de miembros, y los de la iglesia clandestina, que solo juran fidelidad al Papa. Aunque muchos compaginan ambos cultos, los leales al Vaticano celebran misas a escondidas para evitar la represión.

Desde que en 1951, justo tras ganar la guerra civil, Mao Zedong expulsara al nuncio y a los misioneros cristianos, la tensión ha sido latente entre Pekín y la Santa Sede. Gracias a la apertura de China, en los últimos años ha habido un acercamiento, pero los principales escollos siguen siendo el nombramiento de obispos y el reconocimiento vaticano de Taiwán, la isla que permanece separada del régimen desde el final de la contienda porque allí se exilió el derrotado Gobierno del Kuomintang.

Aunque algunos obispos han sido nombrados por consenso por este deshielo, el de Shanghái, Tadeo Ma Daqing, lleva desaparecido desde que en 2012 criticara al régimen en su ordenación y abandonara la iglesia. Confinado en su seminario, sigue los mismos pasos de José Fan Zhongliang, a quien el Vaticano nombró obispo de esa misma ciudad en 2000. Pero China no lo reconoció y lo mantuvo retenido en su casa hasta su muerte en marzo. En su lugar nombró a Aloysio Jin Luxian, quien colaboró con el régimen hasta su muerte en 2013 pese a haber sido represaliado durante la época maoísta.

Mientras la archidiócesis de Shanghái sigue vacante desde la renuncia de Ma Daqing, el régimen intenta atajar la expansión del cristianismo en China demoliendo iglesias en la provincia de Zhejiang con el argumento de que incumplen las normas urbanísticas. El derribo de un templo protestante con 2.000 feligreses en Wenzhou, una próspera ciudad industrial conocida como la «Jerusalén de Oriente» por su millón de cristianos, provocó protestas ciudadanas que fueron controladas por un fuerte despliegue policial.

Desde mediados de julio, el régimen ha lanzado una ofensiva contra los grupos cristianos que operan en la sensible frontera entre China y Corea del Norte, donde muchos de ellos no solo prestan ayuda humanitaria, sino que ayudan a escapar a los refugiados y difunden la Biblia. En Dandong, por donde China suministra a Corea del Norte de todo tipo de productos a pesar de las sanciones internacionales, un matrimonio canadiense que regentaba una cafetería ha sido detenido bajo la grave acusación de «robar secretos militares». Además, en julio fue cerrada otra cafetería regentada por americanos en Yanji y, en agosto, le tocó a una ONG cristiana que operaba en la vecina ciudad de Tumen. Sus cuentas bancarias han sido congeladas y sus proyectos humanitarios paralizados mientras la Policía investiga a su responsable, Peter Hanh, un estadounidense de etnia coreana que no puede salir de Tumen.

A pesar del llamamiento al diálogo del Papa Francisco, el recelo de China con la religión es evidente porque algunos expertos calculan que en 2030 tendrá casi 250 millones de fieles, la mayoría protestantes, y será el país con más cristianos del mundo.

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