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Semana Santa: Las promesas y penitencias más duras que llegan hacer los fieles

El silencio, procesionar de rodillas o con cadenas son algunos de los actos más normales de penitencia. Pero en algunas localidades el sufrimiento en las procesiones llega a su máxima expresión

Semana Santa: Las promesas y penitencias más duras que llegan hacer los fieles a.p.

a.f.vergara

Las procesiones de Semana Santa son en sí mismas actos de penitencia. El silencio es una de sus características distintivas, ya que implica estar en comunión con la Iglesia y la exhibición pública de penitentes. En numerosos lugares se muestran duros actos de penitencia, desde andar descalzo o hacer toda la procesión de rodillas o andar arrastrando grilletes y cadenas en los pies , hasta flagelaciones y crucifixiones.

Crucifixiones en Filipinas

Quizás, la más polémica de las actividades de Semana Santa llevadas a cabo en todo el mundo es la que se realiza en San Pedro Cutud, Filipinas, el único país asiático de tradición católica.

Cada Viernes Santo, un «Mesías» escogido es llevado por la guardia romana ante Poncio Pilatos y juzgado por éste. El condenado deberá recorrer su propio Vía Crucis de dos kilómetros, con la correspondiente cruz a cuestas y una auténtica corona de espinas, acompañado por un centenar de penitentes encapuchados que flagelan sus espaldas descubiertas.

Los «Picaos» de San Vicente de la Sonsierra

Si hay una celebración diferente en este Jueves Santo es la de Los Picaos, en San Vicente de la Sonsierra, en La Rioja. Los participantes procesionan descalzos . Tras la oración ante la imagen da comienzo la penitencia.

El flagelo es una madeja de cuerdas de cáñamo. Un instrumento antiguo que marcará la piel más de 800 veces con golpes secos y certeros. Cuando estos finalizan, un miembro de la cofradía picará la epidermis castigada con una esponja . Es un utensilio de cera virgen que lleva incrustados varios cristales en forma de estrella. Cada uno de los disciplinantes recibe 12 pinchazos. Uno por cada apóstol. El origen de este culto es anterior al siglo XVI.

Los «Empalaos» de Valverde de la Vera

La noche del Jueves al Viernes Santo los Empalaos marchan por la localidad extremeña de Valverde de la Vera envueltos entre el misterio y la devoción.

El proceso de vestir al empalao es complicado y debe ser relizado con mucho cuidado para no dañar ni provocar heridas en el cuerpo. Lo primero es colocar una saya blanca desde la cintura hasta los tobillos, después se rodea con cuerda el torso y los brazos. A continuación se coloca un mástil de madera en posición horizontal sobre los hombros a modo de cruz. Se completa el atuendo con una corona de espinas en la cabeza y dos espadas en forma de aspas en la espalda.

Rodeados de misterio y anonimato, el empalao es acompañado del cirineo que le alumbra y ayuda en caso de que caiga al suelo. Los empalaos  recorren en absoluto silencio los diferentes lugares como el castillo, la iglesia o la plaza así como las típicas calles de Valverde.

Una vez terminado el recorrido el empalao regresa al lugar donde fue vestido para ser socorrido inmediatamente por su familia y vestidores que le daran friegas con alcohol para activarle la circulación.

Semana Santa en Taxco, México

En México, no menos espectaculares resultan las escenas que se pueden contemplar en la procesión que el Martes Santo recorre las calles de Taxco.

En ella, los hombres llevan el rostro cubierto con una capucha negra llamada capirote, que se ciñe por el exterior de la cintura con un lazo tejido con la crin de caballo, llamado cabestro. Van descalzos, arrastrando cadenas, y el torso descubierto.

Los encruzados cargan un rollo compuesto por 144 varas de zarzas con espinas, lo amarran con el cabestro a sus brazos pasando por el cuello y entre la boca como mordaza, haciendo sangrar su cuello y espalda. Los flagelantes cargan una cruz de madera de 3x2 metros y un rosario en una mano. En la otra portan una «disciplina» hecha con crin de caballo y clavos con la que azotan sus espaldas.

Las mujeres van en otro grupo, cubiertas de negro y descalzas. Caminan encorvadas llevando en los antebrazos un crucifijo de madera y un rosario. Arastran cadenas que les aprisionan manos y pies, produciendo además un tenebroso sonido.

La identidad de estos participantes siempre permanece en secreto. Participan en la Semana Santa para cumplir una promesa, expiar sus culpas, pedir por la salud y bienestar de algún familiar o de ellos mismos.

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