Una Iglesia de piedad sencilla y con desafíos propios
El obispado iberoamericano se fortaleció en la pugna con el «liberacionismo»
francisco de andrés
La elección del primer Papa americano de la historia de la Iglesia ha dirigido, súbitamente, la atención a la vida de los católicos en el Nuevo Continente, que alberga desde hace mucho tiempo al mayor número de católicos del mundo. En concreto, casi un 50 ... por ciento del total de fieles de la Iglesia, unos 586 millones según las últimas estadísticas del Vaticano.
Más allá de la dimensión sociológica, la llegada a la Sede de San Pedro de un prelado iberoamericano -procedente de una «esquina del mundo», dijo ayer con humor Francisco I - trae consigo una corriente de frescura y de piedad sencilla al corazón de la Iglesia romana, tocado por los problemas de una sociedad enferma de materialismo hedonista.
La Iglesia católica en Argentina, y de modo más general en Iberoamérica, no padece los mismos síntomas de la sociedad europea y norteamericana, pero se ha enfrentado desde hace décadas a otros, que pueden marcar algunas de las pautas del nuevo papado.
Espejismos populistas
Como arzobispo y cardenal de Buenos Aires, monseñor Bergolgio, desde ayer Francisco I, suscribió en el Sínodo de Obispos Latinoamericanos de 2007, reunidos en la localidad brasileña de Aparecida junto a Benedicto XVI , un conjunto de medidas pastorales, que fueron a la vez un diagnóstico de la realidad continental y una hoja de ruta para la Iglesia en el continente.
Después de la durísima experiencia de la Teología de la Liberación -que dejó ligeramente a salvo a la Argentina, pero hizo mucho daño en países como Chile, Brasil, Perú o Nicaragua-, la Iglesia iberoamericana ha alertado de la posibilidad de que resurgan de nuevo ideologías totalitarias que parecían superadas.
No se mencionan expresamente a ciertos regímenes bolivarianos que hacen mangas y capirotes de algunas libertades cristianas básicas. Pero se advierte en algunos un coqueteo con la terminología marxista de lucha de clases, de ricos contra pobres, que es incompatible con el camino cristiano.
En el otro extremo, los obispos iberoamericanos han advertido del peligro que representa la aplicación de modelos de economía ultraliberal, también ajena al pensamiento cristiano y a su sentido de la justicia y de una distribución equitativa de la riqueza.
El tesoro de la familia
Los obispos iberoamericanos perciben también, en palabras de Benedicto XVI, «cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la Iglesia católica, debido al secularismo, al hedonismo, al indiferentismo y al proselitismo de numerosas sectas, de religiones animistas y de nuevas expresiones pseudorreligiosas».
No es un secreto que los 586 millones de católicos del continente americano, buena parte de ellos sometidos a un nivel de pobreza material elevado, son un objetivo codiciado de las nuevas sectas surgidas en particular en Estados Unidos. Las nuevas sectas protestantes están haciendo cierta fortuna en México y Centroamérica, y en varios países sudamericanos, gracias a su oferta de servicios sociales gratuitos y a un mensaje religioso pseudocristiano en bolsones de población donde escasea el clero católico.
El reto de la formación cristiana de las familias es, por tanto, una de las preocupaciones de los obispos iberoamericanos. Ésa ha sido la «atmósfera» que rodeó la labor del arzobispo de Buenos Aires antes de convertirse en Papa.
Hagan juego
En esa tarea, tanto Benedicto XVI como los prelados del Celam convinieron en que la labor de la jerarquía no es hacer política, sino formar conciencias de los laicos, «que deben ser conscientes -dijo el Papa en Brasil en 2007- de su responsabilidad en la vida pública; deben estar presentes en la formación de los consensos necesarios y en la oposición contra las injusticias».
Una de las realidades más optimistas que aporta la Iglesia iberoamericana a la universal, y que pesará sin duda en el magisterio del nuevo Pontífice, es la fuerza del núcleo familiar en el Nuevo Continente.
Frente a la presión occidental en Europa y en Norteamérica contra la antigua institución natural, con proyectos como el «divorcio express» o el matrimonio homosexual, los obispos iberoamericanos concluyeron en la localidad de Aparecida que la familia, «patrimonio de la humanidad, constituye uno de los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos». La familia, dijo el comunicado final del encuentro de los obispos con el Papa, «ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente».
Nueva evangelización
Este es uno de los legados que lleva a Roma el nuevo Pontífice. De ahí que el episcopado brasileño expresara ayer su «felicidad» por la elección del cardenal Jorge Mario Bergoglio como Papa Francisco I, de quien cree que aportará a su pontificado «la rica experiencia de la Iglesia latinoamericana».
«Estamos felices, satisfechos. La elección de un prelado latinoamericano muestra que la Iglesia se abre para todos, que no está orientada sólo a Europa», dijo ayer en una rueda de prensa el secretario general de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB), el obispo Leonardo Steiner.
Una de las preocupaciones comunes del nuevo pontífice y Benedicto XVI se refiere a la llamada «nueva evangelización», un concepto en el que ambos coincidieron en la última Asamblea General del Sínodo de Obispos, dedicado al nuevo desafío de la Iglesia católica.
Volver a empezar
En el continente americano, desde Canadá a Tierra del Fuego, la «nueva evangelización» tiene elementos comunes. Uno de ellos, subrayado en su intervención por el cardenal Dolan -arzobispo de Nueva York, y uno de los «papables» antes del cónclave- es el objetivo de la recuperación del sacramento de la reconciliación, perdido en muchos lugares del Nuevo Continente.
Después de los años de experiencia traumática de Teología de la Liberación en el seno de la Iglesia iberoamericana, los obispos han advertido de la necesidad de un «retorno a los principios» en la catequesis. Como afirmó en el encuentro del Sínodo General de Roma -celebrado hace poco más de cuatro meses- el arzobispo guatemalteco monseñor Molina, la acción de la Iglesia en iberoamérica «no debe seguir centrándose en resolver los problemas más visibles que agobian a hombres y mujeres, pero dejan en la penumbra las preguntas acerca del sentido de la vida».
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