El Papa emérito vio por televisión salir a su sucesor
«Ha estado permanentemente informado», confirma el círculo personal de Benedicto XVI en Castel Gandolfo
mayte alcaraz
Trece de marzo de 2013. Duerme la tarde y Benedicto XVI descansa. En Castel Gandolfo no hay muchas luces encendidas. Media docena a lo sumo. Detrás de esos ventanales que dan a la plaza central uno adivina que camina, reza, lee y medita, bajo una ... visera blanca, quien encarna parte de la historia del siglo XXI; difícil no retorcerse de envidia por no tener un par de ojos camuflados entre los veinte trabajadores que cuidan a Ratzinger un muro más allá.
El Papa emérito ha seguido durante todo el día la elección de su sucesor. Hasta la fumata blanca vespertina y la salida al balcón central de la basílica de San Pedro de Francisco I . Y es que el penúltimo Pontífice no se separa de las televisiones de plasma que invaden las estancias privadas. «Y no se olvide que está bien informado por su secretario personal, Georg Gäswein, que en su calidad de prefecto de la Casa Pontificia está en San Pedro desde donde le surte de detalles». Quien así habla es un miembro de la seguridad del recinto y sus palabras coinciden casi milimétricamente con las que pronuncia en Roma a la misma hora el portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, asaeteado por los periodistas para conocer pormenores de la vida en Castel Gandolfo.
Allí, ABC comprueba que se paró el reloj el 28 de febrero pasado, cuando un helicóptero trasladó a su ilustre ocupante. Y echará de nuevo a andar el día en que, previsiblemente dentro de mes y medio, se lo lleve de vuelta al convento vaticano Mater Ecclesiae, donde dijo que viviría hasta su muerte. Nadie le ha visto. Pero sí saben de él. Stefani Carosi, dueño de la heladería-bar del pueblo, asegura que desde el palacio se compra su helado, «buen helado, recalca», con destino a un paladar desconocido. Quizá el de Ratzinger.
En este pueblo de ocho mil habitantes, el Papa emérito sigue con interés lo que ocurre en el Vaticano, a tan solo 25 kilómetros de la villa de descanso que mece el lago Albano.
La oficina que los «carabinieri» tienen a una manzana del palacio es una tumba. «Mire, somos militares, y ni podemos decir ni salir en un periódico. Pero sí, sepa que hemos redoblado la seguridad desde que está Benedicto XVI».
-¿No sale ni para ir a misa, verdad?
-En el ferragosto, sí. Camina unos pasos y entra en la iglesia de San Tommaso da Villanova -obra de Bernini, nada menos-, pero desde que se retiró nadie le ha visto. Justo lo que él dijo que iba a hacer.
Sus ojos en Roma
A las ocho de la mañana. Es la hora en la que en verano acude a misa y, ahora que ha decidido desaparecer para el mundo, es el momento en que le llegan los periódicos y cumple con el ritual diario de mantenerse informado. Que está sobradamente informado lo demuestra que todas las mañanas recibe la prensa internacional recién salida de la máquina. Lo cuenta a ABC, Raffaella, una joven vendedora de periódicos en Castel Gandolfo, que envía todas las mañanas los principales rotativos al palacio pontificio. Pero es que, además, el portavoz de la Santa Sede dejó claro ayer que su fiel Georg Gäswein, presente desde el martes en el Vaticano, comentó a varios cardenales el interés de Ratzinger por todo lo que ocurre en la plaza de San Pedro.
De hecho Gäswein fue una de las presencias más seguidas en la procesión que precedió a la reunión de los purpurados. Muchos pensaron que tras sus ojos estaban los de Benedicto XVI. En la villa donde éste descansa algunos aseguran haber visto el lunes cómo la mano derecha del Papa emérito abandonaba la residencia veraniega rumbo a Roma.
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