Vuelo con destino a la plaza de San Pedro
ABC acompaña a los peregrinos españoles que viajaron a Roma para no perderse este momento histórico
Vuelo con destino a la plaza de San Pedro
La vietnamita Lyng (con y griega, me insiste) lo sabía: habrá fumata negra esta noche . Acaba de aterrizar, como la periodista, de un vuelo italiano pero de lengua española. Por más que el comandante se empeña en hablar al pasaje en italiano e inglés ( ... malo, como el zumo de litro que reparte la azafata) los pasajeros del Madrid-Roma se saltan a la española los consejos que la tripulación ofrece en su lengua: cinturones abrochados, mesas plegadas... Hasta que los tumbos del avión recuerdan a Montse, Carlos, Marina, José y Pepe que en Italia también se vive sobre turbulencias como en la castigada España, y las que sortea como puede el avión no son mejores que las que azotan a la economía italiana a punto de pisarle los talones a la prima española.
Este grupo de víctimas de la ESO no lo parecen. Si no fuera por su edad y su descamisada apariencia, nadie creería que se formaron en el nihilismo de Maravall. La vietnamita sabe latín; y tanto, hasta da lecciones de la etimología del conclave que a esas horas reúne ya en la Sixtina a más de un centenar de cardenales; se permite aleccionarnos sobre la génesis del «extra omnes» con que se enclaustraron a los electores del nuevo Pontífice, y ademas (la vietnamita) resultó ser de los Cuatro Caminos de Madrid. Nacida española, como la mayor parte del pasaje. Ver para creer.
En las dos horas y media de vuelo que separa Madrid de Roma no hay ni un solo momento para hablar de la ruina moral y económica en la que dejamos España. Los chicos, pero no solo ellos, sino también María y Juan Francisco, una pareja setentona que se ha gastado la pensión en cinco noches en la Residenzia Paolo VI, a pocos metros de la casa donde dormirán los púrpurados, parecen haber olvidado las miserias patrias y cambiado la quinielas del domingo por la de los papables: el italiano Scola para ella, el canadiense Ouellet, para él. Y la vietnamita apuesta su cresta azabache por Dolan, el arzobispo de Nueva York.
En la fila que conduce al viejo autobús que nos depositará en la terminal de Fiumicino, tres chicas de Santo Domingo se unen a la fiesta que culminará en una plaza abierta, esta sin botellón, pero con tanta o más ganas de divertirse: la de San Pedro. Allí, los recién llegados se mezclan con otro grupo: Lucas, Sara, Sandra, María, Nerea y Saúl, de viaje de fin de curso. Por cinco euros la periodista consigue un sucedáneo de paraguas mal pespunteado con el que cobijarse de la lluvia. Agua bendita con la que la sede vacante acoge a los peregrinos.
Pero los chicos de la fiesta de fin de curso se envuelven en una bandera española como toda protección en una concurrida plaza donde todos miran a una modesta chimenea. Hasta que la fumata los eclipsa. Y sí, Lyng, fue negra.
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