El peor año del matrimonio es el primero

Para el buen engranaje marital se necesita un tiempo de recorrido. Por lo tanto, es importante no desanimarse ante las primeras dificultades que surgen, a veces con virulencia, en los doce primeros meses. Al menos eso escribe la directora del informe, Melissa Weinberg , una psicóloga del Centro para la Calidad de Vida de la Universidad de Deakin, en Australia (Deakin University’s Australian Centre on Quality of Life).

Weinberg publica un índice para llamar la atención pública (especialmente de los políticos) sobre los factores sociales del bienestar. La psicóloga australiana insta a las parejas a que consideren que la situación mejora en el segundo año y a partir de entonces se va alcanzando un nivel de bienestar que se mantiene e incluso aumenta hasta los cuarenta años y más allá. Weinberg afirma que el matrimonio contribuye de forma positiva a la sensación general de bienestar; «las parejas casadas están mejor, en términos generales, que las solteras, las divorciadas, las separadas o las viudas».

«Se tiende a pensar que el arrebato de felicidad de los recién casados desvanece con el tiempo, pero no es el caso», sostiene Weinberg. Añade: «Se producen grandes cambios en el primer año del matrimonio y no todos son agradables». Está, por ejemplo, la tensión por los gastos de la boda, y probablemente por la adquisición de una vivienda. La situación de la pareja tras las primeras semanas acaba en lo que Weinberg llama «la resaca». Muy atrás se queda enseguida la imagen de la boda como «el día más feliz de la vida».

Es notable que esta autora, de origen judío, llegue a la misma conclusión que la Iglesia católica. En especial los obispos de los Estados Unidos vienen advirtiendo de que los cinco primeros años del matrimonio son «críticos» y «vulnerables». Y aconsejan a los matrimonios católicos a aprovechar circunstancias como el nacimiento de un hijo o el bautismo para reflexionar sobre la relación marital tal y como la describe la fe, es decir, en contra de la reducción de todo al «sentimentalismo del amor romántico del noviazgo o de la luna de miel».