De capa | sábado santo

Nadie se toma en serio a la Canina

Pepe Peregil durmió en el cuartelillo por cantarle «qué peasso de tibia» al paso del Triunfo de la Santa Cruz

Algún compartimento recóndito del inconsciente colectivo sevillano guarda la información de que la Semana Santa termina cuando entra en San Lorenzo el paso de la Soledad, sí, pero el Viernes Santo, como ocurrió hasta 1955. Por lúgubre que resulte el cortejo del Santo Entierro e ... impresione la Piedad de Los Servitas, el Sábado Santo empieza a poner zumbón al personal, quién sabe si embriagado por los aromas del albero maestrante, regadito ya para acoger el primer paseíllo de la Feria. Nadie se toma en serio a la Canina, por ejemplo. Pepe Peregil, que crio a varias promociones de futuros periodistas en su taberna Quitapesares, vecina la vieja facultad de Gonzalo Bilbao, aseguraba haber pasado una noche en el cuartelillo porque, achispado y todavía en vida de Franco, se arrancó delante del paso del Triunfo de la Santa Cruz: «Qué peasso de tibia, / qué peasso de peroné / te voy a cantar una saeta / con la leche que mamé».

A la última hermandad en sumarse a la nómina sabatina, El Sol, se refieren con una miríada de eufemismos hasta los más respetuosos capillitas, ellos sabrán el motivo, pero este servidor de ustedes aún no ha tenido la fortuna de escucharles un solo elogio. Algún malvado, eso sí, saluda cada procesión de la hermandad del Plantinar como reseñó Pío Baroja el estreno de una obra de un olvidable dramaturgo. «Fulanito de Tal presenta su nueva comedia en el Teatro Real. ¿Por qué?» Y se ahorró el resto del artículo.

El misterio del Sagrado Decreto de la Trinidad es menos inenarrable por la alambicada alegoría que representa que por su discutible valor imaginero. No es cosa de uno, que conste, sino que incluso algún costalero conspicuo de la hermandad, que empuña con idéntica prestancia una raqueta de tenis que la manigueta del Santísimo Cristo de las Cinco Llagas, se atreve en momentos de relajación a motejarlo como «Cortilandia», en homenaje al parque navideño de muñecotes que se instalaba junto a un famoso centro comercial. En la primera Semana Santa en los kioscos de un diario local en el que trabajé a finales del siglo pasado, dejamos preparadas las plantillas de las páginas para irlas rellenando en la víspera de su publicación. «Claveles blancos muy horteras», apuntó el redactor al cargo sobre el adorno floral del palio de la Virgen de la Esperanza… con tan mala suerte que, con las prisas, nadie lo corrigió y salió publicado para disgusto de priostes.

El estrambote de la Semana Mayor es el Resucitado, que ha logrado adecentar su horario para que la procesión no discurra entre lo más granado del paisanaje noctámbulo. Es lo que tenía salir de Santa Marina en pleno saturday night primaveral, aunque las claritas del domingo tampoco mejoran mucho el panorama porque hay que compartir la calle con globeros en bici y runners de saldo. No terminaremos estas pamplinas diciendo que la imagen de Francisco Buiza parece Karate Kid haciendo la técnica de la grulla, puesto que resultaría gratuito y un poco ofensivo…

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