Para ti, ahora

Justo delante. Los cuatro zancos a tierra por igual hasta que cruje la parihuela con un lamento de siglos, con la voz quebrada de la Triana vieja y sabia que cinceló la garganta en una fragua. Ahí quedó. Y la niña levanta el brazo, la pulserita infantil de cuentas de plástico como un adorno de la candorosa ingenuidad todavía sin desembalar tocando la plata para hacerse con lo que significa: para quedarse con un pedazo de la felicidad que viene derramando, para llevarse en los dedos estirados algo tan inasible como el aire que trae.

Es para ella. Todo entero. Es para ti, es ahora. Las imágenes vienen en tu socorro, cabalgando sobre las decepciones que te propina la vida, surcando las olas de la ilusión con que te levantas a cada trecho, volando por encima de tus propias aspiraciones. Es para ti. Lo tienes delante y se ha parado. Aquí acabó la búsqueda (por los pliegues de la memoria), aquí murió el vagabundeo (por las calles de tu historia), aquí concluyó la noche (por la oscuridad del alma), aquí terminó la espera: ha venido a verte, se ha parado a tu vera, te ha señalado como el Nazareno señala a Mateo en el caravaggio de Roma que tantas veces has visto, ha pronunciado tu nombre y te ha pedido que lo sigas, que te hagas luz de su hoguera, lumbre de su hogar, incienso que suba a los cielos, bocina que anuncie su clamor, llamador que a otros avise para que estén puestos bajo los palos, varales que sostengan la gloria, candelabros que alumbren su gracia. Aquí se ha cumplido la promesa, aquí aletea el espíritu que se le escapa a Cristo del pecho. Aquí viene el porvenir.

Es para ti y es ahora. Para ti y tu descendencia. Ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.