Dos hermanos, una sola España
Los Machado no pueden ser la metáfora de dos facciones enfrentadas porque jamás hubo entre ellos un sentimiento distinto al de una fraternidad solidaria
Alfonso Guerra: «Con los Machado se creó una metáfora de que representaban a las dos Españas, pero jamás estuvieron enfrentados»
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Iniciar sesiónEn febrero de 1939, Manuel Machado viaja en coche hasta Colliure, a través de un país devastado por la guerra, en busca de sus hermanos y de su madre. Llega tarde. Encuentra a ella y a Antonio recién enterrados y a José desesperado ante la ... necesidad imperativa de exilarse. Pasará dos días en el cementerio, abrumado de pena, herido por un desconsuelo lacerante, incapaz de sobreponerse al trágico desenlace de una separación que nunca creyó irremediable.
Ese rencuentro póstumo es el símbolo de un momento dramático de la historia de España. El del final de un conflicto sangriento que durante décadas dejará una sociedad fracturada con centenares de miles de muertos a sus espaldas. El destino de los Machado ha sido frecuente e interesadamente interpretado como un trasunto de las dos Españas cuando en realidad se trata sólo de una casualidad desdichada: como a tantos miembros de tantas familias, a uno le sorprende la rebelión militar en la zona franquista y a los otros en la republicana, y ya no tendrán manera de superar la desgracia. Manuel, un republicano burgués moderado, descontento de la deriva fraccionaria, fue encarcelado en Burgos, sintió miedo y acabó acomodándose con el bando sublevado hasta alcanzar una posición instalada. Antonio no tuvo que elegir: siguió donde estaba. La guerra los distanció físicamente para siempre, pero nunca fueron la metáfora de dos facciones enfrentadas ni jamás hubo entre ellos un sentimiento distinto a la de una fraternidad solidaria, invulnerable al infortunio de las circunstancias.
Sus diferencias son esencialmente poéticas, vinculadas al carácter de cada uno y a su propio bagaje de experiencias. Ambos beben en sus inicios de la fuente del modernismo pero Manuel destila su obra en una mezcla de gracia, sarcasmo, coquetería y bohemia cuya influencia llega hasta autores modernos de reputación más reflexiva como Jaime Gil de Biedma. Antonio, marcado vitalmente desde muy pronto por la tragedia (Leonor), es más profundo, más intenso, más trascendente; influido por la metafísica espiritualista de Bergson, en sus versos late una continua reflexión existencial, a menudo amarga, sobre la memoria, el tiempo y la conciencia. La célebre broma de Borges —«¿ah, pero Manuel tenía un hermano?»— no pasa de ser una reivindicación traviesa frente al olvido ideológico del hermano mayor entre la intelectualidad de izquierdas; el mismo día de aquella conferencia en Sevilla, el genio argentino se delataba recitando en voz baja el 'Autorretrato' antoniano bajo las ramas del limonero de las Dueñas. Los dos hermanos, «dióscuros desiguales» según el estudioso José Carlos Mainer, componen las caras de una misma moneda: coquetería y complejidad, melancolía y preciosismo, hondura y ligereza.
En el sesquicentenario del nacimiento de Manuel —Antonio vino al mundo un año después—, una exposición organizada por las Academias de Buenas Letras y Burgense conmemora desde el lunes en su ciudad natal a dos de sus más señeras cumbres líricas, entrelazando la memoria de su obra y de sus vidas. Manuscritos, ediciones, archivos, fotografías, objetos, recuerdos personales y de familia; una familia de tradición erudita donde su padre y su abuelo, investigadores de trayectoria reconocida, supieron transmitir una vocación literaria que los dos hermanos desarrollaron a través del teatro, el ensayo y, sobre todo, la poesía. Dirigida como comisario por Alfonso Guerra, volcado en el proyecto con una pasión y una intensidad superlativas, la muestra se aleja de cualquier pretensión política explícita. No la necesita ni siquiera como alegoría de la reconciliación nacional porque nunca existió conflicto ni desavenencia entre los protagonistas, víctimas ellos mismos de una imparable oleada de barbarie trincheriza. Lo que sí representa es una exaltación de la convivencia y del entendimiento, que la presencia del Rey en la inauguración reafirma en tanto emblema constitucional de la aspiración colectiva de concordia cívica. El mensaje es el de una sola España unida por el corazón más allá de la conflagración y del cisma. Una España dolorida por el fracaso del sueño regeneracionista, el descalabro moral simbolizado en la tumba de Colliure donde el «querido hermano» mayor lloró por los días azules y el sol de la infancia perdida.
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